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La mayoría de infecciones siguen escapando al radar


Si el coronavirus fuera un mago, tendría todo preparado para ejecutar un nuevo truco. Mientras todo el mundo mira lo más vistoso, los brotes que surgen con unas decenas de positivos aquí y allá, el foco no señala la otra mano, los lugares donde se está transmitiendo soterradamente. No son pocos. Sanidad calcula que solo detecta alrededor un tercio de los casos y, entre ellos, cuatro de cada diez no tienen vínculo conocido con otro contagiado. Aunque el control es mucho mayor que hace unos meses, la transmisión continúa silenciosa y algunos expertos alertan de que puede dar un susto en cualquier momento.

El vaso se puede ver medio lleno o medio vacío. Fernando Simón, director del Centro de Control de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), trata de ser optimista en sus comparecencias. En la última, el pasado jueves, destacaba la mejora con respecto al inicio de la epidemia, cuando solo se detectaron alrededor de un 10% de las infecciones. Este cálculo se obtiene cruzando los datos oficiales de los informes diarios con los que arroja la encuesta de seroprevalencia.

En la segunda oleada ya se comprobó que si se extrapolaban sus resultados, la conclusión era que la detección era del 20% de promedio, un porcentaje que llegaba “al menos a 30% o 35%” en las últimas semanas. Falta la tercera y última oleada, en la que Sanidad prevé que este porcentaje suba. Simón, además, advierte de que al basarse en una encuesta, hay que tomar los datos con cierta cautela y que no se sabe exactamente cuántos se escapan al radar. En cualquier caso, parece improbable que, margen de error y mejora incluida, el sistema esté detectando más de la mitad de los contagios que realmente se producen.

Una de las claves es la amplia porción de asintomáticos. En la encuesta, un tercio de las personas que presentan anticuerpos del SARS-CoV-2 no mostraron signos de la enfermedad. Y el porcentaje es aún mayor entre los nuevos casos detectados: 6 de cada 10 eran asintomáticos. Es decir, se llega a ellos a través del rastreo de los positivos que sí tuvieron síntomas. Es lo que sucede en el mayor brote activo, el de Aragón, en el que el 95% no presentaba signo alguno de enfermedad. Esto, también, es parte de la visión más esperanzadora de la situación actual: el sistema comienza a funcionar.

Y hay más datos para que este amplio porcentaje de transmisión soterrada no nos tenga, por el momento, encerrados de nuevo en nuestras casas: la detección es rápida. Entre el desarrollo de los síntomas y la notificación pasan entre 24 y 48 horas, cuando al principio de la epidemia eran hasta 15 días. Así que un aumento rápido y agrupado se debería detectar velozmente. Además, los asintomáticos transmiten menos la enfermedad, por lo que todo lo que se queda fuera de los informes puede ser una bomba de relojería, pero no es seguro que explote.

Joan Ramón Villalbí, presidente de la Sociedad Española de Salud Pública (Sespas), enfatiza que los sistemas de detección, sin ser perfectos, han aumentado mucho su capacidad. “Es una gran mejora con respecto a lo que teníamos. Hemos de asumir que el virus está circulando entre nosotros. Hay gente que es muy prudente y que seguramente es improbable que se contagie, y otra que lo es menos y es más probable que se infecte”, explica. En su opinión, “vamos bastante bien”. “Los casos detectados precozmente no son graves, sino leves, incluso asintomáticos, se escarba en los convivientes, los contactos, se detectan más y creo que estaremos así durante tiempo. Si en algún punto se descontrola esperemos que sea muy local y se puedan limitar las medidas más extremas a una zona, municipio o comarca”, continúa.

Pero el vaso también se puede ver medio vacío. “Me parece peligroso que haya un 40% de casos a los que no le encontramos vínculos, es la otra cara de la moneda”, afirma Rafael M. Ortí Lucas, presidente de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene. “Eso es lo que pasó al principio, no me extrañaría que el virus ya circulara por enero o febrero. Mientras sigamos localizando los brotes, estará bien, el problema es si de repente aflora una transmisión comunitaria por varios sitios con cada vez más casos sin vínculos”.

Esta es la verdadera amenaza y lo que preocupa a los expertos. Cuando llega un positivo, el seguir la cadena de transmisión es lo que da tranquilidad a los epidemiólogos. En el momento que quedan cabos sueltos y no hay sospechas de quién las pudo contagiar, aparece la amenaza. Por eso, Simón asegura que mientras hablemos de brotes será una buena noticia, porque querrá decir que están agrupados. “Gran parte sabemos de dónde proviene. Es cierto que se nos puede escapar alguno [en referencia a los casos], esperemos que no como se nos escapaban al principio. La mala noticia es que alguno se nos puede escapar y uno que se nos escape podría generar transmisión comunitaria que no hayamos identificado a tiempo, esperemos que no, pero podría pasar”, dijo el jueves.

¿Cómo evitar que se escape? Por un lado hay que asumir que es imposible detectar el 100% de los casos. Si una persona es asintomática y nunca da signos, pasará desapercibida al sistema. Pero en opinión de Ortí Lucas, se podría hacer más. El problema es que los servicios de salud pública de las comunidades autónomas, que son los encargados de detectar y prevenir los casos, son insuficientes, buena parte de los refuerzos que tuvieron en el peor momento de la crisis ya se retiraron y sus profesionales siguen a menudo en jornadas maratonianas haciendo su trabajo en condiciones que no les permiten completarlo de la mejor forma posible.

“Estamos exhaustos”

Media docena de trabajadores de estos servicios, que prefieren mantenerse en el anonimato, relatan a este periódico que los “parches” que se pusieron son insuficientes. “Se pueden estar quedando muchos casos fuera porque a la hora de rellenar los cuestionarios, de hacer las preguntas, no podemos hacerlo de la forma tan exhaustiva como sería necesario. Con el personal que tenemos, podemos rastrearlos todos o rastrear algunos bien, pero no las dos cosas”, señala uno de ellos, que también se muestra preocupado por todo lo que se queda fuera del radar. “Puede darnos sustos. Habría que monitorizar esa cifra [la de positivos sin vínculos] mejor y para eso es aconsejable devolverle la importancia que tiene”, continúa.

Y para monitorizarla hace falta más personal. “Estamos exhaustos”, confiesa otro de estos trabajadores que lleva más de tres meses sin descansar por completo prácticamente ningún día. Ortí Lucas pone el ejemplo del ejército: “Tenemos uno enorme con muchos medios preparado para actuar, pero parece que invertir en funcionarios que estén delante de un ordenador es tirar el dinero. Tenemos que intentar evitar las enfermedades antes de que se produzcan”. Su propuesta es que el presupuesto en prevención suba del 10% al 25% de la inversión en sanidad. Y termina con otro símil: “Si tienes un barranco por el que no paran de caerse personas, puedes gastarte un dineral en atenderlas en la UCI o mucho menos en poner una valla”.

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