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La guerra por el territorio que delató a Caro Quintero, El Narco de Narcos

La guerra por el territorio que delató a Caro Quintero, El Narco de Narcos


Un policía local hace guardia en una de las avenidas de la ciudad de Caborca, Sonora, donde se impuesto toque de quedaHector Guerrero

La captura este viernes de Rafael Caro Quintero ha estado precedida durante años de cruentos enfrentamientos por el territorio en el noroeste de México. Después de pasar 28 años tras las rejas, el llamado Narco de Narcos salió de prisión en 2013 por un error procesal y se lanzó a la tarea de reconstruir el imperio criminal que lo llevó a ser el narcotraficante más poderoso durante los años ochenta. El regreso de Caro Quintero desembocó en un rastro de sangre y de violencia en plazas estratégicas de Sonora, Sinaloa y Baja California. La lucha por el territorio derivó en una guerra abierta con Los Chapitos, la facción del cartel de Sinaloa encabezada por los hijos de Joaquín El Chapo Guzmán, antiguo socio y amigo de Don Rafa, uno de sus múltiples alias. El narco más buscado por la DEA no ha podido recuperar el trono del crimen pero su ambición, que lo volvió a poner en el radar de las autoridades, ha acabado condenándole.

El pronóstico del grueso de los analistas de seguridad es que el arresto de Caro Quintero se traducirá en más violencia. La posible extradición del capo a Estados Unidos abre campo libre para una lucha descarnada por la sucesión dentro de las propias organizaciones delictivas, así como entre los grupos que sobreviven y habían sido desplazados por la expansión del cartel de Caborca, el grupo que encabezaba Caro Quintero y que hizo de la costa del Estado fronterizo de Sonora su principal bastión. La mayoría de los especialistas augura una reconfiguración del tablero de juego, un nuevo trazo en el mapa criminal del negocio multimillonario del tráfico de drogas hacia Estados Unidos.

Tras salir de la cárcel, Caro Quintero buscó la protección de Ismael El Mayo Zambada, líder histórico del cartel de Sinaloa junto a El Chapo. El capo, señalado como el autor intelectual del asesinato del agente de la DEA Enrique Kiki Camarena en 1985, estaba a salto de mata y se estableció primero al sur del Estado norteño de Chihuahua bajo la promesa de no seguir con su carrera criminal, según reportes de la prensa mexicana. Las autoridades del país emitieron de todas formas nuevas órdenes de captura y Caro Quintero recaló en Surutato, una pequeña comunidad al norte de Badiraguato (Sinaloa), un pueblo famoso por ser la cuna de varios de los narcotraficantes más buscados en México y Estados Unidos, donde El Mayo le ofreció refugio.

La alianza duró poco. Caro Quintero se desplazó a El Batamote, un pueblo diminuto del sur de Sonora, y fraguó pacientemente un plan para recuperar los territorios que controló durante su apogeo y volver al negocio. El capo de 69 años afirmaba que le correspondía un derecho de antigüedad y convocó en 2017 a familiares que ya estaban en las filas del crimen organizado, creó un brazo armado para hacer frente a los combates que venían ―La Barredora 24/7― y cerró filas con La Línea, un grupo de sicarios originalmente asociado al ahora extinto cartel de Juárez. Así empezó una guerra entre los herederos de El Chapo y la vieja guardia que dominó durante los ochenta y los noventa, entre el dominio del cartel de Sinaloa y la ambición de las células que fueron hechas a un lado.

El plan era ganar primero Sonora. Después tomar el Triángulo Dorado, la región montañosa que conforman Sinaloa, Chihuahua y Durango, el epicentro de la droga en México. Y más adelante, disputar el control de la frontera.

“Somos gente de Caro Quintero, esta plaza nos pertenecía”. El mensaje fue colocado en mayo de 2020 junto a los cuerpos de dos hombres descuartizados en Caborca, Sonora. La violencia enterró a la ciudad de menos de 60.000 habitantes y la convirtió en un infierno: cadáveres dejados dentro de hieleras, personas asesinadas y abandonadas en tráileres, tiroteos, secuestros, desapariciones forzadas, cobro de derecho de piso, toques de queda, desafíos abiertos a la autoridad, sospechas de colusión con la autoridad, coches último modelo y de lujo en una comunidad de agricultores y ganaderos. Caro Quintero se sentía intocable otra vez.

La violencia se esparció por todo el noroeste. Para muestra, apenas en mayo pasado, un sicario asociado a Caro Quintero fue tiroteado en Mexicali, la segunda ciudad fronteriza más importante de Baja California y otra de las plazas en disputa por los grupos criminales.

En una de las múltiples acusaciones que existen contra Caro Quintero, la justicia de Estados Unidos hace una radiografía de su organización criminal. Por encima de todo está el mando, la cúpula que tiene la última palabra sobre el tráfico de drogas, el lavado de dinero y los pactos corruptos para garantizar la impunidad del grupo. Por debajo están los encargados de la seguridad, las células armadas que se ocupan de proteger a los líderes y enfrascarse en enfrentamientos con las autoridades para permitir a los capos escapar de los operativos de captura.

En un tercer nivel están los jefes de plaza, que controlan territorios específicos y son responsables de recibir y distribuir la droga desde esos puntos. Más abajo están los transportistas: tripulaciones náuticas, pilotos de avionetas y conductores de camiones, en una basta red que llegó a extenderse desde Colombia hasta Estados Unidos. Hay también hombres de paja encargados de canalizar el dinero de vuelta a México y sicarios, que se encargan de asesinar, secuestrar y torturar.

Todo esto para “defender el prestigio, la reputación y la posición de la organización criminal de Caro Quintero” e “imponer la disciplina entre sus miembros y asociados al castigar deslealtades y fracasos”, exponen las autoridades estadounidenses. La Fiscalía de Nueva York lo caracteriza como especialista en el tráfico de marihuana, cocaína, heroína y metanfetamina con un currículum que se extiende por cuatro décadas: “Su organización generó millones de dólares en ganancias por la venta de drogas en Estados Unidos”.

Con todo, Caro Quintero no pudo recuperar el poder que le valió el apodo del Narco de narcos, pero sus planes de regresar a la cima acabaron por delatarle. Los analistas esperan que la captura dé un respiro a las autoridades, sobre todo en Sonora, pero se espera que la paz sea tensa y dure poco. El Estado abrió 727 carpetas de investigación por homicidio doloso en 2017, cuando se presume que el capo inició su ofensiva, según datos oficiales. El año pasado cerró con 1.600 investigaciones por asesinato, más del doble, y en los primeros cinco meses de 2022 hubo 583 casos abiertos. Apenas esta semana, sicarios y agentes chocaron en Caborca, después de que un grupo armado lanzara una ataque a la sede de la Agencia Ministerial de Investigación Criminal y se desatara una persecución por toda la ciudad. No se informó de muertos, pero tampoco de detenidos.

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