Una mujer canadiense de 28 años sufre un accidente cerebrovascular isquémico que le afecta a la ínsula posterior izquierda del cerebro. La paciente parece reponerse del ictus en 11 días. Sin embargo, siete meses después de salir del hospital y sin que medie tratamiento farmacológico alguno, relata que no siente señales de hambre, pese a mantener intactas las percepciones asociadas al gusto y al olfato. Perdió el apetito y sus comidas favoritas no le reportaron placer durante 15 meses después del suceso. Una investigación de la Universidad de Montreal, liderada por Dang Khoa Nguyen y publicada en Neurocase, cree haber descubierto en este caso una nueva región del cerebro implicada en la sensación de apetito. Sin embargo, el neurocientífico José María Delgado, de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, advierte de que hay más regiones cerebrales relacionadas con el hambre, que la afectada por este episodio tiene conexiones con las ya conocidas y que, además de la “regulación meramente metabólica de la alimentación que ejerce el cerebro, hay otra estructura desde el punto de vista cognitivo” muy relevante. De esta forma, el control del hambre no depende de una sola “palanca”, según el investigador español. El apetito es complejo y no tiene un único interruptor.
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Tras la crisis isquémica, la paciente presentó esperadas limitaciones de movilidad en medio cuerpo y dificultades para hablar. Había sufrido daños en una recóndita subregión del cerebro, de difícil acceso y poco estudiada, que se asocia con la actividad vinculada a la toma de decisiones, el procesamiento emocional y la atención. Sin embargo, no se relacionaba directamente con el apetito, aunque, según resalta José María Delgado, que remite a una publicación en Neuroimage, “sí con conexiones con el hipotálamo lateral, donde se ubica el centro del hambre”.
La sensación de hambre y el placer que reporta la alimentación se recuperaron 16 meses después del ictus. Pero en ese casi año y medio anterior, la paciente perdió 13 kilos (pasó de 73 a 60) sin que, según Dang Khoa Nguyen, “la falta de apetito fuera atribuible a medicación, el uso de sustancias o a desórdenes clínicos”.
Según el investigador canadiense, “la creciente evidencia sugiere que la ínsula es un actor principal en el procesamiento gustativo, interoceptivo [capacidad para percibir estímulos internos] y emocional”. Y añade: “Probablemente integra estas diferentes funciones para contribuir al control homeostático [autorregulación de la constancia de las propiedades de un sistema influido por agentes exteriores] de la ingesta de alimentos”.
Delgado comparte que la poco conocida ínsula cerebral se asocia con “tareas de regulación de funciones viscerales e interoceptivas, es decir, de receptores sensoriales internos, por lo que, entre sus posibles funciones metabólicas, puede estar también la regulación de la ingesta de alimentos”.
La ínsula tiene conexiones con el hipotálamo lateral, donde se ubica el supuesto centro del hambre y, también, con el núcleo accumbens, cuya activación produce la sensación de recompensa o de satisfacción tras conseguir lo que se buscaba
José María Delgado, neurocientífico de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla
No obstante, el neurocientífico español señala que, “aunque los autores del artículo no lo mencionan”, sí se conoce que “la ínsula tiene conexiones con el hipotálamo lateral, donde se ubica el supuesto centro del hambre y, también, con el núcleo accumbens, cuya activación produce la sensación de recompensa o de satisfacción tras conseguir lo que se buscaba: comida, agua, etcétera”.
Delgado, autor de investigaciones sobre la regulación cerebral del hambre, concreta que “es el hipotálamo, un pequeño centro nervioso que no representa más de un 1% del peso total del cerebro, el que regula todas las funciones metabólicas endocrinas”. Y explica de acuerdo con experimentos con animales: “Se conoce que hay un centro del hambre en el hipotálamo lateral y que, si se estimula eléctricamente, aumenta el apetito. Del mismo modo, la corteza prefrontal medial y el núcleo accumbens [relacionados con la sensación subjetiva consciente de agrado, bienestar o satisfacción] también desempeñan un importante papel en la modulación consciente de las señales de apetito y saciedad. Si se estimulan, hacen que disminuya el apetito. A largo plazo puede producir anorexia”.
Si un accidente cerebrovascular afecta al centro del hambre o a algunas de las estructuras que lo activan, se pierden las ganas de comer
El neurocientífico considera coherente que, si un accidente cerebrovascular afecta al centro del hambre o a algunas de las estructuras que lo activan, se pierdan las ganas de comer. Una de esas estructuras, según se refleja en Brain Research, es el núcleo accumbens que, activado eléctricamente, puede generar la sensación de que ya has comido. El grupo de Delgado ha experimentado con ratones cómo esta manipulación evitaba que un ejemplar cogiera comida porque se sentía satisfecho. “Ese mecanismo existe también en las personas y en los primates, no es exclusivo de roedores”, añade.
Pero, aclara, que estos sistemas solo explican el apetito desde el punto de vista de regulación meramente metabólica de la alimentación. En este sentido añade: “Hay otra estructura que regula la alimentación desde el punto de vista cognitivo, es decir, una cosa es llevar mucho tiempo sin comer, que baje la glucosa en la sangre y se active el centro del hambre, que es un mecanismo fisiológico, y otra son los mecanismos de tipo cognitivo, que te llevan a comer ante un alimento apetitoso, aunque no tengas hambre, o a ayunar porque estás enfadado y se te quitan las ganas”.
