La muerte de cada papa había generado en los últimos siete siglos un proceso político de enormes consecuencias. Tras el funeral del difunto, y declarada la sede vacante, el colegio cardenalicio se encerraba en la Capilla Sixtina hasta que el Espíritu Santo señalaba cuándo era la hora de añadir clorato de potasio, lactosa y colofonia al brasero con las papeletas de votación para obtener la clarificadora fumata blanca. Esta vez no sucederá. Pero la muerte de Benedicto XVI también tendrá consecuencias políticas, legales y biográficas en la recta final de su sucesor, que hoy es un año más viejo que Joseph Ratzinger en 2013, cuando renunció al cargo. El camino de la dimisión, por un lado, queda allanado para Francisco. Pero la oposición al Papa no es ningún secreto, presiona y se organiza ya pensando en el siguiente cónclave.
Francisco siempre explicó que tomaba buena nota de la renuncia de su predecesor. Y que en adelante sería imposible no valorar esa posibilidad para un papa que intuyese el declive de sus fuerzas. Pero también dio a entender que dos papas eméritos serían demasiado y que, en ningún caso, un hipotético paso al lado tendría sentido mientras su predecesor viviese. Y esa es la principal novedad ahora. Quienes le conocen bien, sin embargo, creen que la autoridad de Francisco se verá más reforzada sin la coexistencia papal y que no hay una renuncia a la vista. “Creo que el jueves [día del funeral de Ratzinger] el papado de Francisco vuelve a empezar. Hasta hoy Benedicto XVI ha sido una referencia, pero también un freno y una suerte de contención, especialmente por los ambientes conservadores que han intentado utilizarlo”, señala Alberto Melloni, historiador de la Iglesia.
El sector ultraconservador libró en los últimos años una batalla sin cuartel contra Francisco, a quien acusaron de hereje y llegaron a pedir su renuncia, por boca del arzobispo Carlo Maria Viganò. Benedicto, sin embargo, funcionaba también como una suerte de escudo. Y ahora Francisco deberá medirse con esos ambientes, principalmente procedentes de la iglesia y el mundo conservador estadounidense, que incluso llegaron a proclamar la sede vacante. “La oposición que tiene Francisco dentro de la Iglesia no debe minusvalorarse. Todos los papas la han tenido, también los gobernantes… Hasta cierto punto es normal. El problema es que ahora las resistencias apuntarán directamente a su dimisión y a un cónclave que cambie el eje del pontificado. Benedicto se fue pensando que se seguiría su línea ―su candidato preferido era Angelo Scola―, pero no fue así. Si la presión para la dimisión crece y se hace fuerte, para el Papa será un problema. Porque la única condición de la renuncia es que debe ser libre. De modo que cuanto más presión tenga, más impensable será ese paso a un lado. El Papa no puede rendirse a la voluntad de los otros”, insiste Melloni.
Francisco, a sus 86 años, arrastra algunos serios problemas de movilidad que le han impedido realizar algún viaje y asistir a determinadas citas. Hoy se desplaza en silla de ruedas y camina de vez en cuando con la ayuda de un bastón. Un papa frágil no es el mejor aliado para el simbolismo del poder. Pero él mismo, alejando los rumores de que esté cerca de marcharse, destacó en una entrevista reciente con ABC que “la Iglesia no se gobierna con la rodilla, sino con la cabeza”. Una de las personas que mejor le conoce y ha estudiado su pontificado, su biógrafo Austen Ivereigh, no tiene duda de que “la muerte de Benedicto abre el camino a renunciar cuando llegue ese momento”. “Parecía inconcebible que lo hiciera con su predecesor vivo. Pero al mismo tiempo creo que es un pontificado con mucho camino por recorrer y veo a Francisco mejor que el año pasado en términos de salud y energía”, apunta al teléfono.
Reforma del papado emérito
El tema ahora, sin embargo, es el modo en que se puede regular una situación como una renuncia papal ―la última antes de la de Benedicto XVI en 2013 fue de Gregorio XII en 1415―, que hasta ahora ha generado mucha confusión y guerras soterradas. Ivereigh intuye que esa será la clave. “La cuestión interesante es el tema de la reforma de la institución del papado emérito, que solo tiene 10 años. Está claro que Francisco lo reformará, pero veremos de qué manera. Es indudable que ahora sí tiene más libertad para hacerlo [ya que no dejaría en evidencia la decisión de Ratzinger en 2013 de seguir llamándose a sí mismo papa] y habrá una reflexión necesaria sobre la experiencia de estos últimos 10 años. Él mismo dijo que, si no se acomete, existe el riesgo de crear una autoridad paralela con la figura del emérito. Benedicto siempre fue muy leal, pero es indudable que algunos opositores le usaron de una forma escandalosa para dañar al Papa”, insiste Ivereigh.
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Francisco ha dado algunas pistas sobre su hipotética renuncia en los últimos tiempos. Entre otras cosas, señaló que, llegado el caso, decidiría solo ostentar el título de obispo emérito de Roma, pasaría a vestir de negro y se iría a vivir fuera de los muros vaticanos: probablemente a la basílica de San Juan de Letrán. Una señal evidente de la idea que tiene sobre las interferencias que podría llegar a generar la figura mal regulada de un papa emérito. Massimo Faggioli, teólogo y profesor de la Universidad de Villanova (Filadelfia), cree que ese aspecto será fundamental ahora. “El verdadero problema si Francisco decide renunciar será de qué forma decide hacerlo. Y no lo veo encerrado en un monasterio como Benedicto XVI. Es un hombre distinto. De modo que lo interesante ahora no es si renunciará o cuándo, sino cómo lo haría. Ese será el gran cambio si se produce”.
El pontificado de Francisco, al menos su agenda, no ha terminado. Queda todavía completar grandes reformas, como la puesta en marcha de la nueva Constitución apostólica. Y el Papa deberá lidiar con asuntos ideológicos de carácter opuesto. Más allá de sus críticos ultraconservadores, también deberá gestionar la decepción de la iglesia alemana con lo que se consideran reformas fallidas y el impulso germano en avanzar mucho más rápido en cuestiones fundamentales para la apertura de la Iglesia hacia la sociedad. De hecho, los alemanes han comenzado un proceso sinodal paralelo que ha debatido sin tapujos y en profundidad la necesidad de ordenar a mujeres, de bendecir a las parejas gais o la revisión del celibato sacerdotal obligatorio.
El Papa quiere que la Iglesia reflexione unida sobre sí misma en lo que él llama el camino sinodal, pero las corrientes ahora mismo parecen demasiado alejadas. El tramo final de su pontificado, ya sin la mirada de Ratzinger desde lo alto del monasterio de Mater Ecclesiae [Madre Iglesia], deberá ocuparse de este asunto.
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