La izquierda italiana lleva casi dos décadas empalmando gobiernos y obteniendo en casi cada elección un resultado peor al anterior. Las famosas corrientes, familias de procedencia diversa que terminaron en el gran contenedor del Partido Democrático (PD), han continuado su lucha cainita con breves espacios de reconciliación para volver al poder. La última pirueta la obró Enrico Letta, actual secretario general, entrando en el Ejecutivo de concentración nacional de Mario Draghi hace casi dos años. Parecía una buena idea, un proyecto responsable. Visto con perspectiva, cree ahora el propio Letta, fue un error. “Nos ha penalizado. Nunca más hay que volver a hacerlo”, señaló este jueves en la apertura del encuentro federal que debe poner las bases para la refundación de la socialdemocracia italiana.
La puesta en escena del jueves consistió en una suerte de tormenta de ideas telemática en la que cada uno dijo la suya sin llegar a ningún atisbo de conclusión. El plan es celebrar un congreso a finales de enero y convocar un proceso de primarias en marzo, del que debería salir un nuevo secretario. Pero nada de todo esto es nuevo. El PD lleva usando este procedimiento demasiados años para pensar que puede funcionar. Las últimas elecciones, más allá de arrojar otro resultado mediocre (19% de los votos, frente al 26% de un partido emergente como Hermanos de Italia), ha puesto en evidencia la falta de sentido estratégico y la incapacidad para tejer alianzas. El Partido Democrático necesitaba un socio para concurrir en coalición a las elecciones y aprovechar las ventajas del actual sistema electoral. Pero Letta rechazó al Movimiento 5 Estrellas. El problema, sin embargo, no es solo suyo.
El Partido Democrático, según bromean hoy sus integrantes, nació tarde y mal. El PD se fundó en octubre de 2007 como producto de la fusión de algunas de las corrientes progresistas —o no conservadoras— de la vieja Democracia Cristiana (DC) y del Partido Comunista Italiano (PCI), transformado en Partido Democrático de la Izquierda (PDS) en 1991, y luego en Demócratas de izquierda (DS) en 1998. Ayudó el abandono de los postulados comunistas y de la descomposición del PCI, la formación comunista más importante al otro lado del Telón de Acero durante décadas.
La idea era imbatible. Unir en un partido las dos fuerzas políticas dominantes de las últimas décadas en Italia. La Democracia Cristiana y el Partido Comunista. Pero esa naturaleza, muy a menudo demasiado heterodoxa, lo ha hecho ingobernable durante los últimos años. Además, como señalaron los participantes en el debate inaugural de este proceso, el PD ha estado cada vez más alejado de la clase trabajadora y más obsesionado en permanecer en el poder. Aunque las urnas no le hubieran concedido esa legitimación. Al final, el PD terminó pareciéndose más a la Democracia Cristiana que a ningún otro partido. Pero sin su vigor electoral.
La primera conclusión parece clara: aliarse con la derecha es una mala idea. La tendencia recorrió Europa en el último lustro tras el experimento alemán de la gran coalición. Pero más allá de Berlín, la estrategia no ha obtenido resultados para la socialdemocracia. De hecho, Letta advirtió ya de que “cuando caiga el Gobierno”, el PD pedirá “elecciones anticipadas” y no otro Gabinete “de salvación nacional”.
El actual secretario del PD se despidió de la militancia y agradeció el apoyo recibido. Pero se negó a permanecer en el cargo más allá del periodo ya establecido para dar más tiempo al partido a reorganizarse. “Agradezco a todos los que me pidieron un compromiso a más largo plazo, pero lo consideraría un error para ustedes y para el partido. Comencé mi militancia política de joven, fui ministro en 1998 y es correcto que entre en juego una clase dirigente más joven capaz de desafiar al Gobierno de Giorgia Meloni, una mujer joven”, animó Letta. Y ese, justamente, será ahora uno de los desafíos del partido.
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La líder de Hermanos de Italia se convertirá antes de que termine el mes en la primera mujer que asume el mando del Gobierno de Italia. Un avance social que liquida un techo de cristal histórico que subraya, todavía más, la desaparición de la izquierda. La sucesión de Letta deberá dirimirse en unas primarias. Y el candidato mejor situado ahora es el presidente de Emilia-Romaña, Stefano Bonaccini. Pero también se tiene en cuenta el ascenso de su vicepresidenta, Elly Schlein, que se ha convertido en uno de los iconos de la izquierda y de los derechos LGTBI, así como al actual ministro de Trabajo, Andrea Orlando, o al subsecretario Peppe Provenzano.
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