La líder del Partido Unionista Democrático (DUP, en sus siglas en inglés) y ministra principal de Irlanda del Norte, Arlene Foster, se ha adelantado a una rebelión interna que la tenía ya acorralada y ha anunciado su dimisión: el 28 de mayo soltará las riendas de la formación, y a finales de junio abandonará el Gobierno. Foster se convierte de este modo en el chivo expiatorio de los errores históricos del unionismo. El DUP favoreció la caída de la anterior primera ministra británica, Theresa May, al rechazar sus intentos de suavizar el impacto del Brexit en Irlanda del Norte. La formación apostó ciegamente por Boris Johnson, quien no tuvo reparo en desenganchar de la locomotora británica a esa porción del país y dejarla dentro del territorio aduanero y del Mercado Interior de la UE.
La sensación de haber sido traicionados ha estado detrás del resurgir de la violencia en las calles de Belfast o Derry en las últimas semanas. Foster ha tirado la toalla para evitar la derrota en una moción de censura impulsada por sus propios diputados. Su discurso de dimisión, en un vídeo grabado, ha tenido el tono de dignidad e inclusión que sus contrincantes siempre reclamaron, sin éxito, a una mujer tan dura como dura es la política en esa atormentada región de Europa. “Hay personas en Irlanda del Norte que se sienten británicos, otros se sienten irlandeses, y otros sencillamente norirlandeses. Los hay que se consideran una mezcla de las tres identidades, y algunos son ciudadanos nuevos y emergentes. Debemos aprender a ser generosos los unos con los otros, vivir juntos y compartir este maravilloso país”, decía Foster.
La abogada y política de 50 años, nacida en Enniskillen, ha estado durante cinco años y medio al frente de la formación fundada por el tan odiado como admirado reverendo Ian Paisley. De tan legendario personaje heredó una Irlanda del Norte en paz y un arreglo institucional con los republicanos para cogobernar el territorio, pero también un unionismo poco reconciliado con su papel histórico en los últimos 20 años y cada vez más convencido de ser la parte perdedora del conflicto.
Paradójicamente, ese resentimiento se agravó cuando el DUP vivía su mejor momento. Diez diputados en la Cámara de los Comunes otorgaron a la formación un peso inimaginable en la política británica, al ser el refuerzo necesario para que el Partido Conservador preservara su mayoría. Al mismo tiempo, los episodios de corrupción y autoritarismo en el Ejecutivo norirlandés (compartido por turnos entre unionistas y republicanos) y en el Parlamento autónomo de Stormont provocaron que Londres arrebatara a la región durante casi tres años (2017-2020) las competencias de autogobierno.
El DUP contribuyó con sus votos a rechazar el Acuerdo de Retirada de la UE que May negoció con Bruselas, por el que todo el territorio del Reino Unido se habría mantenido durante un largo periodo de transición en el espacio aduanero de la UE. Era la solución ideada por la ex primera ministra para que el país no se fragmentara. Los unionistas decidieron tensar la cuerda, y acabaron apostando por Boris Johnson. Para su sorpresa, el nuevo líder conservador decidió que su anhelado Brexit bien valía un desmentido y, a pesar de todas sus promesas, decidió dejar en el último momento a Irlanda del Norte dentro del Mercado Interior comunitario y crear, de hecho, una frontera en el mar de Irlanda.
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Ese ha sido el principal motivo del malestar y la rabia de las fuerzas paramilitares unionistas que siguen operando en Irlanda del Norte. Detrás primero de las pintadas en las que amenazaban a los trabajadores portuarios —el Gobierno de Belfast y la UE tuvieron que retirar durante unos días a su personal—, acabaron provocando, mediante la incitación de sus jóvenes seguidores, una violencia sectaria en las calles de Belfast y Derry como no se recordaba desde hacía muchos años.
Foster, quien no dudó en airear la traición de Johnson durante las semanas anteriores a que los disturbios estallaran, se convierte ahora en el sacrificio necesario de un partido en horas bajas, que necesita con urgencia reinventarse. El año que viene habrá nuevas elecciones autonómicas, y los dirigentes del DUP temen que sus votantes, irritados ante la actual situación, se abstengan u opten por opciones más radicales. Y lo que es peor, que se concrete su peor pesadilla, que el partido republicano Sinn Féin, que ha visto en el Brexit la mejor posibilidad de una reunificación de la isla, se alzara con la mayoría de los votos.
Junto a todas estas razones de fondo se suma la disputa moral y el conflicto de valores que sigue existiendo en un partido profundamente conservador. La decisión de Foster, junto a otros dos diputados del DUP, de abstenerse la semana pasada en la asamblea autónoma ante una propuesta para prohibir las llamadas terapias de conversión gay irritó al sector más radical de la formación. Paradójicamente Foster, quien en su discurso de dimisión ha animado a las mujeres jóvenes a romper el techo de cristal y entrar en política, abandona el partido con una imagen mucho más moderna y templada que los que se quedan dentro. Serán dos hombres, Gavin Robinson y Jeffrey Donaldson, quienes compitan ahora por el liderazgo del DUP.
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