La guerra llega a clase de primaria: “Si tiran una bomba en Ucrania, ¿puede llegar a España?”



Raúl Alonso, en clase de segundo de primaria en el colegio Puerta de la Sierra, en Venturada (Madrid).DAVID EXPÓSITO

Nada más pasar la verja de hierro de la entrada al colegio Puerta de la Sierra de Venturada, un pueblo de unos 2.300 habitantes del norte de Madrid, aparece un mural hecho por alumnos de segundo de primaria, o lo que es lo mismo, por niños de siete años. Está lleno de mensajes de paz, un tanque que escupe una flor, una bomba bajo la señal de prohibido y un gato bicolor, azul y amarillo, como la bandera de Ucrania. La guerra ha llegado a este pequeño centro público de 272 estudiantes, aunque de una manera algo edulcorada, que es lo que toca. Responder a los interrogantes de los niños se ha convertido en un reto para profesores y directores de los centros porque hay muchas preguntas, pero no siempre conviene profundizar en las respuestas. “Hay que dejar que sean niños”, insiste Aránzazu González, la directora de la escuela. “Efectivamente”, comparte Gema Castellano, psicóloga que trabajó con niños, adolescentes y madres después del terremoto de Haití de 2010, en el que murieron 200.000 personas, y en un centro de atención integrada de la familia. “No hay que adultificar a los menores, ni exponerles en exceso a los medios de comunicación”.

“Si tiran una bomba en Ucrania, ¿puede llegar a España?”, preguntó una cría nada más llegar a clase cuando Rusia empezó a bombardear suelo ucranio. “¿Cómo van los niños al cole?”, añadió otro. “¿Cómo salen a la calle a jugar?”. “¿Por qué no hablan para solucionar el problema?”. “¿Putin llegará a España?”. “¿No hay un jefe que les obligue a hacer la paz?”. Y así, hasta el infinito. Aunque hay diferencias: algunos se mostraban ajenos a la guerra que aparece en las noticias y otros necesitaban preguntar para comprender qué estaba pasando. “Depende de la información que reciban en casa”, explica la directora.

En este colegio decidieron enfocar el conflicto, “más que en la guerra, en la importancia de la paz”. “Tenemos que rebajar el nivel de miedo, de ansiedad y de violencia”, insiste González, “teniendo en cuenta que son menores que han vivido una pandemia mundial, un confinamiento y todo lo que eso ha traído a sus vidas”. Patricia Rubio, la jefa de estudios de infantil y primaria, se une a la conversación en el despacho de la dirección de este centro familiar que, además, ha decidido destinar un pequeño cuartito con acceso al patio para que una psicóloga atienda a los menores cuando les apetezca: “Es que hablamos de niños pequeños, que su vida es hacer deberes, jugar, ver la tele e irse a la cama. Su vida es el ‘aquí y el ahora’ y así tiene que ser”.

Cartel a favor de la paz realizado por los alumnos de segundo de primaria del colegio Puerta de la Sierra, en Venturada (Madrid). DAVID EXPÓSITO

No hubo mucho debate. Profesores y directora tenían claro lo que no querían. Y se pusieron a buscar lo que sí. Raúl Alonso, maestro de primaria, encontró en Instagram diferentes cuentas donde los docentes empezaron a compartir información. De ahí sacó el mural para que los niños se inspiraran en la paz. Y dedicaron dos jornadas a responder preguntas de todo tipo. “También les explicamos con el mapa dónde están Rusia y Ucrania, y claro, me decían: ‘¡Pero si Ucrania es mucho más pequeño! ¿Cómo se van a pelear con los grandes?”, sonríe Alonso. Pero sobre todo, dice, a los menores les costaba entender cómo eso que tanto les repiten a ellos, lo de resolver conflictos con el diálogo, no son capaces de hacerlo los adultos. “Y muchas veces no sabes qué responder”.

La psicóloga Castellano insiste en que la manera de entrar en ese terreno debe ser “con un lenguaje adaptado a su edad, poniéndoles ejemplos relacionados con su contexto y con su día a día”. Eso no quiere decir que los pequeños no puedan estar al corriente de lo que ocurre a su alrededor, pero nunca, dice la especialista, “hay que cargar a los menores con responsabilidades que no les corresponden, como por ejemplo, con el bienestar de los niños refugiados”.

“¿Pero qué es un refugiado?”, empezaron a preguntar los niños del colegio Antonio Allué Morer, de Valladolid, que trabaja a través de proyectos. Así que cuando terminaron el que tenían entre manos en ese momento, sobre el Guernica, profundizaron en eso. “Es una manera de que entiendan que hay niños que un día están en su cole y al siguiente tienen que salir del país”, cuenta Rubén García, profesor de primaria.

El colegio Felipe II, en el barrio madrileño de Tetuán, ha tratado ese mismo tema en primera persona. El jueves pasado abrió sus puertas a Marta, de ocho años, la primera niña que llegaba de esta guerra que se matriculaba allí. Juan Miguel Antoranz, el director, explica que ellos habían encarado el conflicto ahondando en lo que significa “la tolerancia y el respeto de las personas”. Por eso Anastassia, una alumna de 11 años con sangre rusa, ucrania, moldava y polaca, quiso salir en un vídeo que publicaron en sus redes sociales en el que mandaba un mensaje claro: “No quiero que maten gente porque sí, quiero que vivamos en amistad”.

Anastassia recibió a Marta, que llegaba de la mano de una madre muy asustada a un centro que no conocía, con un idioma extraño y dejando atrás toda su vida. Antoranz había elaborado una serie de pictogramas con frases básicas en castellano y ucranio para que ella pudiera decir los primeros días cosas como “quiero ir al baño”, “no me encuentro bien” o “tengo hambre”. Madrid cuenta con el Servicio de Apoyo Itinerante al Alumnado Inmigrante (SAI), que presta asesoramiento y apoyo a los centros educativos que cuentan con alumnado extranjero, pero no le sirvió de mucha ayuda al director, por lo que tuvo que improvisar. Las dos niñas se encontraron, hablaron y la madre se fue de allí “algo tocada”. “Yo no sabía qué estaba diciendo Anastassia, porque hablaba en ucranio, pero cuando terminó la madre se abrazó a ella y fue realmente emocionante”, explica Antoranz. “Al día siguiente, me contó que les había dicho que lo sentía mucho y que solo quería paz”.

Marta se integró bien. Sus compañeros la aceptaron con normalidad, lo único que les decepcionó de ella fue que se llamara Marta, como su profesora de Matemáticas, pero la acogieron con la tranquilidad que necesitan los niños y “al día siguiente corría en el patio de la mano de sus nuevos compañeros”.

“Eso está muy bien”, dice Castellano, la psicóloga, “pero hay que recordar que la responsabilidad de que esa niña esté bien no es de sus compañeros. Se pueden hacer trabajos cooperativos y juegos de integración. Pero los niños son niños. Y tienen que seguir siéndolo”.

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