La ofensiva rusa en Donbás deja un reguero de destrucción

La ofensiva rusa en Donbás deja un reguero de destrucción

Un enorme cráter causado por un bombardeo devoró hace unas semanas la casa de Tatiana Yelicheva, en Rubizhne. Los ataques rusos se endurecían en el frente de Lugansk y su ciudad y la vecina Severodonetsk, un importante centro industrial del este de Ucrania, quedaron en primera línea de batalla. El ataque sacudió su vida. Dejó todos sus recuerdos atrás, también sus cuatro gatos, y salió con lo puesto, cuenta en español con acento suave, de su época de estudiante soviética en Cuba. Ahora Rubizhne está bajo control ruso y Yelicheva vive en un refugio de Lisichansk, también golpeada por los bombardeos indiscriminados y en el camino de la ofensiva del Kremlin para hacerse con Donbás, el área del este de Ucrania donde se centran ahora los combates más feroces de la guerra lanzada por Rusia y que va a cumplir tres meses sin un final a la vista.

Rusia ha convertido esta región en un “infierno”, según ha denunciado el presidente ucranio, Volodímir Zelenski. El área, ya muy castigada por la guerra de 2014 entre el ejército ucranio y los separatistas prorrusos manejados por Moscú, que han servido al Kremlin como argumento y pantalla para lanzar la invasión, está “completamente destruida”, afirmó el mandatario en su discurso nocturno del jueves. “Todo esto no tiene ni puede tener una explicación militar para Rusia. Es un intento de matar a tantos ucranios como sea posible, destruir tantas casas, instalaciones y empresas como sea posible”, añadió Zelenski.

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Los sangrientos ataques de las fuerzas del Kremlin han matado a 20 personas en las provincias orientales de Donetsk y Lugansk en las últimas 24 horas, según el Gobierno de Kiev. Hay 50 personas heridas en esos últimos bombardeos contra 45 localidades en Donbás, de acuerdo con datos oficiales, que contabilizan también ataques contra 23 posiciones ucranias.

Las tropas de Moscú, que en un primer momento quisieron embolsar con un gran movimiento de pinza a las fuerzas de Kiev en una amplia área de Donbás, tratan ahora de avanzar desde tres puntos para envolver en pequeños círculos las posiciones ucranias en la zona. Y es en la región de Lugansk donde se están desarrollando las batallas más duras y los ataques más sangrientos. También es donde Moscú está haciendo algunos avances —aunque renqueantes— precedidos de ataques brutales, según el libro de jugadas del Kremlin de arrasar una zona para luego ocuparla.

Como en Rubizhne, el hogar de Tatiana Yelicheva. O en Bilohorivka, donde un bombardeo derribó el último refugio del pueblo, dejando bajo los escombros a 60 personas, según las autoridades. Y en Mariupol, la ciudad en el mar de Azov, en la provincia de Donetsk, que se ha convertido en el símbolo de los ataques devastadores de Rusia y que ya está bajo control total de Moscú. Rusia ha vendido como una gran victoria apoderarse de una ciudad que previamente ha arrasado.

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Durante las últimas 24 horas, el fuego de artillería ha matado a 15 civiles en la ciudad de Severodonetsk —la más importante de Lugansk bajo control ucranio—, según las autoridades regionales. Entre ellas, a tres personas que se refugiaban junto a otros 200 civiles en un colegio de la localidad, en torno a la que se han intensificado los bombardeos. A las afueras ya hay luchas calle a calle entre el Ejército ruso y el ucranio.

Severodonetsk (unos 100.000 habitantes antes de la invasión) lleva semanas sin agua, sin gas y sin electricidad. No hay tampoco línea de teléfono o internet. Quienes se han quedado, como Vera, cocinan en hogueras en los patios de vecinos, con leña cortada de los jardines y los parques. “Unos disparan de ida y otros de vuelta. Y nosotros en medio”, dice la mujer con gesto cansado a las puertas de la escuela, que ahora se ha convertido en su hogar, como el de tantos otros que se acurrucan en los sótanos de los edificios bajo las bombas.

Con la ciudad desabastecida, sin transporte y bajo el constante repiqueteo de la artillería, Vera y su familia, incluida su nieta de seis años, dependen en gran medida de la ayuda de voluntarios que, como Andri y su pareja, Lena, arriesgan su vida para llevarles paquetes de alimentos, productos básicos; también para tratar de evacuar a quienes quieren marcharse.

