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La industria británica se resiente de la salida de la UE


El economista francés Jean Pisani-Ferry escribe en un reciente artículo que la economía ha sido conquistada por la geopolítica y que el reto es aprender a vivir con ello. En el caso del Brexit, lo apropiado sería decir que la economía ha sido conquistada por la política a secas y los datos empiezan a reflejar las consecuencias de ese cambio.

Desde que el Brexit entró plenamente en vigor, el pasado 1 de enero, las cifras del comercio exterior británico han estado marcadas por la volatilidad. En los meses de marzo, abril y mayo el saldo entre importaciones y exportaciones registró valores positivos, para alborozo de los euroescépticos, pero desde entonces los números rojos no han hecho más que crecer.

“Los datos de comercio de los primeros meses no son representativos. Ni el caos inicial del primer trimestre, ni la moderada recuperación de los meses posteriores. Los efectos importantes sobre el comercio son a medio y largo plazo (reajustes de proveedores, diversificación, …). Aun así, ya se confirma una tendencia de desaceleración de las exportaciones del Reino Unido a la UE, derivada del mayor papeleo y de la complejidad”, señala Enrique Feás, investigador principal del Real Instituto Elcano.

El análisis de los datos correspondientes al mes de agosto, los últimos disponibles, revela una caída tanto de las importaciones como de las exportaciones. En el caso de las ventas al exterior, las caídas se han centrado en los aparatos mecánicos y los vehículos a motor. La apuesta del primer ministro, Boris Johnson, por un Reino Unido global (Global Britain) se ve reducida a mínimos: las ventas a países no europeos son apenas 200 millones de euros superiores a las de la UE, la menor diferencia en lo que va de año. Y la Oficina Nacional de Estadísticas (ONS) advierte que el comercio exterior se está viendo afectado negativamente por los problemas de contratación y la escasez de transportistas, dos factores que no parece que vayan a cambiar a corto plazo.

“La estructura geográfica no es fácil de variar, porque desde hace tiempo rige una especie de ley de la gravedad en el comercio, por la que se comercia mucho más con países cercanos y grandes que con remotos. Eso dificulta el objetivo del Reino Unido de reemplazar el comercio con la UE por comercio con EE UU o países de la Commonwealth”, subraya Feás.

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Para las Cámaras de Comercio británicas los datos de comercio resultan “preocupantes” porque “revelan que el Reino Unido está comerciando menos con la Unión Europea que hace tres años”. Las exportaciones a Alemania, por ejemplo, segundo destino del comercio exterior británico, se han reducido en la primera mitad del año un 11%. Por primera vez en los últimos 70 años, el Reino Unido ha dejado de estar entre los 10 principales socios comerciales de Alemania, según ratificó el mes pasado la oficina federal de estadísticas de Alemania.

Eso significa que el Reino Unido está perdiendo cuota de mercado, lo que los expertos atribuyen a una pérdida de competitividad. Así lo aseguraba esta semana la Sociedad de Fabricantes y Comerciantes de Automóviles (SMMT), que aseguraba que los costes de producción, medidos en tiempo y recursos, habían aumentado por la salida de la UE. Su director general, Mike Hawes, afirmó: “El coste de cumplir las nuevas normativas ha hecho que el Reino Unido sea potencialmente menos competitivo en comparación con algunos de nuestros homólogos europeos”.

Hay problemas comunes a todos los países, como la falta de procesadores y las dificultades en la cadena de suministro global. Pero en el caso del Reino Unido, el Brexit ha agravado la situación de la economía. El PIB creció en agosto un 0,4%, ligeramente por debajo de lo previsto, pese a que las restricciones para combatir la pandemia se levantaron en su totalidad el 19 de julio. La ONS también revisó a la baja los datos de julio por la debilidad de la industria y la construcción. Pese a todo, el Gobierno asegura que la recuperación sigue adelante. “El Reino Unido tiene la previsión de crecimiento más elevada del G-7 este año. Nuestro plan está funcionando”, aseguraba en Washington el titular de Economía, Rishi Sunak. Cierto es que las perspectivas del Fondo Monetario Internacional (FMI) apuntan que la economía británica crecerá este año un 6,8%, la mayor tasa entre las grandes potencias, pero sus cálculos también recogen que, a diferencia del resto del G-7, el PIB del Reino Unido será en 2024 todavía un 3% inferior al nivel de antes de la pandemia.

Pese a sus declaraciones, el Ejecutivo de Johnson va retrasando algunos de los controles acordados en el plan de salida de la UE por su evidente impacto sobre la actividad. “Queremos que las empresas se centren en su recuperación de la pandemia en lugar de tener que lidiar con nuevos requerimientos en la frontera, que es por lo que hemos establecido un nuevo calendario más pragmático para la introducción plena de los controles”, aseguraba el ministro para el Brexit, David Frost, el pasado jueves. El Gobierno británico ya ha pedido renegociar el Protocolo de Irlanda del Norte, revisar dónde se establece la frontera física del Reino Unido con la UE sin romper la unidad de mercado del país ni amenazar los acuerdos de paz de Viernes Santo con la República de Irlanda. Por lo pronto, la plena certificación de productos alimenticios y animales se retrasa a julio de 2022, aunque las declaraciones aduaneras entrarán en vigor el próximo 1 de enero como estaba previsto.

El escenario es complicado. Tanto que Nick Andrews, de Capital Economics, augura que la economía británica entrará en recesión en 2022. “La combinación de elevados precios de la energía, problemas en la cadena de suministro y las tensiones en el mercado laboral provocará un repunte inflacionista generalizado”, advierte el analista, que prevé que el Banco de Inglaterra empiece a subir los tipos de interés antes de fin de año. “En el actual contexto, la lucha contra la inflación significa que la economía británica afrontará con toda probabilidad una recesión en 2022″, concluye.

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