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“La pandemia es más traumática para las culturas mediterráneas. Nos cabrea no poder salir y tocarnos”


La pandemia provocada por la covid ha creado este último año un laboratorio único para el estudio antropológico de la sociedad, de sus manifestaciones sociales y culturales, en unas circunstancias inéditas para las generaciones actuales. “Nos preguntábamos cómo funcionaría una comunidad confinada o cuando el Gobierno restringe las libertades”, afirma Alberto del Campo, doctor en Antropología Social de la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla). El coronavirus le ha facilitado algunas respuestas. Este profesor sevillano de 49 años ha recogido, analizado y revisado decenas de estudios sobre los efectos de la covid. La mitad de ellos han sido recogidos en La vida cotidiana en tiempos de la covid (Catarata, 2021) y el resto forma parte de otro volumen a punto de salir.

Pregunta. ¿Cómo ha cambiado la sociedad en este año de pandemia?

Respuesta. Los mayores cambios están por venir. Si alguien piensa que los impactos se van a ir diluyendo este año, se equivoca. La historia demuestra que una crisis como la actual perdura. Ya se están dando cambios estructurales en términos de cómo vamos a viajar por el mundo, qué papel van a tener los Estados o los nuevos discursos nacionalistas surgidos para protegernos del extraño contaminado. Hay un efecto inmediato en la cotidianidad, en las relaciones sociales. Pero las mayores transformaciones serán, por ejemplo, en el respaldo a los discursos populistas y demagogos que vienen a decirnos que la globalización es un caos peligroso, que criminalicemos al extranjero, que pongamos barreras. Esto va a crecer más cuanto más dure la pandemia. Cuando la gente tiene miedo y tiene incertidumbre, quiere protegerse en su núcleo familiar, en su entorno cercano. Ya se está viendo. Frente a la idea de que hay que explorar el mundo, lo que llamamos los antropólogos la neolocalidad, hay gente que vuelve a vivir cerca de la familia, que se ha revalorizado.

Cuando la gente tiene miedo y tiene incertidumbre, quiere protegerse en su núcleo familiar, en su entorno cercano

P. ¿También se modifican las relaciones personales?

R. La pandemia está siendo más traumática para las culturas mediterráneas. Nuestros estudios muestran que han bajado más las ventas de preservativos que en los países del norte. Para nosotros está resultando mucho más impactante no poder tocarnos, no poder estar cerca. Tenemos mucho más hastío y estamos cabreados por esa privación. Llevamos mascarillas, no nos tocamos, no podemos quedar. Lo llevamos mal. Curiosamente se están vendiendo más juguetes y disfraces sexuales. Hay una tendencia de creatividad sexual con la pareja en la cultura mediterránea surgida por las limitaciones para las relaciones sociales. Cinco de cada seis solteros a los que hemos preguntado nos han dicho que ha sido el peor año de su vida en el ámbito sexual. No solo por el confinamiento, sino que el miedo genera un descenso de la libido. También hemos visto un aumento de las relaciones con conocidos, con compañeros de trabajo, por la falsa creencia de que son más seguros. Han crecido mucho las aplicaciones para relaciones afectivas, a las que se han sumado las mujeres. Pero estas herramientas eran antes para mantener relaciones sexuales y, ahora, hay mucha gente que las usa como recurso para conocer gente. Necesitamos cariño y comprensión y, ante una situación de miedo colectivo, no apetece tanto el riesgo y la aventura, que estaban muy valorados antes de la pandemia. La gente está volviendo a modelos más tradicionales de relación. Tenemos nuevas herramientas, pero se utilizan para construir relaciones más convencionales.

Hay una tendencia de creatividad sexual con la pareja en la cultura mediterránea surgida por las limitaciones para las relaciones sociales

P. ¿Y también ha resurgido la familia?

R. El modelo individualista ha salido bastante mal parado de esta crisis. Creíamos que la felicidad estaba en uno mismo, en las experiencias rápidas, en mirarse el ombligo. La soledad nos ha demostrado que somos más vulnerables, que ni el Estado ni la ciencia ni el consumismo han funcionado. Ahora se comprende por qué existen las familias en todas las culturas. No hay ninguna que hegemónicamente sea de solteros porque el ser humano necesita unidades empáticas muy cercanas, que estén a prueba de bomba, que estén ahí pase lo que pase. No es nuevo. Durante la crisis de 2008, la gente se dio cuenta de que las redes de solidaridad familiar eran esenciales. En otras culturas también existe la comunidad, el pueblo, donde se generan vínculos muy fuertes de reciprocidad y solidaridad, pero aquí no existe eso.

