Los ladridos de Satanás —así le llamaron al perro— alertaron a Martín Lahoz. Eran las tres de la madrugada del miércoles, y este pastor de 56 años, que se había refugiado de la ventisca con sus ovejas en una nave a 16 kilómetros de Azuara (Zaragoza), pensó que el can habría olido un jabalí o un zorro. Pero no. Poco después, dos guardias civiles entraron en el establo buscándole. Martín había decidido encerrarse en la explotación familiar con su ganado por miedo a volver al pueblo entre la nieve y la oscuridad. Los agentes, que lanzaron su búsqueda a medianoche alertados por su familia, lo encontraron aterido y deshidratado. “Si no es por ellos, Martín hubiera muerto de frío”, afirma Fina, su hermana.
La odisea del pastor Martín, casado y con una hija, comenzó el martes. A las nueve de la mañana, después de tres días angustiado por no poder atender a sus cientos de animales, este ganadero se abrigó, y desoyendo los consejos de su familia, partió junto con su perro. El ganadero no llegó a la nave hasta las dos de la tarde. Llamó a su hermana Fina y acordó contactar de nuevo más tarde.
Su fiel perro negro con mechones blancos como si fueran canas, cuyo nombre demoniaco contrasta con su actitud cariñosa, le ayudó a mantener a raya a las ovejas, que casi se le abalanzan cuando por fin lo vieron aparecer para alimentarlas. Con las piernas “tiesas” tras la paliza matutina y el frío en los huesos, decidió no retornar a Azuara y asumió que haría noche junto al ganado. “La noche es traicionera”, se justifica al preguntarle.
Fina, “nerviosica” al no recibir noticias de su hermano durante horas, recurrió a la Guardia Civil. Los dos agentes, que llegaron a las diez de la noche desde Tarazona, se encontraron con un terreno intransitable y temperaturas de hasta 15 grados bajo cero. Recorrieron esta hostil zona de planicies sin puntos de referencia. “Íbamos a ciegas”, explica uno de ellos.
Los guardias, equipados con esquís y raquetas y esquivando las balsas de agua para no hundirse, siguieron las únicas huellas que marcaban el suelo nevado. A las tres de la madrugada, tras horas buscando al pastor, los uniformados lo encontraron balbuceante, con principio de hipotermia y deshidratado. Le ofrecieron pasar la noche en la nave y pedir un helicóptero al amanecer, pero Martín Lahoz se negó. “Es gente tan dura que no se queja, están hechos de otra pasta”, señala uno de los rescatadores.
La aventura siguió su curso. El ganadero, extenuado y cayéndose, caminó junto a ellos siete kilómetros hasta llegar al todoterreno oficial. A las seis y media de la mañana, los agentes devolvieron al pastor con los suyos y este se fundió en un abrazo con su hermana y su padre.
Las manos del ganadero evidencian el peaje de toda una vida en el campo. Martín Lahoz, operado de la espalda tras un accidente, las agita mientras narra sus sensaciones. Una gorra roja cubre su pelo canoso, usa botas altas de goma manchadas por purines y paja, y sienta su robusto cuerpo en una silla de mimbre en una alacena reconvertida en cocina y sala de estar. Pese al susto, el pastor no se arruga: “Llevo desde los 10 años en esto y nunca he sentido miedo”.
Sus arrestos contrastan con el temor que albergaron Fina, de 50 años, y su padre, Rupercio, de 83. Ella luce un mandil y él un pijama largo y azul. El anciano considera con su voz grave que el destino le ha devuelto los favores prestados a la Guardia Civil hace 60 años, cuando les ofrecía leche hervida de cabra para que resistieran entre los gélidos páramos. La dinastía de pastores comenzó hace generaciones, señala el padre: “No he hecho más que trabajar, no fui a la escuela. Mi madre me parió entre animales mientras caían las bombas como gotas de agua”. Fina aún habla con emoción para referirse a cómo su hermano se encontraba apenas con un bocadillo y casi sin ropa de abrigo en aquellas viejas instalaciones familiares.
La aflicción que exhiben su hermana y su padre, así como el susto que se llevaron su esposa y su hija, contrastan con el porte sereno del pastor rescatado. Lahoz presenta lo ocurrido como un episodio más de sus andanzas. Aquí lo importante es el ganado. “Es la cuarta generación de ovino y caprino, me daba mucho duelo que se muriesen” afirma. Por eso apenas termina de contar su historia vuelve a encaramarse al tractor y se dirige sin tregua a atender al rebaño que casi le cuesta la vida.
Source link