La OMS arremete contra el fármaco de 2.000 euros para la covid: “No es recomendable para ningún paciente hospitalizado”


La pandemia ha mostrado que no hace falta probar la efectividad de una vacuna para aumentar en decenas de millones de euros las cotizaciones de los principales actores implicados. El ejemplo más reciente es Pfizer y su anuncio de que su vacuna contra la covid tiene una eficacia “superior al 90%”. Ese mismo día, el primer ejecutivo de la multinacional estadounidense, Albert Bourla, se embolsó casi cinco millones de euros vendiendo acciones de la empresa que tenía en cartera. En mayo, varios ejecutivos de Moderna, incluido el español Juan Andrés, hicieron operaciones similares por más de 75 millones de euros mientras la compañía subía con fuerza en Bolsa. Aún no hay certeza de que estas inmunizaciones sean efectivas.

Hace una semana, el lunes pasado a mediodía, las bolsas celebraban el comunicado de Pfizer con alborozo: el Ibex se anotó la mayor subida en una década, los parqués descorchaban cava a ambas orillas del Atlántico y la propia Pfizer se anotaba un 8%. La compañía está cerrando ya contratos millonarios para vender su vacuna a varios países, pero lo cierto es que la única prueba pública de su efectividad es un comunicado de prensa de la propia compañía que no responde preguntas fundamentales: ¿la vacuna evita la covid grave?; ¿cuántos vacunados han enfermado?; ¿esta inyección será capaz de salvar la vida de personas mayores, las más amenazadas por el nuevo coronavirus?

La también estadounidense Moderna ha disparado su capitalización desde principios de año tras anunciar buenos datos de su vacuna contra el coronavirus a través de comunicados de prensa, meses antes de que se publicasen los estudios científicos detallados para sostener sus afirmaciones. Este lunes ha vuelto a ocurrir lo mismo: subidón bursátil tras un anuncio alentador sobre la efectividad de su proyecto (94%), pero también sin un aval científico más allá del comunicado de prensa de la propia compañía. Solo ahora la Agencia Europea del Medicamento empezará a revisar los primeros resultados.

Tras año y medio de comportamiento plano en Bolsa, desde su estreno en el parqué, en lo que va de año multiplica su valor por casi cinco. Todo, al calor de su vacuna, aún experimental. En mayo, cuando la empresa con sede en Cambridge (Massachusetts) anunció resultados preliminares positivos de la fase 1 de su inyección, aumentaron su valor en un 20% en solo una jornada. Dos meses después, cuando la empresa anunció que la vacuna pasaba a la última fase de ensayo, la subida semanal fue del 50%, batiendo un nuevo máximo histórico. Una circunstancia que su presidente, su consejero delegado y sus directores técnico y médico han aprovechado para deshacerse de buena parte de sus paquetes accionariales en ventas millonarias.

Para evitar acusaciones de uso de información privilegiada, estas operaciones deben planearse con antelación y evitar cualquier vinculación con un negocio en ciernes. Pero casos como el de Bourla en Pfizer levantan sospechas. Hay razones para pensar que no es así: un estudio de 2006 analizó 3.000 transacciones de este tipo y demostró que los ejecutivos venden siempre justo antes de un batacazo bursátil o justo después de una subida. Otro análisis de las universidades de Harvard y de Columbia sobre la base de más de 40.000 movimientos de este tipo entre 2004 y 2014 demostró que los ejecutivos obtienen beneficios por encima de lo normal en este tipo de operaciones.

“Es inaceptable que el máximo directivo de una empresa gane tanto dinero el mismo día que se hace un anuncio tan vago, sin que apenas conozcamos detalles sobre la eficacia de la vacuna”, opina Marcos López Hoyos, presidente de la Sociedad Española de Inmunología. “Habitualmente un anuncio así requiere muchos más datos sobre efectividad, esto es inaudito. Lo peor es que estas operaciones dan combustible a los antivacunas, porque parece que su desarrollo es solo negocio y no ciencia, cuando no es así”, añade. Desde el mundo financiero también hay muchas dudas. “Estos movimientos mandan un mensaje contradictorio y chocante”, opina Ana Gómez, analista de Renta 4. “Esto sí me descoloca: el timing es el peor posible. Es preocupante”, añade Enrique Zamácola, director de renta variable de Link Securities.

Las direcciones de Pfizer y de Moderna no han respondido a la pregunta de EL PAÍS sobre si este tipo de operaciones, aun siendo totalmente legales, les parecen éticas. Ambas compañías han respondido solo que los planes de venta de acciones se cierran con meses de antelación y se ajustan a las normas de los reguladores. Moderna, además, añade que todos sus directivos han aceptado no vender más paquetes de acciones de esta forma hasta que acaben los ensayos de su vacuna y la empresa presente su solicitud de aprobación. Fuentes de Pfizer explican que los datos desvelados esta semana corresponden al primer análisis intermedio de resultados realizado por un comité independiente y que la compañía planea publicar los datos detallados del ensayo en una revista científica revisada por expertos independientes.

