La última vez que España ganó una medalla olímpica en K4 era 1976; los integrantes de aquella hazaña llevaban una piragua hecha a medida por un artesano asturiano con un molde macizo de madera y la cara exterior de cedro. Era un modelo inédito que en los años siguientes copiaron otros fabricantes y utilizaron otros equipos nacionales. La de 2021, con la que Saúl Craviotto, Marcus Cooper, Carlos Arévalo y Rodrigo Germade buscan el oro en Tokio (las eliminatorias son el 6 de agosto), se ha fabricado en Portugal, en la fábrica de Nelo. Se han hecho tres ejemplares; dos partieron hacia Tokio a mediados de mayo. Como es una embarcación hecha a medida, hay que tener una de repuesto durante los Juegos, porque si se rompe una pieza, al ser personalizada, no se puede sustituir. Con el tercer ejemplar han estado entrenando los piragüistas durante estos últimos cuatro meses en el cuartel general de Trasona, Asturias.
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Allí, un día de principios de junio a las nueve de la mañana, no hay nadie. Hace fresco, aunque asome el verano. Es un entorno tranquilo en medio de la naturaleza. Se oye una única voz, por encima de todo. La de Miguel García, el técnico del K4-500. “Venga señores, vamos a aguantar ahí. Aunque no os lo creáis, no está cayendo el tiempo, estáis clavando los de estos días. ¡Juntos, eh, juntos! Arévalo, no bajes”, grita desde la motora, mientras sigue a sus pupilos en el entrenamiento. Están trabajando las salidas y el cambio de ritmo en el último tramo de carrera. Son días de series revienta brazos y pulmones. Días de poner a prueba el lactato, el compuesto orgánico que genera el cuerpo al quemar calorías para obtener energía: cuanto más tolera el organismo, mayores distancias en menos tiempo.
Cuenta Arévalo, gallego de 27 años y el encargado de dar la señal cuando hay que hacer el cambio de ritmo y meter una marcha más, que nunca en su vida había entrenado tanto. “Cualquier persona a mi alrededor te puede contar cómo de destrozado y reventado he llegado a casa todos los días desde enero. Ha sido duro, está siendo duro… pero es un objetivo ambicioso”. García, el técnico, corrobora la dureza del tramo final de preparación: “Saúl acabó vomitando el otro día, hacía tiempo que no lo hacía en entrenamiento… en competición le suele pasar más”.
El K4-500, firme candidato a una medalla en el Canal Sea Forest, sede del piragüismo sprint en Tokio, ha pasado de verse envuelto en una polémica interminable en los selectivos internos por las denuncias de amaño de Carlos Garrote, a rearmarse y ganar el oro en la Copa del Mundo de Szeged en mayo. Ese día se impusieron a la todopoderosa Alemania. Los técnicos alemanes fueron directos al hangar de España para felicitar a Miguel García y a los piragüistas. Esa carrera, la primera desde agosto de 2019 debido a la pandemia, fue una prueba también para la nueva embarcación.
Nueva distribución de los pesos
García explica las modificaciones que han hecho en el nuevo modelo. “Queríamos buscar algo más radical que mover simplemente los asientos hacia atrás o hacia adelante. Y lo hicimos. Movimos toda la distribución de los pesos dentro de la embarcación, tanto las bañeras como las posiciones en las que están colocados los chicos. También modificamos el volumen del casco: es la parte de debajo de la piragua, lo que va debajo del agua, la obra viva que la llaman en náutica”.
Da la casualidad que, a diferencia de casi todos los países, que tienen una distribución de los pesos más compensada, el marca del barco español [Saúl Craviotto, el que va a proa] es el que más pesa. “Saúl pesa 97 [kilogramos], casi 10 kilos más que los otros: Arévalo pesa 88, Cooper 86 igual que Germade y eso hace que el peso total, 357, esté muy desplazado adelante, por eso buscamos una mejor distribución”, explica García. El miembro del equipo que va a proa es el que marca el ritmo de competición y de palada. Cooper (el segundo) transmite todo lo que hace el marca a los demás y hace a la vez de transmisión de los que empujan atrás. Es el nexo entre unos y otros. Arévalo (el tercero) aporta la fuerza. Germade (el que está sentado en la popa) es el que da equilibrio y estabilización: el encargado de no complicar el deslizamiento.
¿En qué se traduce esa distribución de los pesos y qué efectos tiene el cambio? Contesta García: “Antes de poner la embarcación en marcha [el barco pasa de cero a alcanzar un pico de 27,5 km por hora], cuando está quieta, está hundida; a medida que coge velocidad sale del agua un poco. La distribución de los pesos tal y como la teníamos hacía que nos costara más ponerla en marcha más rápido porque todo el peso está adelante. Cuando la proa se levanta, se estabiliza la parte de atrás. Buscamos que planee un poco”.
Eso, en la salida. ¿En la parte final? Contesta de nuevo el técnico. “Creemos que va a ser importante también porque es el tramo en el que el barco, debido a la fatiga, empieza a perder velocidad. Buscamos que esa velocidad caiga menos y se entierre menos de proa”. Las modificaciones están funcionando. Hubo semanas de pruebas y de ajustes con el fabricante para averiguar si el barco iba a aguantar ese desplazamiento en carrera. Lo hizo.
Y desde mediados de mayo, desde que volvieron con el oro de la Copa del Mundo, han trabajado sin pausa en lo que faltaba por afinar. Lo cuenta Marcus Cooper: “Hemos trabajado el ritmo de competición, el ritmo máximo, el de aguantar a un ritmo alto de paladas, y fuerza, el de acoplarnos cuando se va a la máxima velocidad. Era el tramo que nos faltaba por entrenar antes de los Juegos”.
El K4-500 aterrizó en Tokio el 16 de julio para que Craviotto, abanderado de la ceremonia de inauguración, llegara con tiempo. Y advierte: “Este K4 tiene muy buena pinta, pero siempre hay que tener los pies en el suelo, los rivales también están intentando ser más rápidos. Los alemanes ahora están heridos y llevan dos meses dejándose la vida para intentar recortar distancias. Creo que podemos hacer algo grande, pero a veces no depende solo de nosotros…”.
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