Cada cierto tiempo sale a la luz una historia de “millonario engañado por un timador” y la noticia se recibe en los medios con algo parecido al schadenfreude, la pulsión de alegrarse por el mal ajeno. Ahí lo tienen. No haber sido ricos. Hablamos de historias como la del empresario inmobiliario Stephen Cloobeck, de 59 años, que le reclama a su ex, Stefanie Gurzanski, de 26, una modelo con bastantes seguidores en OnlyFans, que le devuelva el millón de dólares que se gastó en regalos en los cinco meses que pasaron juntos. También en los casos de fraude de alto nivel que dan material a los podcasts y las plataformas, es difícil que se nos encoja el corazón por gente como la exsecretaria de Educación de Trump, la muy milmillonaria Betsy DeVos, que invirtió cien millones de dólares en el timo de Theranos.
Sin embargo, la historia de Vera Pratt, la anciana engañada por una vidente que se conoció esta semana en un largo artículo del Boston Globe solo puede leerse como un relato triste de Alice Munro o de Elizabeth Strout. La anciana llegó a entregarle 3,5 millones de dólares a una vidente llamada Angela Johnson para intentar que le exorcizara el demonio de su cuerpo. En una relación que se alargó durante siete años, la vidente de Florida consiguió tener a la mujer bajo su completo control, la apartó de su familia y amigos, llegó a ser titular de su tarjeta de crédito y llevó un tren de vida que le permitió comprarse un Porsche Cayenne y llevar bolsos de Chanel y zapatos de Louboutin, mientras que la mujer que le extendía los cheques tuvo que pedir a una ahijada que le pagase el recibo de la luz.
Vera Pratt, que falleció en 2018, en el sentido más descriptivo del término. Pertenecía a la cuarta generación de personas que vivían del dinero que ganó Charles Pratt, socio de John D. Rockefeller en la Standard Oil Company. En 1891 la fortuna de Pratt era de unos 20 millones de dólares, que ahora serían 576. Vera nunca necesitó tener algo parecido a un trabajo pero, según el artículo del Globe, “no se sentía cómoda con su riqueza” y prefería dedicar los millones que le correspondían en hacer donaciones filantrópicas a causas como Oxfam y Save the Children. Le gustaba pintar óleos impresionistas, el Reiki y viajar. Había tenido una vida errante y despreocupada. Estudió psicología jungiana en Viena y experimentó con las drogas psicodélicas con Timothy Leary. El amor, solía decir, la había esquivado.
En 2006, Vera Pratt se compró su mayor capricho, una casa de cuatro habitaciones valorada en dos millones de dólares en Martha’s Vineyard, la isla de Massachussets que ha acogido siempre las vacaciones de los Kennedy y de cierta élite que valora el dinero discreto. La polémica fiesta del 60 cumpleaños de Barack Obama el pasado verano, a la que acudieron invitados como Steven Spielberg y Oprah Winfrey, se celebró por supuesto en la mansión que los Obama se han comprado en la isla gracias a sus negocios post-presidenciales, que incluyen contratos con Netflix y adelantos multimillonarios por sus libros.
La casa de Vera Pratt era una cosa más discreta, pero tenía su habitación para meditar, su habitación para hacer conservas y su huerto, en el que plantaba brócoli y fresas. Aun así, la mujer no estaba tranquila. Siempre había creído en las fuerzas paranormales, de hecho creía que ella misma era un poco bruja, y se había convencido de que las cosas que le pasaban desde que había cumplido los 70 años eran cosas del diablo. En concreto, pensaba que estaba poseída y que el demonio se alojaba en su clavícula derecha. Él tenía la culpa de que se le borrasen los correos electrónicos, de sus problemas de cobertura con el móvil y de que se le hubiera estropeado la cocina de carbón.
Fue entonces cuando dio con el anuncio de una mujer de Florida que se anunciaba como Psychic Angela, o sea, la Vidente Angela. Johnson, que en realidad se llamaba Sally Reed, decía pertenecer a los gitanos norteamericanos y vendía servicios de tirada de cartas, limpieza espiritual, sanación y meditación. Por lo que sea, Vera Pratt creyó que entre los cientos de miles de personas que ganan dinero en un sector cada vez más normalizado, el de la venta de humo, y sea a través de cristales o de eneagramas, la Vidente Angela era justo lo que buscaba. Johnson, que tenía entonces treinta y pocos años, le daba un barniz corporativo a su negocio. Decía que había ayudado a ejecutivos de alto nivel. En la plataforma Yelp escribió sobre si misma: “Nunca he fallado ningún caso”.