La complejidad de los elementos que desatan o merman el apetito es la mayor dificultad para hallar un fármaco que regule a voluntad el hambre y permita así combatir la obesidad o la anorexia
Esta complejidad de los elementos que desatan o merman el apetito es precisamente la mayor dificultad para hallar un fármaco que regule a voluntad el hambre y permita así combatir la obesidad o la anorexia. En este sentido, Delgado aclara: “Hace falta una inhibición o activación sostenida en el tiempo de los centros del hambre o de la saciedad. Por el contrario, con una comida normal, el apetito queda saciado antes de que se activen las señales hormonales y nerviosas que regulan el proceso digestivo”.
La búsqueda de este activador o inhibidor del hambre llevó a pensar en la estimulación física del cerebro o química, a través de la dopamina, una molécula que actúa como neurotransmisor. Un fármaco que modulara la presencia de esta sustancia, considerada como la causante de sensaciones placenteras y la sensación de relajación, evitaría que una persona ingiera demasiados alimentos porque tendría la sensación de que ya ha comido suficiente.
El peligro es lesionar una parte del cerebro o drogarse para obtener un determinado efecto que tiene una importante causa psicológica y consecuencias colaterales
Pero, en este sentido, Delgado advierte del peligro de lesionar una parte del cerebro o drogarse para obtener un determinado efecto que tiene una importante causa psicológica y consecuencias colaterales. El propio estudio canadiense sobre los efectos de la lesión cerebral señala que la paciente no solo perdió el apetito, sino también el placer de comer.
“No es fácil dar con un fármaco que quite el hambre”, explica el investigador, “porque puede eliminar también todo lo demás asociado con la satisfacción, con los mecanismos de motivos e incentivos: el motivo sería el hambre, la sed o el impulso sexual; el incentivo es una buena comida, agua o una relación satisfactoria. La clave es que la motivación funcione en los límites que se consideran normales. Cuando no se consigue una satisfacción suficiente, se genera un problema de dependencia porque el mecanismo ya no está funcionando bien”.
En el caso del hambre intervienen aspectos tanto subjetivos como fisiológicos, por lo que no hay una única vía de ataque, al revés
José María Delgado, neurocientífico
A los efectos secundarios adversos se suma que los mecanismos naturales son más eficaces y complejos e involucran a muchas regiones del cerebro y de otras partes del cuerpo, por lo que es difícil articular una terapia única con una consecuencia singular. En este sentido, el neurocientífico explica: “El mecanismo subjetivo de regulación del hambre es más rápido incluso que el mecanismo fisiológico. Al empezar a comer se distiende el estómago y, momentáneamente, se quita la sensación de hambre. Eso ya es un freno. Luego, con la digestión, se liberan sustancias y hormonas [leptinas, insulina, colecistoquinina] que, bien por la sangre o a través de nervios periféricos, sobre todo el nervio vago, actúan sobre el centro de la saciedad. Todo ese mecanismo funciona de forma inconsciente. Y luego está el componente consciente: si ves una comida con muy mala pinta, se te quitan las ganas de comer y ahí no ha intervenido nada de metabolismo, solo la percepción visual. También al revés, aunque no tienes mucha hambre, te ponen una comida con una pinta espectacular y comes. Esas segundas regulaciones son ya de tipo psicológico”.
Delgado concluye: “No, no hay una solución fácil, no hay un atajo. Algunas lesiones cerebrales se pueden prevenir o evitar que se propaguen o se agraven. Pero si ya hay una lesión neuronal y es muy extensa, la capacidad de recuperación depende de que haya otros mecanismos compensatorios. Si tienes una parálisis del brazo derecho, puedes adaptarte y escribir con el brazo izquierdo. El cerebro se adapta a los cambios inducidos, pero en el caso del hambre intervienen aspectos tanto subjetivos como fisiológicos, por lo que no hay una única vía de ataque, al revés”.
Necesidad o placer
Yong Xu, profesor de nutrición y biología molecular y celular en la Facultad de Medicina de Baylor (Waco, Texas), coincide en la complejidad de regular incluso los comportamientos de ingesta por necesidad o placer. En una investigación publicada en Molecular Psychiatry, su equipo descubrió que, aunque el cerebro controla ambos comportamientos a través de neuronas productoras de serotonina en el mesencéfalo (porción superior del tronco del encéfalo), cada tipo de alimentación está conectado por su propio circuito independiente. Yong Xu explica: “El circuito que se proyecta al hipotálamo regula principalmente la alimentación impulsada por el hambre, pero no influye en el comportamiento alimentario impulsado por el placer. Y viceversa. Esto indica que, a nivel de circuito, el cerebro conecta los dos tipos de comportamiento alimentario de manera diferente”. El trabajo permite estudiar la identificación de posibles dianas moleculares asociadas con los circuitos que podrían utilizarse para tratar la sobrealimentación.
En la línea de la complejidad de factores implicados en el hambre, un experimento con ratones modificados genéticamente, publicado en Nature y dirigido por Bradford B. Lowell, endocrinólogo del centro médico israelí Beth, añade un elemento más a la compleja interacción neuronal que gobierna esta sensación. Lowell, también profesor en Harvard, se concentró en las neuronas AgRP, que se encuentran en el hipotálamo. Janet Berrios, coautora de la investigación explica: “Estas neuronas se activan al ayunar y causan sensación de hambre. Al activarlas artificialmente en un ratón recientemente alimentado, este ingiere grandes cantidades de comida, como si no hubiera comido en días”. Aunque la presencia de alimentos o una señal vinculada a la presencia de alimentos inhibe instantáneamente la actividad de la neurona y alivia la sensación de hambre, si no se come en un corto período de tiempo, la actividad neuronal se recupera y restaura el hambre a sus niveles anteriores.
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