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La invasión rusa de Ucrania en la historia del mundo


Es muy pronto aún en esta guerra. Todo lo que sabemos es que Vladímir Putin ha ordenado un ataque brutal y no provocado contra Ucrania, un Estado democrático cuyo único delito fue tomar la decisión soberana de acercarse política, social y económicamente a Occidente.

Mientras escribo esto, aquí en mi escritorio en Berlín, me distraen regularmente las actualizaciones de Twitter que muestran escenas terribles que parecen pertenecer a la historia del siglo XX de Europa, no a su presente del siglo XXI. Los helicópteros rusos sobrevuelan los suburbios de Kiev, donde hace apenas unas semanas tomaba café con amigos ucranios relajados y estoicos que dudaban de que Rusia fuera realmente a atacar. Los atascos bloquean los bulevares de la época soviética de la capital del país, mientras los residentes de la ciudad tratan de salir en busca de seguridad hacia el oeste de la nación y la Unión Europea —durante una entrevista en Kiev el mes pasado, un contacto me dijo que había planeado una ruta de salida a través de las callejuelas; lo que entonces parecía excesivo, ahora parece sensato—. Los tanques destruidos por el fuego de artillería ya están abandonados al lado de las carreteras que conducen, en última instancia, a Varsovia, Berlín, París y Madrid.

Puede que sepamos poco sobre lo que está ocurriendo y lo que ocurrirá después. Pero sí sabemos esto: Europa se encuentra en un punto de inflexión histórico. El orden político y de seguridad del 23 de febrero se había transformado cuando amaneció el 24 de febrero, y con él el grotesco discurso de Putin al pueblo ruso afirmando que atacaba para “defender a las personas que han sido víctimas de abusos y genocidio”. El mundo había cambiado. La historia había dado un nuevo giro. Pero ¿un giro hacia qué?

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En la propia Ucrania, el horizonte parece oscuro. El presidente de Rusia parece querer un cambio de régimen. En su discurso de esta mañana dijo: “Nos esforzaremos por desmilitarizar y desnazificar Ucrania”. Parece querer derrocar el orden prooccidental que ha dirigido el país desde que lo atacó por primera vez en 2014, después de que las protestas expulsaran del poder al prorruso Víktor Yanukóvich por bloquear un acuerdo de asociación con la UE. La revista Foreign Policy afirma que múltiples fuentes de espionaje occidentales han predicho que la invasión hará que Rusia detenga o asesine a un gran número de activistas y políticos prodemocracia y anticorrupción. Un pensamiento horrible, pero que expresa la nueva realidad internacional.

También es difícil imaginar que Putin sustituya el Gobierno democrático de Ucrania por algo estable. La mayoría del país apoyó el rumbo hacia el Oeste. Un Gobierno pro-Kremlin no sería seguro ni gozaría de ningún tipo de consentimiento establecido. Es muy probable que se produzca una guerra entre partidos —Ucrania tiene una larga historia en este sentido, que se remonta a la Segunda Guerra Mundial—. Significaría una lucha y un sufrimiento en un gran país europeo de unos 43 millones de habitantes que no duraría semanas sino años, un país cuyo único “crimen” es haber intentado decidir su propio futuro.

En cualquier caso, el ataque de Putin tendrá otras repercusiones importantes. Es probable que provoque la mayor crisis de refugiados en Europa desde las secuelas de la Segunda Guerra Mundial. Las estimaciones de Estados Unidos sugieren que hasta cinco millones de personas huirán del país hacia la UE. Ya hay colas de coches en las fronteras de Eslovaquia y Polonia. Europa debe acoger a estos inmigrantes y darles refugio mientras lo necesiten. Dejemos que surjan nuevos barrios como Pequeño Kiev en las principales ciudades de la UE, preservando la llama de la cultura y la identidad ucranias. La guerra también podría crear “zonas grises” internacionales, campos de conflicto donde ninguna jurisdicción nacional tiene el control, espacios donde el contrabando de armas y drogas puede prosperar. Esto también es una amenaza que hay que gestionar.