También Gilead (EE UU) se ha convertido en uno de los nombres del año en la prensa y en los parqués a golpe de anuncio sobre su polémico fármaco remdesivir. Pero, en su caso, sus hallazgos lucen menos en Bolsa: tras el calentón vivido en la primera mitad de 2020, su acción cotiza hoy incluso por debajo del nivel del pasado 1 de enero. Los ensayos clínicos muestran que este fármaco no salva vidas de infectados: solo reduce el tiempo de estancia en el hospital de algunos pacientes. Pero eso no ha impedido que la empresa cierre acuerdos millonarios de venta de remdesivir, por ejemplo con la UE, donde espera colocar hasta medio millón de dosis a unos 2.000 euros por paciente.

El trato se cerró apenas unos días antes de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunciase que, según sus datos, remdesivir no salva vidas ni influye en la duración del ingreso hospitalario. La empresa resta fiabilidad al ensayo del organismo y está llevando a cabo nuevos ensayos clínicos para aclarar los efectos de su fármaco mientras planea aumentar la producción del producto, que inicialmente fue desarrollado para tratar el ébola sin éxito.

Fuentes de la compañía señalan que “hasta el momento, los datos de mayor calidad publicados avalan el uso de remdesivir para pacientes con covid” y resalta que esos datos “han permitido que este haya sido el primer fármaco aprobado por más de 50 autoridades reguladoras en todo el mundo”. En el caso de EE UU esa aprobación es definitiva, pero en muchos otros, incluida España, la aprobación es temporal en condiciones de emergencia. La autoridad del medicamento europea está revisando los datos para valorar una posible autorización total.

“Por cómo está siendo el proceso, y quiero creer que en un intento de transparencia, se está corriendo mucho y comunicando demasiado pronto”, valora Gómez, de Renta 4. “Por un lado se da información al mercado con la coletilla de que todavía no ha sido revisado ni publicado en ninguna revista científica y, por otro, esto coincide con que el mercado está ansioso de noticias”, explica.

“Las compañías tienen que evitar todo lo posible dar pasos en falso: se les pueden volver en contra por pérdida de credibilidad. El riesgo de daño de reputación es enorme: tardas años en construirla y la puedes echar por tierra muy rápido”. En el pasado, completa Zamácola, de Link Securities, “hemos visto muchísimos traspiés en biotecnológicas conocidas y no tanto: si los progresos comunicados al mercado sobre un medicamento acaban por no ser un éxito, los inversores pierden la confianza”. Es, contrapone por correo Evan Seigerman, analista de Credit Suisse especializado en la industria farmacéutica, “algo común en el negocio de las empresas del sector anunciar sus avances en comunicados de prensa para luego compartir los datos del estudio en conferencias médicas o en revistas revisadas por pares. No creo que actuar en el curso normal de los negocios sea alimentar una burbuja”.

Pharmamar, el gran éxito español en Bolsa este año

La biotecnológica española Pharmamar lleva un recorrido similar a sus pares en el extranjero: ha multiplicado por más de dos su valor en 2020, aunque hoy está lejos de los máximos de verano, cuando llegó a capitalizar más de 2.000 millones de euros. Su andadura reciente en el parqué que le ha permitido entrar en el Ibex (el selectivo que reúne a las 35 mayores cotizadas de España) ha discurrido en paralelo a las noticias sobre su fármaco Aplidin, que publicita desde marzo como potencialmente beneficioso en el tratamiento del coronavirus y sobre el que acaba de recibir un requerimiento de más información por parte de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) en el que apremiaba a la firma de origen gallego a arrojar luz sobre la efectividad del compuesto en la lucha contra la covid-19.

La compañía aún no ha publicado estudios científicos detallados sobre la efectividad del fármaco contra la covid, según reconoce un portavoz de la empresa consultado por este diario. La empresa explica además que ya ha respondido a la petición de información del regulador y que espera detallar los resultados de su ensayo clínico “en un próximo congreso o en una revista científica”.

Dudas sobre la rentabilidad a corto plazo

Con otros negocios prácticamente hundidos por los confinamientos, el de las farmacéuticas —y, sobre todo, las biotecnológicas— han pasado a un primerísimo plano como único trampolín posible para sacar al mundo del atolladero de la covid. Pero no todo: a los movimientos especulativos de muy corto plazo con las acciones de estas empresas se suma que varias de ellas, como AstraZeneca, han prometido no hacer negocio con sus fármacos contra la covid-19. ¿Qué lograrían, entonces, en términos puramente financieros, más allá de mejorar su reputación a largo plazo?

Algunas, como Gilead o Regeneron, sí han deslizado su intención de engordar sus cuentas de resultados con sus tratamientos. Y, de todas formas, como recuerda Seigerman, de Credit Suisse, ninguna ha renunciado explícitamente a hacer dinero “más adelante, cuando ya no estemos en esta fase de la pandemia y se sigan necesitando vacunas”. Incluso si en los primeros compases no obtuviesen rentabilidad, a medio plazo el mercado mundial creado por la necesidad de vacunar a —potencialmente— toda la humanidad es enorme: el propio banco de inversión suizo habla de 10.000 millones de dólares (casi 8.500 millones de euros) al año solo en EE UU. El negocio está ahí, pero muchos de los que hoy anuncian sus posibles fármacos a bombo y platillo no se harán ni con los últimos restos del pastel.


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