Decenas de lobos marinos salen corriendo como locos hacia el mar. Escapan de Naude Dreyer, conservacionista y fundador de la ONG Ocean Conservation Namibia, que les persigue a toda velocidad con una red parecida a un gran cazamariposas intentando atrapar a uno de los ejemplares para liberarlo del hilo de plástico que le rodea el cuello. Pero los lobos marinos no conocen sus buenas intenciones y luchan por no ser capturados. Finalmente, Dreyer lo consigue, atrapa a una de las crías por la cola, la arrastra fuera del agua y la inmoviliza para cortar el cable enredado alrededor de su cuello. Esta particular caza, que podría parecer que va contra el animal en caso de no continuar viendo la grabación, acaba felizmente con el ejemplar regresando al mar sin el cable que se le estaba clavando en la piel.
Este rescate tuvo lugar en abril del año pasado y le han seguido muchos más. La cría pertenece a la colonia de entre 50.000 y 100.000 lobos marinos que vive en la península de Pelican Point, un espigón que protege la bahía de Walis en Namibia, en el suroeste de África. Se estima que a lo largo de la costa del país existe una población de 1,5 millones de ejemplares. La basura que se tira o abandona en el océano, sobre todo los restos de artes de pesca, se ha convertido en uno de los mayores peligros para estos mamíferos marinos. Estos objetos “les atrapan, torturan y matan”, advierte la ONG.
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Son animales muy juguetones con “cualquier cosa que puedan encontrar”. Un comportamiento que provoca a menudo que los ejemplares sean atrapados por “plástico, ropa, restos de redes, arandelas de cubos de pintura oxidados o cualquier cosa que pueda parecer un juguete”. Y esa curiosidad se puede convertir en mortal. En otro de los vídeos se observa a dos pequeños ejemplares unidos por el cuello con una madeja de hilos de plástico de la que no se pueden liberar, una trampa letal. El equipo de la ONG también les logra desenredar de las cuerdas que les torturan.
Los rescates no acaban siempre en éxito. El trabajo se complica cuando Dreyer y su equipo se enfrentan a la captura de ejemplares adultos. “Yo me he llevado varios mordiscos, pero lo que nos preocupa más es la seguridad de los animales”, responde Dreyer a EL PAÍS. En uno de los vídeos se aprecia el esfuerzo para intentar atrapar a un adulto, pero a pesar de las intentonas para que entrara en la red, el animal, de unos 200 kilos, acaba escapando al mar. “Demasiado grande, demasiado rápido, demasiado fuerte, aterrador como el infierno”, explica Dreyer a la cámara con la respiración entrecortada. En esos casos, se necesitan redes especiales y “mucha creatividad”, y no siempre funciona.
Aunque parezca que los rescatadores pueden dañar a los lobos marinos auxiliados cuando los agarran por la cola o se ponen encima para evitar que se muevan, la ONG asegura que son animales muy resistentes y que la presión que ejercen sobre ellos es, en todo caso, “incómoda, pero no supone ningún riesgo”. El objetivo de la organización, fundada en 2020, es liberar a las focas, lobos marinos y otras especies de la basura que el hombre arroja al mar como si fuera un basurero capaz de tragar todo. Entre 2019 y 2020 han salvado a más de 900 ejemplares, y en los últimos ocho años (el tiempo que lleva trabajando en ello) el conservacionista ha rescatado a otros 1.600 individuos.
Dreyer guarda toda la información para posteriores investigaciones y espera que la labor de sensibilización desemboque en un comportamiento más responsable que evite este peligro. Hay que tener en cuenta que incluso pequeños trozos de hilo de pescar pueden matar a focas completamente desarrolladas, indica la ONG.
Cada año llegan al mar ocho millones de toneladas de plástico —12 millones si se cuenta otro tipo de basura, indica Greenpeace— que afectan a los animales marinos no solo porque los atrapan como a lobos marinos, focas, tortugas, ballenas, sino porque la ingieren en forma de microplásticos (fragmentos inferiores a cinco milímetros). También se han detectado componentes químicos de los plásticos en ballenas de aleta (rorcuales) del Atlántico. Un estudio del CSIC detectó una importante cantidad de sustancias que se usan para dar suavidad al plástico o como retardantes de llama. El krill, un pequeño crustáceo y principal fuente de alimentación de las ballenas, contiene los mismos niveles de esas sustancias.
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