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La inflación no es el problema

Un puesto de fruta y verdura en un mercado de Buenos Aires.
Un puesto de fruta y verdura en un mercado de Buenos Aires.Juan Ignacio Roncoroni / EFE

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A medida que se suceden los indicadores de recuperación económica, emergen también repuntes en los precios de los bienes y servicios. Estas elevaciones son más explícitas en las economías donde la expansión es más intensa, reflejo igualmente de estímulos monetarios y fiscales más agresivos.

El caso de EE UU es el más destacado y también el que ha generado algo más de tensión en los mercados financieros. Ese 4,2% de aumento del índice de precios al consumo durante abril y, en mucha menor medida, el 2% en la UE han levantado alarmas que son excesivas. En primer lugar, porque el efecto base, el punto de partida sobre el que se calculan esas variaciones, era bajo; no hace muchos meses los precios no crecían o decrecían en las principales economías del mundo. La segunda razón es la propia composición de los índices en estos meses de repunte: en todos los casos las elevaciones son la consecuencia en una elevada proporción de factores transitorios, en gran medida derivados de esa intensa traslación del ahorro embalsado durante la pandemia a consumo. También del ascenso, igualmente circunstancial en los precios de algunas materias primas. En ninguna de las economías hay presiones salariales significativas que pudieran llegar a enquistar esas presiones inflacionistas.

Es razonable, por tanto, que la reacción de los principales guardianes de la estabilidad de los precios, los bancos centrales, sea de transmisión de tranquilidad, consecuente con el análisis de esas alzas en precios y, muy especialmente, con la ausencia de factores que pueden determinar una tendencia manifiestamente inflacionista a medio plazo. Claro que deben contemplar todos los escenarios posibles y anticipar con la amplia información disponible los riesgos de pérdida de control de ese posible desequilibrio. Pero hacen bien en procurar evitar pendulazos en la percepción de la propia fase de recuperación, que podrían llegar a interrumpirla.

Los estímulos que han adoptado las autoridades de todas las economías avanzadas han evitado males peores, pero todavía no disponemos de absolutas garantías de que la fase de recuperación sea irreversible. No son pocas las amenazas que se ciernen sobre el horizonte a medio plazo. La más destacada probablemente sería la precipitación en la adopción de decisiones de endurecimiento de las políticas monetarias o fiscales de las economías. Las principales instituciones, incluido el FMI, consideran que el objetivo principal ahora es mantener el impulso de la recuperación y extenderlo más allá de las economías avanzadas. La observación del comportamiento de los consumidores, que hoy permiten los indicadores de alta frecuencia, y la del grado de competencia en los mercados deberán confirmar esa tranquilidad que hoy transmiten sin excepción todos los bancos centrales.


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