Ya en su primera conversación, en 2006, la vidente debió intuir que tenía un negocio a largo plazo entre manos. Empezó un tratamiento que duraría más de siete años. Johnson le decía que pasaba horas enteras, del día y de la noche, exorcizando los demonios de Pratt, y le facturaba por el tiempo invertido, claro. Por teléfono, le daba instrucciones de poner cristales e incienso en casa para placar la energía negativa, rezar y meditar. Como los demonios aparentemente persistían, la vidente le convenció de que era necesario que se vieran. Johnson empezó a hacer viajes periódicos de Florida a Martha’s Vineyard. Por supuesto, Pratt pagaba el avión y la estancia en el hotel Harbor View, donde la noche cuesta unos 500 dólares. En 2011, cuando Pratt ya llevaba cientos de miles de dólares pagados a la vidente, notó que le quedaba poco dinero en la cuenta. En un correo que escribió a Johnson le dijo: “No había mirado cuánto te daba”. Y en su diario escribió, con la despreocupación de quien no ha perdido nunca el sueño por el dinero: “Lo que me pide por tratar con los demonios es demasiado. Por lo visto, me estoy quedando sin fondos”. Mientras, a Johnson la economía le iba estupendamente. Vivía en una casa de medio millón de dólares en Florida y tenía otro apartamento en Nueva York, en el Flatiron District. Gracias a la tarjeta de Pratt, que usaba a discreción, podía comprarse bolsos de Celine y Chanel y zapatos de Louboutin e Yves Saint Laurent.
A la familia de Pratt empezó a preocuparle la relación con la vidente, sobre todo después de que Pratt pidiese dinero a su hermano Charles. Cada vez la veían menos, porque Johnson hizo algo muy común en este tipo de estafas por manipulación: convencer a su cliente de que su familia y amigos eran malas influencias para su aura. Su hermano Peter le escribió: “Desgraciadamente, esto ha pasado antes y volverá a pasar, porque tu sanadora te pide más dinero a medida que te vuelves más adicta a ella. Aunque crees que ésta es especial, te está costando mucho dinero. Espero que busques una segunda opinión antes de que esto te cueste todos tus amigos, familia, casa y propiedades”.
Finalmente, tras hacer unas comprobaciones con el banco, una de la ahijadas de Pratt llevó al caso a la policía. Puesto que Martha’s Vineyard es pequeño, resultó que el detective al que le asignaron el caso, Sean Slavin, era vecino de Pratt y había visto a la mujer trabajando en el jardín. Acudió a visitarla y le sorprendió el estado de desorden de la casa. Le preguntó:
–¿Va a mudarse?
A lo que ella contestó:
–Oh, sí, cuando mi sanadora acabe de exorcizar mis demonios y me lo permita.
Pratt admitió haberse gastado unos 15.000 dólares en una vidente. En realidad la cifra era de tres millones y medio.
Ahí arrancó una investigación para intentar condenar a la vidente por fraude. La defensa de Johnson alegó, entre otras cosas, libertad religiosa. Señalaron que quienes veían en todo aquello un fraude no compartían las creencias de Pratt y Johnson. A pesar de la insistencia de Sean Slavin, el caso no pudo prosperar debido a que la legislación estadounidense tiene un agujero con estos casos que permite a muchos videntes y similares salirse con la suya. Lo que sí logró hacer el FBI es iniciar una investigación fiscal de Johnson, que declaraba ganar 4.000 dólares al año. En realidad, muchos meses Pratt le enviaba hasta 50.000.
Para entonces, la familia ya había logrado cortar el vínculo entre ambas, aunque la vidente no dejó ir a su clienta más lucrativa así como así. Estuvo llamándola por teléfono hasta que tuvieron que cambiar el número de la casa. La demencia que ya sufría Pratt empezó a acelerarse y la trasladaron a una residencia asistida. En 2018, un juzgado de Florida condenó a Johnson a devolverle 3.567.300 dólares a su víctima y otros 800.000 al fisco, y le impuso una pena de 26 meses de cárcel. Vera Pratt ya estaba muy deteriorada como para enterarse. Falleció un mes después, a los 82 años. El periódico local, el Vineyard Gazzette, la despidió en su obituario como “pintora y filántropa”. “Será recordada por su altruismo, sus vívidas pinturas de los paisajes de Martha’s Vineyard, sus bonitos jardines y su amor por la naturaleza”. La Vidente Angela ya ha salido de la cárcel y se cree que sigue practicando los servicios de sanación para clientes millonarios.
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