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La muerte en Grecia de un menor gitano tiroteado por un agente espolea protestas contra el abuso policial y el racismo

EL PAÍS

Se llamaba Kostas Fragoulis y era gitano. Tenía 16 años, estaba casado y en algunas fotos se le veía abrazando a su hija, de año y medio. El lunes 5 de diciembre acudió a una gasolinera de Salónica para echar 20 euros de combustible en el depósito de un coche que conducía sin permiso. Se marchó sin pagar y el propietario llamó a la policía. Un agente de 34 años le persiguió en moto y le disparó en la cabeza. El joven estuvo hospitalizado en coma hasta que falleció el martes 12 de diciembre. Su muerte ha desencadenado protestas de miles de gitanos, sobre todo en Atenas y Salónica, las ciudades más pobladas. Y ha reavivado las denuncias sobre la exclusión de esta etnia y la recurrente violencia policial.

El policía que mató a Fragoulis fue suspendido y se encuentra en arresto domiciliario, acusado de homicidio doloso, es decir, con intencionalidad. Declaró que Fragoulis le embistió con el coche y que su vida y la de sus compañeros estaban en peligro.

Los disturbios y manifestaciones por la muerte de Fragoulis se han prolongado en Grecia durante más de una semana. Han coincido con las protestas que se registran cada mes de diciembre desde que en ese mes del año 2008 fuese asesinado Alexandros Grigoropoulos, un adolescente de 15 años, durante una operación policial. Grigoropoulos no era gitano, pero su muerte instaló en Grecia el debate no resuelto sobre los excesos de la policía. Los manifestantes que denunciaban la muerte de Fragoulis han recordado el caso del gitano Nikos Sampanis, de 18 años, muerto en 2021 también tiroteado por la policía durante otra persecución en coche.

El periodista Giorgos Tsitiridis, autor del libro Los gitanos de Grecia, publicado en 2021, explica que el asentamiento de Agia Sofía, donde vivía Kostas Fragoulis, ilustra muy bien las condiciones de vida de muchos gitanos. Tsitiridis relata que ese campamento se inauguró en 2000 con el objetivo de alojar de forma temporal a familias que vivían, en su mayor parte, en el lecho del río Francés. “Falleció un niño de nueve años ahogado al ser arrastrado por el río. Aquello provocó una tormenta de reacciones y los dirigentes locales cedieron provisionalmente 150 hectáreas en Agia Sofía. Al año siguiente unas 250 familias romaníes se instalaron en viviendas unifamiliares. En teoría, aquello era temporal, pero hoy, más de 20 años después, viven allí 3.000 gitanos en unas condiciones de vida deplorables”.

Kostas Fragoulis, de 16 años, en una foto donde aparece con su hija, difundida en las redes sociales después de que un policía le disparase en la cabeza tras no haber pagado 20 euros en una gasolinera.

Tsitiridis relata que en Agia Sofía solo hay una guardería, ningún niño ha terminado el ciclo escolar y la delincuencia campa a sus anchas. En el resto del país las cosas tampoco marchan mucho mejor para los gitanos. El periodista especializado explica que, a pesar de que los romaníes llevan cientos de años viviendo en Grecia, a pesar de que han recibido un trato oficialmente igualitario, que se les han brindado oportunidades de integración y se han elaborado Planes Estratégicos Nacionales en todos los países de la UE, los gitanos siguen siendo discriminados en el mercado laboral, la educación, la vivienda y la atención sanitaria.

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Aunque la discriminación institucional no existe en Grecia, la vida cotidiana, según Giorgos Tsitiridis, está plagada de marginación hacia los gitanos. “Los médicos y el personal de enfermería de los hospitales muchas veces no les tratan igual que al resto. La policía es más severa con los romaníes. Incluso en los tribunales las condenas son más duras para ellos”.

Esta situación contrasta con el hecho de que los gitanos viven en Grecia desde el siglo XV, han contribuido a la cultura musical de este país y lucharon contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial, según recuerda Tsitiridis. “Pero aquí siguen siendo tratados como extranjeros”, explica el periodista. “Son las víctimas recurrentes. A menudo se les culpa de todos los males de la sociedad. A ellos, a su vez, a medida que la sociedad evoluciona, les resulta muy difícil seguir el ritmo, atrapados por el desempleo y el analfabetismo”.

“Lo primero que hay que solucionar es la vivienda”

María Tzampazi es una política gitana de 40 años que trabaja en Atenas con el partido de izquierdas Syriza, encargada de la inclusión social de los gitanos. Cree que aunque hay algunas gitanas en el país que estudiaron y son independientes, “aún queda mucho camino por recorrer”. La situación de los gitanos en Grecia es más o menos la misma que hace 30 años, opina. “Los cambios”, sostiene, “han sido mínimos y eso se debe a que durante todos estos años los planes políticos sobre esta cuestión se han diseñado de forma superficial. Tampoco hubo un seguimiento de cada estrategia. En mi opinión, lo primero que hay que solucionar es la vivienda de los gitanos. En Grecia tenemos 377 asentamientos, pero 71 de ellos no tienen acceso ni a la electricidad ni al agua”.

“La mayoría de los romaníes en Grecia”, añade Giorgos Tsitiridis, “viven en campamentos y guetos en condiciones inadecuadas, a menudo en alojamientos improvisados sin agua ni electricidad, en zonas sin alcantarillado, ni planificación urbanística ni estructuras como escuelas, hospitales, centros de salud, ni parques infantiles”.

El Gobierno efectuó el año pasado un censo nacional en el que contó también con representantes de la comunidad gitana para saber cuántos gitanos hay en el país y en qué condiciones viven. La cifra oscila entre 150.000 y 200.000 romaníes en un país de 10,6 millones de habitantes.

Giorgos Tsitiridis admite que también hay zonas en las que los gitanos están más integrados. Son lugares donde viven en casas que ofrece el municipio, como en Dendropotamos, Agia Varvara o Florina. Pero también en estos casos suele haber problemas de construcción anárquica, de delincuencia, y de falta de interacción con poblaciones no gitanas. Son muy pocos los municipios en los que el grado de integración alcanza un nivel satisfactorio.

En Grecia casi todo el mundo es consciente del círculo vicioso donde permanece atrapada esta etnia: abundancia de matrimonios precoces entre gitanos, la paternidad a una edad muy temprana —como Kostas Fragoulis—, varios hijos en cada matrimonio, la falta de documentos oficiales —como la partida de nacimiento, el documento de identidad o la tarjeta sanitaria—, el abandono escolar, el desempleo, un bajo nivel de comprensión de la lengua griega, el gueto como único refugio y una esperanza de vida 10 años por debajo del resto de la población.

Lo que no termina de saber nadie es cómo escapar de ese círculo.

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