La guerra de Rusia contra Ucrania ha recrudecido el hambre en el mundo, según informes del Programa Mundial de Alimentos (PMA), una organización de la ONU. La dependencia de suministros como el trigo ruso y el aceite de girasol ucranio han tenido graves consecuencias en la asistencia alimentaria en países como Yemen, Etiopía, Afganistán y Siria, que ya registraban los peores niveles de inanición. El PMA recoge casos de cancelaciones y retrasos en envíos de alimentos desde el puerto de la ciudad ucrania de Odesa, objetivo del Ejército ruso. Además, un informe del organismo anticipa que el conflicto va a incrementar en 29 millones de dólares (cerca de 26 millones de euros) mensuales el presupuesto necesario para las operaciones del PMA, en plena crisis de fondos. El programa se había visto obligado a recortar las ayudas en varios países a principios de este año.
El aumento del precio del petróleo originado por la guerra, que impacta directamente sobre el precio del combustible, también complica la logística del programa. “Tenemos camiones cargados con comida parados en el norte de Etiopia. La violencia armada y la falta de combustible nos han impedido entregar las ayudas”, expone Brian Lander, subdirector de la División de Operaciones de Emergencia del PMA. De acuerdo con un informe de la organización publicado en febrero, más de 400.000 personas en la región en conflicto de Tigray se enfrentan a una catástrofe alimentaria (el peor nivel en la clasificación realizada por el PMA para medir la magnitud de las emergencias).
De acuerdo con la organización, 13,5 millones de toneladas de trigo y 16 millones de toneladas de maíz están congeladas en Rusia y Ucrania debido al cierre de los puertos y al estancamiento del negocio de cereales rusos, ante las sanciones económicas por la invasión a Ucrania. Los costes del envío de los alimentos también se han multiplicado e incluyen pagos de primas de seguro de riesgo de guerra que llegan hasta los 271.000 euros por trayecto.
Yemen, que ya arrastraba una dura crisis humanitaria, será el mayor damnificado de este conflicto en cuanto a la asistencia alimentaria. Las raciones de comida de 13 millones de personas a las que asiste el programa dependen en gran medida de los envíos que están estancados. La falta de cereales rusos eleva los costos del PMA, que ya afrontaba un déficit presupuestario de 900 millones de dólares (alrededor de 816 millones de euros) en el país. El programa ya había tenido que realizar recortes graduales en las ayudas. Ocho millones de personas que antes recibían una canasta mensual de comida en Yemen ahora se tienen que conformar con una entrega cada dos meses. La situación se repite en países como Etiopía, Afganistán, Siria y Sudán —que también se enfrentan a conflictos activos—, en los que la subida del precio de los alimentos y el combustible seguirá empeorando las crisis humanitarias, según la organización.
El PMA señala que si los campos de maíz, trigo y cebada ucranios quedan en barbecho este año el abastecimiento para las agencias humanitarias será mucho más costoso, y el programa no está preparado para asumir ese aumento. Lander aseguró a este diario que la organización no cuenta con las donaciones suficientes para este año, pese a que el programa ya había advertido que el 2022 sería un año catastrófico, con más de 44 millones de personas al borde de la hambruna en 38 países.
La guerra en Ucrania agudiza la crisis que arrastraba la organización. De acuerdo con Lander, el PMA estimaba que 283 millones de personas en el mundo requerirían asistencia en 2022. “Para alimentarlos, se necesitan alrededor de 35.000 millones de dólares (cerca de 31.000 millones de euros) y solo contamos con un presupuesto de la mitad”, asegura. A este panorama se suman ahora los más de tres millones de refugiados ucranios que precisan de ayudas y la población que aún aguarda dentro del país mientras continúa la invasión rusa.
Aunque, según asegura Lander, “la comida es un derecho fundamental al que todo el mundo debería tener acceso”, el panorama actual contradice su visión. La disponibilidad de alimentos también se convierte en arma arrojadiza en medio de los conflictos, creando un vínculo directo entre guerra y hambre. “Lo vemos a diario con tácticas de asedio, en las que se cortan los caminos por donde se transporta la comida o se queman directamente los campos de cultivo”, explica el responsable del Programa Mundial de Alimentos.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) señaló en un informe a principios de este mes que un 30% de los cultivos de Ucrania no podrían sembrarse por el impacto de la guerra. Además, las cadenas de suministro en el país se están derrumbando, dejando gran parte de la infraestructura destruida y las tiendas de alimentos vacías.
No es coincidencia que los países más afectados por el hambre lidien con guerras, una situación que dificulta aún más la labor humanitaria del PMA, que se ve desbordado por el azote de la violencia. Lander resalta la diplomacia como elemento principal para detener el problema: “Detrás de todo esto, el diálogo político es primordial. Sin avances de los gobiernos y los actores del conflicto, la crisis humanitaria seguirá empeorando y responder a ella será cada vez más difícil”.
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