Además, está el panorama europeo más amplio. ¿Cómo se extenderá el conflicto a otros países? Los efectos desestabilizadores de la guerra entre Rusia y Ucrania podrían extenderse fácilmente a otras partes del continente. La expansión militar de Putin ya ha convertido a Bielorrusia en una casi colonia de Moscú. Esto amenaza el estrecho corredor de Suwalki, la franja de 100 kilómetros de frontera entre Polonia y Lituania que conecta los Estados bálticos con el resto de la UE y la OTAN.

Al norte, los Estados de Finlandia y Suecia, que durante mucho tiempo fueron neutrales, están considerando la posibilidad de entrar en la OTAN. Al sur, el ataque de Rusia también atraerá pronto a Transnistria, otra franja separatista de Moldavia controlada por Rusia, al igual que Ucrania, una antigua república soviética que ahora busca un futuro mejor como parte de Europa. El conflicto en Ucrania también podría agravar las tensiones en los Balcanes y, especialmente, en Bosnia, donde los dirigentes serbios locales intentan ahora desprenderse de la estructura federal creada por los Acuerdos de Dayton de 1995.

Occidente impondrá severas sanciones al régimen de Putin. Alemania ya ha suspendido el crucial gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y su propia costa norte. De hecho, en todo el continente los políticos que antes eran afines a Moscú parecen estar reconsiderando sus opiniones. Rolf Mützenich, un socialdemócrata alemán conocido desde hace tiempo como una paloma en Rusia, llama ahora a Putin “criminal de guerra”. Miloš Zeman, presidente de la República Checa y viejo amigo del Kremlin, exige ahora sanciones más duras contra Rusia. El tiempo dirá si estas aparentes conversiones son duraderas, pero Europa parece estar experimentando una transformación en su política exterior,

En la propia Rusia el panorama es sombrío. El índice bursátil Moex se desplomó cuando se confirmó que las fuerzas rusas estaban atacando Ucrania. La UE, Estados Unidos y Reino Unido están actuando con razón contra los oligarcas cercanos al régimen de Putin. Esto podría incluso desestabilizar el propio régimen. ¿Y si los oligarcas se movilizan contra el presidente, hartos de que sus conflictos fabricados con Occidente perjudiquen sus negocios? ¿Y si los rusos de a pie se cansan de las sanciones occidentales causadas por las provocaciones de Putin? El resultado podría ser la agitación y la inestabilidad en el país con más ojivas nucleares, una perspectiva que es simultáneamente bienvenida —Putin parece haber perdido el contacto con la realidad— y alarmante —Rusia tiene más ojivas que cualquier otro país, por lo que la agitación allí podría causar un caos más amplio—.

¿Y qué pasa con el equilibrio de poder mundial? No cabe duda de que la OTAN reforzará ahora sus flancos orientales, añadiendo fuerzas en los países bálticos, Polonia y quizás Rumania. En general, el este de Europa formará una línea divisoria mucho más marcada entre la alianza occidental, por un lado, y Rusia, Bielorrusia y cualquier Gobierno títere en Ucrania, por otro. Y luego está el panorama mundial más amplio. China observará de cerca cómo Putin destruye Ucrania. Los precedentes establecidos en el Donbás y en los alrededores de Kiev darán forma a los propios diseños de Pekín en Taiwán. Y también en las décadas venideras.

En otras palabras, el mundo ha cambiado. Putin está en proceso de alejar violentamente a Ucrania de Occidente, un ataque que debe ser respondido con sanciones inflexibles. Los gobiernos occidentales deben preparar a sus pueblos para los costes de esos cambios y las objeciones de Moscú.

En respuesta a esas objeciones, deben transmitir un mensaje claro. Ucrania es un país democrático, que buscó forjar su propio camino, y que ahora está siendo invadido, torturado y mutilado como respuesta. Merece nuestro apoyo. No porque sea probable que gane —el gasto en defensa de Rusia es unas 10 veces superior al de Ucrania—, sino porque merece luchar con dignidad y con el apoyo de otras democracias. Si lo hace o no, marcará las décadas venideras.

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