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La misión de la OMS a Wuhan, en el limbo mientras suben los nuevos casos de covid en China


A Ma Lijun, de 29 años, y al resto de carniceros en el mercado de Niu Jie, el barrio musulmán de Pekín, le llegó el aviso de los administradores de las instalaciones. Después del brote de covid que la capital china había sufrido en junio, y que tuvo como origen otro mercado de abastos, todos los comerciantes en los puestos tenían que vacunarse. Al estar en contacto con alimentos y repartidores, se les consideraba trabajadores en sectores de riesgo.

“Nos convocaron a todos los comerciantes del mercado. Recibí dos inyecciones, gratuitas. No sentí ningún efecto secundario. Tuve que estar controlando la temperatura y avisar si notaba algún tipo de malestar o molestia. Me dijeron que si no me sintiese bien, tendría que ir al médico inmediatamente. Pero no me pasó nada. A ninguno de los compañeros tampoco, todos están perfectamente y ninguno ha tenido fiebre. Tampoco ningún otro síntoma especial”, cuenta este carnicero hui (una minoría china de religión musulmana). No tuvo, asegura, ninguna aprensión antes de vacunarse, ni se le pasó por la cabeza rechazar la medicina.

Como Ma, ya son más de un millón de personas —trabajadores de riesgo, estudiantes matriculados en el extranjero— las que han recibido en China alguna de las vacunas que desarrolla este país desde que tres de ellas (dos de la farmacéutica Sinopharm y una de Sinovac) recibieron autorización para su uso de emergencia el pasado verano. Aunque Pekín aún no ha dado a conocer los resultados de las terceras fases de las pruebas respectivas, acelera su distribución y planea reforzar el suministro, tanto dentro de su territorio como a otros países.

El Gobierno de Emiratos Árabes Unidos dio esta semana un gran espaldarazo a una de estas vacunas, la fórmula de Sinopharm que se prueba en su país y otros nueve más, informa Ángeles Espinosa. Afirmó que esta vacuna ha mostrado en la tercera fase, según resultados provisionales, una efectividad del 86% entre una muestra de 30.000 voluntarios. Por su parte, Coronavac —la vacuna de Sinovac— ha logrado en su fase I y II de pruebas que un 90% de 700 voluntarios produjeran anticuerpos tras la administración de dos dosis, aunque en niveles inferiores a los pacientes de covid que lograron recuperarse, según un informe publicado en The Lancet en octubre.

Las tres vacunas experimentales, que se prueban en el extranjero porque en China ya no hay suficientes casos, utilizan el método tradicional: la inoculación de restos desactivados de virus para que el cuerpo humano reconozca la amenaza y aprenda a fabricar anticuerpos específicos contra ella. Tanto Sinopharm como Sinovac aseguran que no han detectado efectos secundarios de importancia entre los vacunados.

Aunque se desconoce el porcentaje real de efectividad de ninguna de estas tres fórmulas, o si generan efectos secundarios, el Gobierno chino tiene suficiente confianza en ellas como para acelerar la fase final de desarrollo y distribución, y asegura que antes de que acabe el año tendrá disponibles 600 millones de unidades; mil millones el año próximo.

Dentro del país, varios Gobiernos locales han comenzado ya a presentar sus pedidos de vacunas. El martes, la provincia de Sichuan, que ha detectado cinco contagios locales en su ciudad de Chengdu —de 16 millones de habitantes—, anunciaba que inoculará a dos millones de trabajadores en actividades de riesgo a lo largo de este mes.

También ha intensificado el suministro al exterior. Tras el daño a la imagen del país que causaron las deficiencias en el suministro de equipo médico a otras naciones en la primera ola de la pandemia, el presidente chino, Xi Jinping, ha prometido que las vacunas chinas serán “un bien público global”. Indonesia, que participó en la fase III de la Coronavac, acaba de recibir 1,2 millones de dosis de concentrado para su fabricación local, y el mes próximo obtendrá otros 1,8 millones más, de un total de 50 millones pactados.

“Debemos estar preparados para una producción a gran escala”, instaba la semana pasada la viceprimera ministra Sun Chunlan durante una visita a las instalaciones de las principales fabricantes. Sun, que ha supervisado la mayor parte de las operaciones de control del virus desde que comenzó la pandemia, anunció planes para vacunar este mismo mes a los trabajadores en sectores de riesgo, un grupo que puede rondar —según las cifras del Centro de Control de Enfermedades chino— 18,5 millones de personas.

Repercusiones geopolíticas

De confirmarse su fiabilidad, las vacunas chinas presentan varias ventajas frente a las rivales occidentales que utilizan moléculas de ARN. Son más fáciles de transportar y almacenar, puesto que solo requieren una temperatura de 2 a 8 grados centígrados, frente al intenso frío que necesitan las de Pfizer o Moderna. También son bastante más baratas: 200 yuan por dosis, o unos 25 euros.

Esos factores las hacen especialmente atractivas para los países en desarrollo. “La distribución de vacunas va a seguir el mapa de las desigualdades globales”, apunta por correo electrónico Jacob Mardell, del centro de estudios alemán Merics. Los países ricos han hecho acopio de las vacunas occidentales, mientras que “la capacidad manufacturera china y la probable competitividad en el coste de las vacunas chinas suponen que China está encaminada a suministrar a países en América Latina, África y el sureste de Asia”, considera el experto.

“Eso añadirá combustible narrativo a las declaraciones de Pekín sobre la cooperación sur-sur y el liderazgo del resto [del mundo]. Y generalmente hay una tendencia a subestimar lo atractivo que resulta este relato a lo que solía llamarse el tercer mundo en los tiempos de la competición Estados Unidos-Unión Soviética”, agrega.

China ya ha ofrecido mil millones de dólares en préstamos a América Latina y el Caribe para el acceso a vacunas. El presidente chino, Xi Jinping, ha asegurado que el país considerará sus vacunas un “bien de utilidad pública mundial” y las pondrá a disposición de las naciones que las soliciten.

Aunque la estrategia no carece de problemas potenciales para la segunda potencia mundial. “Si China encara con sus vacunas algunos de los problemas que sufrió con sus EPI defectuosos, puede sufrir un grave daño a su reputación”, escribe Mardell en la página web de Merics. O también, agrega, “puede verse expuesta a una diferencia de expectativas entre su retórica y lo que de verdad puede cumplir”.

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