P. ¿Cómo ha afectado el teletrabajo?

R. Cuando hay mucho elogio de algo, como el teletrabajo, los antropólogos sospechamos. Es verdad que ha salvado muchos empleos, que ha permitido que algunas empresas sigan produciendo, pero hay elementos que no se están negociando. Ha permitido estar disponibles desde que nos levantamos hasta que nos acostamos y ha alterado los espacios domésticos. Quien tiene el mejor empleo se ha quedado con la mejor habitación y la mujer ha tenido que compartir su espacio y su tiempo con los niños, con las tareas escolares.

El teletrabajo ha alterado los espacios domésticos. Quien tiene el mejor empleo se ha quedado con la mejor habitación y la mujer ha tenido que compartir su espacio y su tiempo con los niños, con las tareas escolares

P. ¿La sociedad de consumo se ha alterado?

R. El comercio electrónico se ha generalizado. Las pequeñas tiendas no están viendo una recuperación porque los clientes no acuden. Antes se medían los éxitos de las campañas comerciales por la afluencia de gente. Pero ahora, cuando hay incertidumbre, la gente no gasta y los que sí consumen, lo están haciendo mucho más a través de internet.

P. ¿Y el ocio?

R. El cine, por ejemplo, ya estaba renqueante. Ahora la gente ha descubierto las plataformas de contenidos audiovisuales y puede ser la puntilla. Sí que puede pasar que, cuando se acabe la pandemia, haya muchas más ganas de volver a lo de antes. Después de haber vivido muchas restricciones, muchas frustraciones y mucho agobio, cuando se recupere la situación, puede ser que la gente tenga necesidad de consumir, de viajar, de tener otra vez relaciones sexuales. No comparto la visión apocalíptica. Hemos superado pandemias, guerras mundiales. A las generaciones más jóvenes, esta situación les ha pillado sin precedentes, pero sí los ha habido.

Después de haber vivido muchas restricciones, muchas frustraciones y mucho agobio, cuando se recupere la situación, puede ser que la gente tenga necesidad de consumir, de viajar, de tener otra vez relaciones sexuales

P. ¿Se resentirá el Estado de bienestar?

R. Está contra las cuerdas. Su forma de legislar y operar está pensada para tiempos ordinarios, no pandémicos. No es ágil. El Estado se está mostrando como un elefante, como un dinosaurio, y la gente lo percibe así. Antes y ahora había desafección, pero era con los políticos. El Estado de bienestar estaba al alza. Pero la crisis lo ha puesto en cuestión y algunos políticos han alentado demagógicamente la confrontación cainita. Estamos sujetos con pinzas.

P. ¿Cambiará la educación?

R. Hay quien está aprovechando para lanzar la idea de que la enseñanza en línea es moderna y tecnológica, que abarata costes. Pero eso puede ser un desastre. Vamos a bajar un peldaño más. Si empezamos a dar charlitas online y hacer trabajitos, a prescindir de los exámenes, vamos a caer drásticamente. Y entonces las universidades privadas van a aprovecharse. Los alumnos, durante el primer curso afectado por la pandemia, estaban contentísimos. Ahora empiezan a estar hartos. Porque la universidad no son solo las clases: es debate, asambleas, cafetería, contacto social.

Si empezamos a dar charlitas online y hacer trabajitos, a prescindir de los exámenes, vamos a caer drásticamente

P. ¿Qué ha supuesto la supresión de las fiestas?

R. Ha sido un zarpazo que tiene su repercusión. Son una válvula de escape que existe en todas las culturas, en todas las sociedades, sin excepción. Si se prolonga mucho la situación, habrá que pensar en cómo sustituirlas, porque si no, lo va a hacer la gente. La sociedad ha sido mayoritariamente obediente con las restricciones, pero si se siguen registrando olas y el Estado se muestra incapaz de proporcionar seguridad, aumentarán el descrédito y los discursos de que hay que salir a la calle, de que todo es un complot. Ha sido un error plantear que se estaba ganando la batalla al virus.

P. ¿Los cambios serán para siempre?

R. En pocas generaciones se produce un olvido. Es natural, se hace para proseguir. El problema es cuando esta falta de memoria hace que algunos jóvenes vean la Segunda Guerra Mundial o la Guerra Civil como episodios históricos lejanos. Los demagogos aprovechan esa falta de memoria para evitar la cautela de la sociedad. Estoy convencido de que no estamos ante un desastre del que vamos a salir irreconocibles. Pero sí creo que va a generar cambios estructurales que no nos van a gustar. Las desigualdades aumentarán. Ya se están oyendo discursos sobre sanidad privada para que, el que pueda, se pague la asistencia, o sobre el endurecimiento de las fronteras, o de Estados con economías fuertes para que puedan adquirir las vacunas y que se muera el resto. No veo una corriente humanística.

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