Había tantos aviones que casi se tocaban las alas. Se oía el zumbido de las balas. Frank DeVita recuerda vívidamente esa mañana del 6 de junio de 1944 en que su avión fue alcanzado por la metralla alemana cuando aterrizaba.
Él debía bajar la rampa para facilitar el desembarco apenas el aparato llegase a la playa de Normandía y luego subirla cuando ya no quedasen soldados.
La rampa fue un escudo que le salvó la vida y las de otros compañeros. El timonel le gritó que la bajase, pero en medio de tanta balacera él no lo escuchó.
El timonel insistió.
“Me paralicé. Sabía que si bajaba la rampa entrarían las balas y en cinco minutos probablemente estaría muerto”, recuerda el soldado en su casa de New Jersey.
Pero DeVita finalmente bajó la rampa y dice que de inmediato 14 o 15 soldados fueron abatidos por la metralla.
Pasaron casi 75 años desde que DeVita y sus compañeros de la Guardia Costera transportaron una oleada tras otra de soldados estadounidenses a la Omaha Beach, el nombre que le dieron los estadounidenses a una playa cerca de la localidad francesa de Sainte-Honorine-des-Pertes.
Igual que otros sobrevivientes del Día D, no habló de lo vivido por décadas. Pero ahora que quedan pocos sobrevivientes, siente la necesidad de compartir sus experiencias para que la gente entienda los sacrificios que se hicieron en Normandía.
Esa es una de las razones por las que irá a las conmemoraciones del 75to aniversario de la invasión. El desembarco de 160,000 soldados aliados cambió el rumbo de la guerra contra la Alemania nazi. Y las vidas de quienes pelearon allí y sobrevivieron.
Vincent Corsini, de 94 años, fue transportado a la playa ese día. Había habido algunas alertas falsas, pero él sabía que el 6 de junio era diferente. Había algo en el aire, según cuenta.
Hablando desde la residencia para ancianos donde vive en Carolina del Norte, dijo que veía caer las balas de las ametralladoras en el agua cuando desembarcó, llevando consigo un mortero de 60 milímetros.
En determinado momento, en medio del bullicio, escuchó a alguien pidiendo ayuda en el agua. Dejó buena parte del equipo que tenía, abandonó su puesto al pie de una colina sobre la playa y regresó al agua a ayudar a su compañero.
“De repente veo a alguien que dispara desde la colina”, expresó. La bala le pasó raspando una oreja. Corsini pudo arrastrar a su compañero hasta la orilla, pero nunca supo que fue de él.
Muchos soldados se habían entrenado a fondo para la guerra, pero nunca habían estado en combate.
Dennis Trudeau era un paracaidista canadiense de 19 años. Recuerda que sus compañeros bromeaban el 5 de junio y hablaban de pasar la Navidad en París.
Pero cuando se subieron al avión, se acabaron las chanzas. Horas después, uno amigo suyo de su unidad murió cuando unidades canadienses bombardearon por error un sector aliado.
Visiblemente conmovido, Corsini recuerda que el soldado pedía por su madre cuando murió.
“Es algo muy doloroso cuando te entrenas con alguien, comes con alguien, duermes con esa persona y peleas con él. En menos de tres horas, lo habíamos perdido”.
En cuestión de horas, los combates se acabaron para Trudeau, quien fue capturado por los alemanes y pasó el resto de la guerra como prisionero.
Algunos veteranos del Día D regresaron varias veces a Normandía. Para otros, como Eugene Deibler, de 94 años, esta será la primera vez. Le sorprende un poco el interés que recibe el aniversario y le preocupa la idea de que la gente se olvide de todo.
“¿Cuántas personas se acuerdan de la Guerra Civil? ¿Cuántas se acuerdan de la Primera Guerra Mundial? Lo mismo pasa con la Segunda Guerra Mundial. Con el tiempo se olvidarán también”.
Es por ello que Steve Melnikoff, de 99 años, habla de sus experiencias.
Cuando desembarcó en Omaha Beach el 7 de junio de 1944, un día después del Día D, la victoria no estaba garantizada. Su unidad estuvo a cargo de la reconquista de la ciudad francesa de Saint-Lo y debió cruzar terrenos llenos de arbustos detrás de los cuales podían esconderse soldados alemanes.
Recuerda una batalla en particular, la de la Colina 108, por su ferocidad. Los alemanes habían matado a su amigo y una hora después él también recibió un balazo. Mientras caía, vio que su teniente también estaba siendo baleado.
“Lo alcanzaron las balas de la misma metralla. Permaneció de pie, recibiendo todos estos disparos. Cuando cesaron las balas, cayó al piso. Estaba muerto”, relató Melnikoff.
Este año regresará al cementerio estadounidense de Colleville-sur-Mer, donde están enterrados 9,380 soldados estadounidenses. Probablemente también esté allí el teniente que recibió los balazos que pudieron ser para él. Abundan los héroes en ese sitio.
“Tengo que ir y ser agradecido”, dijo el anciano.
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