Serhii Haidai, gobernador de Lugansk, en un parque de Bajmut, el 13 de mayo.Albert Garcia ()

No son tantos, comentaba Lena hace unos días, en uno de sus últimos viajes a la zona antes de que los ataques se hiciesen todavía más intensos y seguidos y se agudizasen también los bombardeos contra la carretera que une —como un cordón umbilical— Severodonetsk con la ciudad de Bajmut, unos 70 kilómetros más abajo, en la región de Donetsk, ahora convertida en cabeza de facto de la zona y que es uno de los siguientes círculos en la diana de Putin. Muchos de los que se han quedado en Severodonetsk o en Lisichansk creen, como Vera o Tatiana Yelicheva, que no tienen a dónde ir o no tienen fuerzas de empezar de nuevo, padecen problemas de salud; o simplemente no les importa vivir bajo ocupación rusa si llega ese momento.

En la provincia de Lugansk permanecen unas 45.000 personas de una población de unas 900.000 antes de la invasión, según datos del gobernador regional y autoridad militar de la provincia, Serhii Haidai. El propio Haidai ha abandonado su casa, aunque por motivos distintos a los de quienes huyen de las bombas. Ahora, el gobernador de Lugansk cambia de lugar casi cada noche. Una, en un sótano; otra, en un hotel. O en un edificio de la Administración. Rusia puso precio a su cabeza. Como otros servidores públicos, está en la lista negra del Kremlin, que desde el principio de la invasión ha querido descabezar la Administración y colocar un Gobierno títere. En todos los niveles.

Haidai corre riesgo de secuestro. O algo mucho peor. Así que vive en movimiento. Y muy protegido. Tras un par de conversaciones por Skype, el gobernador de la región más castigada por la segunda fase de la ofensiva rusa contra Ucrania llega a la entrevista en un parque de la ciudad de Bajmut a bordo de un furgón blindado blanco, como esos que trasladan el dinero a los bancos. Se mueve siempre con escolta, lleva chaleco antibalas, gorra calada y viste uniforme militar. Uno con su alias bordado en la pechera: Ronin, como el Samurai vagabundo, el hombre errante.

Los primeros días de la invasión, Haidai recibió llamadas desde números de teléfonos rusos. La voz al otro lado le ofrecía cambiar de bando. Colaborar con una “nueva Administración” al servicio de Moscú. Una de las últimas veces, antes de bloquear finalmente las llamadas, el gobernador de Lugansk respondió con un improperio. Por entonces ya se había hecho mítica la frase que uno de los soldados ucranios custodios de la isla de las serpientes, en el mar Negro, soltó al buque ruso que les instaba a rendirse. “Barco ruso, que te jodan”. Y eso dijo Haidai a la voz al otro lado de la línea. O eso cuenta el gobernador.

Tras enormes fracasos en otros frentes y verse obligado a retirarse del cinturón de Járkov (la segunda ciudad del país) por el empuje de las fuerzas ucranias, el Kremlin está reforzando el frente de Donbás, explica el comandante Almas en una trinchera de las afueras de Severodonetsk. Los informes del espionaje británico y del Instituto para el Estudio de la Guerra confirman que tras la caída de la acería Azovstal de Mariupol, último foco de la resistencia ucrania en la ciudad portuaria, muchas de las tropas ocupadas allí se están trasladando hacia el norte de la región.

Moscú tiene ahora dos frentes fundamentales en Donbás: el de Izium, una ciudad clave para su logística y desde la que trata de avanzar hacia Sloviansk y Kramatrosk, en Donetsk; y el de Lugansk. Es en este último donde está logrando hacer algunos (aunque dubitativos) avances, pero también importantes pérdidas. Hace unos días, las fuerzas especiales ucranias arrasaron un puente de pontones que los soldados del Kremlin habían construido para cruzar el caudaloso río de Siverski Donets. Unas cuantas decenas de soldados y varios blindados lograron atravesarlo, pero el ataque ucranio destruyó no solamente el puente, sino que fulminó todo un batallón táctico. Uno de esos grupos suele tener unos 1.000 soldados.

En la provincia de Lugansk, el 80% de las ciudades están “completamente destruidas”, asegura el gobernador Haidai. “Después de los reveses que ha sufrido y la resistencia del Ejército ucranio, Rusia se dedica a atacar nuestras posiciones y nuestras ciudades con todas las armas que tiene a su alcance. Y eso incluye artillería, morteros, tanques, sistemas de fuego a reacción y aviones. Y lo hace todos los días, sin excepción”, afirma el gobernador. Moscú ya controlaba desde 2014 un buen pedazo de territorio de Lugansk a través de los separatistas prorrusos; ahora domina alrededor del 90% de la provincia. Y el resto lo asedia. Como las ciudades de Lisichansk o Severodonetsk.

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