Desde los bisabuelos a los bisnietos, ninguna generación rusa ha vivido ajena a episodios de represión del Estado en el último siglo. En los archivos de la fundación Memorial Internacional, que acaba de recibir el premio Nobel de la Paz, están protegidas las historias de un sinfín de ciudadanos que fueron fusilados durante la Yezhóvshchina (Gran Purga) de los años treinta, el Gran Terror estalinista, y de otros muchos que fueron detenidos en la segunda mitad del siglo XX por querer impulsar cambios políticos y sociales. Hoy, en el siglo XXI, su recuerdo está siendo embalado en cajas: el régimen de Vladímir Putin ha liquidado la organización que los sacó a la luz y la fundación busca que sus documentos queden protegidos del más que probable desahucio.
“La situación es ahora peor que con los últimos gobiernos de la URSS; es necesario un cambio y extraer el tumor maligno”, sostiene en la sala de lectura de Memorial su director, Yan Rachinski, pocos días después de compartir el Nobel de la Paz con el activista bielorruso Ales Bialiatski y el Centro para las Libertades Civiles ucranio. En los libros de las estanterías están las listas de miles de nombres de víctimas. Según sus cálculos, 1,1 millones de personas fueron fusiladas durante la Gran Purga.
“El problema es que las ideas de Putin son muy peligrosas”, advierte Rachinski al remarcar que los totalitarismos del siglo XX “también hablaban de la necesidad de fundar un orden más justo (a sus ojos)”. “Putin emplea esas mismas palabras, y su disposición a utilizar las armas para esta idea puede dar pie a un conflicto mucho mayor. La situación es muy seria”, subraya el activista de derechos humanos, quien también hace un paralelismo con la afirmación del mandatario de “que Ucrania no existe, que solo existe un pueblo ruso”. “Negar a la gente sus raíces ha llevado más de una vez al derramamiento de sangre en diferentes sitios”, enfatiza.
Una comparación con el régimen soviético de los años setenta y ochenta del siglo pasado es muy difícil. Entre otras cosas, entonces no existía internet ni se había vivido la apertura posterior al derrumbe de la URSS. Rachinski explica que en aquellos años de Guerra Fría se tomaban medidas “profilácticas” contra grupos disidentes concretos; hoy actúa contra manifestantes y críticos “un enorme cuerpo judicial con policías que van casa por casa y fiscales que ponen denuncias sin base legal alguna”.
No obstante, Rachinski ve algunas similitudes en el lenguaje. “Entonces estaba prohibido decir que en Afganistán se libraba una guerra, era imposible criticarla, aquello era una ‘ayuda a los hermanos del pueblo afgano por un contingente limitado de soldados soviéticos”, señala, igual que ahora el Kremlin habla de una operación militar especial para la defensa de las autoproclamadas repúblicas prorrusas de Donetsk y Lugansk en el este de Ucrania.
El histórico edificio de Memorial Internacional podría ser confiscado próximamente y varios hombres sacan cajas del lugar. “Nuestra lucha continúa. Los archivos seguirán a salvo en Rusia”, afirma rotundamente Rachinski. Esta fundación formó una asociación con otras ONG con las que comparte nombre y valores, y la Fiscalía ha solicitado invalidar la transferencia de sus activos al Centro de Educación y Ciencia Memorial, una organización que sigue siendo legal. Sin embargo, los fiscales mantienen que la sede debe ser confiscada porque, según sostienen, “mantuvo una actividad delictiva al rehabilitar a criminales nazis, desacreditar a las autoridades y crear una imagen falsa de la URSS”.
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SuscríbeteLa policía rusa detiene a un manifestante en Moscú. Alexander NEMENOV (AFP)ALEXANDER NEMENOV (AFP)
El archivo de Memorial Internacional es velado por dos ángeles guardianes, Aliona Kozlova e Irina Ostróvskaya. Narran algunos casos de la represión soviética que guardan algún parecido con noticias actuales.
