Analía Kalinec en un retrato de sus redes sociales que la escritora subió por la ocasión del 43 aniversario de las abuelas de la Plaza de Mayo, en octubre 2021.analia.kalinec (RR. SS.)
Analía Kalinec nació en 1979, en plena dictadura argentina. Cuando era niña, su padre, el oficial de policía Eduardo Kalinec, le hacía cosquillas y le contaba el cuento de Colita de Algodón, un conejo que no hace caso y se lastima. “Hay que hacer caso, hay que obedecer. Soy su vizcachita, cuando llega voy gateando a colgarme de su pantalón, me levanta en brazos, me abraza, me da besos y se ríe de mis dientitos. Es bueno mi papá. No quiero que se enoje, hago caso”, escribe Kalinec en el libro de memorias Llevaré su nombre (Marea, 2021). Kalinec creció y cuando supo que su padre había cometido crímenes de lesa humanidad durante la dictadura se rebeló contra el mandato de silencio impuesto. El represor, condenado a cadena perpetua, busca castigar la desobediencia de su hija con una demanda ante los tribunales para que la declaren indigna y privarla así de la herencia familiar.
“La demanda donde buscan excluirme y declararme indigna es la expresión máxima y más acabada de hasta dónde llega el odio y la imposibilidad de convivir con la diferencia de mi propio padre y mis hermanas”, dice Kalinec por teléfono.
Analía Kalinec junto a su padre, Eduardo Emilio Kalinec, en la costa de Mar del Plata (Argentina), en la fotografía que hace de portada de su libro “Llevaré su nombre”.analia.kaline (RR. SS.)
En Argentina no se puede desheredar a los hijos. La legislación los declara herederos forzosos de al menos dos tercios de la fortuna de sus padres. Para perder ese derecho la Justicia tiene que avalar que han cometido algún acto de gravedad contra sus progenitores que los vuelve indignos de la sucesión de bienes, como atentar contra su vida o denunciarlos en falso.
Kalinec se enteró de la denuncia en su contra el 22 de febrero de 2019, el día del 67 cumpleaños de su padre. Su madre había fallecido cuatro años antes. En el escrito que presentó ante los tribunales, Eduardo Kalinec se pregunta cuánto contribuyó el repudio público de la segunda de sus cuatro hijas a la condena a cadena perpetua que recibió en 2010. Según su testimonio, en su familia marchaba todo bien hasta 2005, cuando fue detenido. Poco después, su hija fue “detectada” por activistas y comenzó a dar crédito a las acusaciones que pesaban contra él.
“En mi familia había un mandato de silencio tan fuerte que incluso hacer preguntas ya expulsaba. Mi mamá me dijo que me había dado un ataque de zurdaje, que me alejase de esos activistas, que como iba a hacer cuestionamientos después de todo lo que mi papá hizo por nosotras”, recuerda Kalinec sobre el momento en el que comenzó a distanciarse de su propia familia.
Una fotografía de las redes sociales de la escritora Analía Kalinec en la que aparece con su madre.analia.kalinec (RR. SS.)
Después de más de una década sin verse ni mantener ningún tipo de contacto, padre e hija se cruzaron en octubre de 2019 durante una audiencia de conciliación obligatoria dictada en el marco de esa denuncia. La semana pasada, Kalinec presentó su alegato y pidió a la jueza que desestime la demanda por “indignidad” contra ella. “No permita que esta hija desobediente a los mandatos de silencio sea castigada por pensar diferente del padre genocida”, solicitó a la jueza Marcela Eiff. Está previsto que se dicte sentencia antes de que termine el año.
“El vínculo de cariño y de lealtad familiar no nos exime de repudiar estos crímenes y de trabajar para que nunca más se cometan”, explica Kalinec ante su decisión de denunciar públicamente las atrocidades perpetradas por su padre. La Justicia consideró probada su participación en secuestros, torturas y asesinatos cometidos en los centros clandestinos de detención Atlético, Banco y Olimpo, en Buenos Aires.
Durante el juicio en el que el expolicía fue condenado a perpetua, algunos sobrevivientes lo identificaron como el Doctor K y describieron algunas de las torturas que les infligió. Ana María Careaga, detenida cuatro meses en el Atlético, declaró que la pateaba cuando iba al baño. “¿Querés que te abra de piernas y te haga abortar?”, la amenazó en una ocasión. Careaga tenía 16 años y estaba embarazada de tres meses cuando los militares la secuestraron. Miguel D’Agostino, otro sobreviviente, lo reconoció como uno de los tres hombres que lo interrogaron con picana eléctrica en el “quirófano”, como llamaban a la sala de torturas de este centro clandestino de detención.
En 2020, la Justicia concedió a Eduardo Kalinec el beneficio de acceder a salidas transitorias. Entre quienes se opusieron estaba Analía. “Mi papá fue juzgado y condenado, pero nunca se arrepintió y volvería a hacerlo”, cuestionó su hija en ese momento. Hoy Kalinec integra el colectivo Historias desobedientes, formado por familiares de represores. “Las familias son el núcleo duro donde se reproducen las lógicas de negacionismo y los discursos de odio. Es importante poder entender esas lógicas para que no se repitan más”, asegura.
“Ante el negacionismo de mi padre y de mis hermanas, quiero expresamente reivindicar y enumerar en este alegato cada uno de los casos, cada una de las víctimas por su nombre y apellido por las que mi padre fue condenado por homicidio agravado, por secuestro calificado y por torturas en 153 hechos y dar por tierra la supuesta generalidad de lesa humanidad”, dijo en su alegato Kalinec. Desobedecer —le reclamó a la jueza— cuando tu padre es un criminal, no puede ser motivo para ser declarada indigna.
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