A principios del pasado octubre fue arrestada una niña de 10 años en un colegio de Moscú. Había publicado una encuesta en sus redes sociales ―“¿Guerra o paz?”, preguntaba― y colgó una imagen de flores que emulaba los colores de la bandera de Ucrania. Además, se había saltado la nueva clase obligatoria donde enseñan que “no hay miedo a morir por la madre patria”. Fue interrogada en comisaría.
En el archivo de Memorial consta que en 1942, Alexéi Priadílov, de unos 14 años, fue evacuado de Gorki (actual Nizni Nóvgorod) ante el avance de las tropas alemanas cuando estaba en noveno curso. El niño y un amigo dibujaron una revista de humor amateur “sin nada político, solo tonterías”. Sin embargo, aparecían Stalin y otros personajes famosos. Les arrestaron y condenaron a malvivir en un gulag durante 25 años. “Dejó de escribir cartas a su madre porque pensaba que moriría, así ella podría hacerse a la idea”, recuerda una de las archivistas. Enfermó y al acabar la II Guerra Mundial tuvo que ser enviado a un campamento médico, pero fue puesto en libertad.
Manifestantes que protestaron en septiembre contra la movilización decretada por Putin han sido enviados al frente de Ucrania tras ser arrestados. Algo parecido le pasó en 1941 al adolescente Vladímir Kortovski. Uno de sus profesores había sido detenido y los alumnos intercedieron ante el Komsomol, las juventudes soviéticas —que el Kremlin ha “refundado” este año con una organización similar―. El 20 de junio, el día antes de la invasión alemana, fue detenido por ello a la salida del colegio. Le condenaron a seis años de cárcel, que fueron conmutados después por su envío a un batallón de castigo. En su primera batalla fue herido y regresó inválido a Moscú, donde volvió a ser arrestado en 1948 para cumplir su pena íntegra.
De vuelta al presente, las autoridades rusas aprobaron en marzo una ley que condena “desacreditar al ejército ”con hasta 15 años de cárcel”, y en los últimos años han puesto el punto de mira sobre políticos opositores, activistas y periodistas con las etiquetas de “agentes extranjeros” u “organizaciones indeseables”. Ello ha facilitado el cierre de Memorial, por ejemplo, y el encarcelamiento de disidentes que no se han exiliado.
Además, hoy cualquier proyecto universitario con el extranjero debe ser aprobado por las autoridades, mientras que muchas ONG se han visto obligadas a cerrar. Periodistas y políticos han sido juzgados por “traición al Estado” tras no ocultar sus conferencias críticas con el Gobierno en el extranjero.
Kozlova recuerda que en tiempos de Stalin, que lanzó una campaña contra todas las organizaciones civiles que no estaban bajo su control, “la represión le arrebató a la gente su vida o parte de ella. La rehabilitación llegó décadas después, cuando ya habían muerto, habían pasado años en la cárcel o habían perdido a sus familias”.
“No ha habido otro país que sea un ejemplo del totalitarismo durante 70 años. El caso de Rusia es difícil”, recalca el director de Memorial. Para Rachinski la única salida es retomar “el camino hacia los valores universales del ser humano”.
Con Memorial Internacional ha recibido el Nobel de la Paz una organización fundada por un activista que ya recibió el mismo galardón por su lucha contra la represión soviética, Andréi Sájarov. Y el año pasado lo recibió otro ruso, el periodista crítico Dmitri Murátov. “El premio nunca fue acogido en nuestro país con entusiasmo. Hay que recordar la persecución contra [los escritores] Boris Pasternak y Alexandr Solzhenitsin, o Sájarov, o cómo se criticó su entrega al autor Iván Bunin. Es una tradición, y la tradición es que pasa el tiempo y nadie recuerda a sus críticos, pero ellos quedarán para siempre”, advierte el nuevo Nobel de la Paz.
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