La guerra que ha forzado uno de los mayores desplazamientos de población desde la Segunda Guerra Mundial cumple una década con sordina en Siria. La memoria de las acusaciones de uso de armas químicas, de las explosiones de barriles bomba sobre escuelas y hospitales, se ha difuminado tras un año de silencio de las armas en los frentes, en estado de coma inducido por la pandemia. En Damasco, Bachar el Asad se dispone a revalidar sin disputa en las urnas la presidencia sobre dos tercios del territorio que controlaba en 2011, las ruinas que dan sepultura a cerca de 400.000 muertos y una factura en pérdidas de un billón de euros. Y aunque no silben las balas desde hace tiempo, las sanciones impuestas al régimen por los países occidentales para que acepte una salida política a la pesadilla de una guerra que se eterniza han acabado por sumir a ocho de cada diez sirios bajo el umbral de la pobreza.
La batalla por el último reducto de la oposición –Idlib, en la frontera turca noroccidental– seguirá previsiblemente en pausa cuando pase la plaga de la covid-19, de cuyos efectos en el país árabe apenas llega información. “Siria es extremadamente débil por el colapso de su economía, y Estados Unidos y Europa apoyan la ocupación turca de facto en Idlib y otras zonas. No parece que Damasco o Moscú se vayan a atrever a presionar militarmente en estas condiciones”, pronostica el profesor Joshua Landis, experto estadounidense que sigue de cerca la guerra desde su inicio, la evolución de las piezas en el tablero sirio.
El relevo en el poder en la Casa Blanca puede marcar el desenlace. “Turquía intentará extender su zona de seguridad en el noreste si el presidente Joe Biden se aleja de su compromiso con los kurdos tanto como lo hizo Donald Trump”, advierte en un intercambio de correos electrónicos Landis, director del Centro de Estudios para Oriente Próximo de la Universidad de Oklahoma. El control territorial de las Fuerzas Democráticas Sirias, alianza kurdo-árabe que fue clave para frenar al yihadismo, sobre el tercio noreste del país está a expensas del respaldo de Washington, que ya retiró el grueso de las tropas de élite que había desplegado sobre el terreno.
Un decenio después del levantamiento popular en el marco de la Primavera Árabe –en medio de una larga sequía que arruinó a muchos campesinos sirios– la guerra sigue estancada, escaramuzas ocasionales aparte. Tras el alto el fuego alcanzado hace un año en Idlib, el Ejército gubernamental y sus aliados de Rusia, Irán y milicias chiíes han consolidado el dominio sobre la denominada Siria útil, la zona central del país más fértil y poblada.
Hace ocho años, el régimen estaba contra las cuerdas, con menos de la cuarta parte del territorio en sus manos mientras decenas de países reconocían a la coalición de la oposición. Los días de El Asad en el poder parecían estar contados en 2013 cuando atravesó la línea roja de prohibición del uso de armas químicas, trazada por EE UU, en un ataque atribuido a sus fuerzas que se cobró más de un millar de vidas en la región de Damasco. El presidente Barack Obama prefirió no cumplir su amenaza, para no involucrar a su país en otra guerra tras los fiascos de Afganistán e Irak, y Vladímir Putin interpretó en el Kremlin que había llegado la hora de ocupar el vacío dejado por la Casa Blanca.
“La amenaza más inmediata para El Asad es la devastadora situación económica y humanitaria”
Haizam Amirah Fernández, investigador principal para el Mediterráneo y el Mundo Árabe en el Real Instituto Elcano
El despliegue ruso en favor de El Asad –y de la única base aeronaval de Moscú en el Mediterráneo, en la costa siria de Latakia– dio un vuelco al conflicto a partir de 2015. La caída de Alepo oriental al año siguiente, en una batalla calle por calle para arrebatar a los rebeldes su capital, y la toma en 2018 de Guta Oriental, estratégico enclave insurgente a las afueras de Damasco que fue rendido por hambre, apuntalaron la victoria de las fuerzas leales a Damasco.
Pero desde la proclamación del califato, a caballo entre Siria e Irak en 2014, la atención de los países occidentales se había desviado hacia la amenaza del Estado Islámico. Todos los esfuerzos militares y diplomáticos se concentraron en su derrota, consumada hace ahora dos años a orillas del Éufrates en la frontera sirio-iraquí. Ahora sus últimas partidas vagan por el desierto.
“La amenaza más inmediata para El Asad no son las facciones rebeldes ni la presencia de potencias externas en el país, sino la devastadora situación económica y humanitaria”, precisa Haizam Amirah Fernández, investigador principal para el Mediterráneo y el Mundo Árabe en el Real Instituto Elcano. “No hay salida a la vista para la agonía en que está sumido el país, en ausencia de una solución política que requiere de negociaciones complejas y concesiones que nadie parece dispuesto a hacer, empezando por el propio régimen”, augura en un oscuro panorama este experto.
Despliegue de fuerzas en Siria
Ejército sirio y fuerzas aliadas
Fuerzas Democráticas Sirias
(milicia kurdo-árabe)
Control directo de Turquía y grupos rebeldes afines
Grupos yihadistas y presencia militar turca
Fuente: Liveuamap y elaboración propia.
EL PAÍS
Despliegue de fuerzas en Siria
Ejército sirio y fuerzas aliadas
Fuerzas Democráticas Sirias
(milicia kurdo-árabe)
Control directo de Turquía y grupos rebeldes afines
Grupos yihadistas y presencia militar turca
Fuente: Liveuamap y elaboración propia.
EL PAÍS
Despliegue de fuerzas en Siria
Ejército sirio y fuerzas aliadas
Control directo de Turquía y grupos rebeldes afines
Fuerzas Democráticas Sirias
(milicia kurdo-árabe)
Grupos yihadistas y presencia militar turca
Fuente: Liveuamap y elaboración propia.
EL PAÍS
La rebelión se ha visto relegada frente al aparente mal menor que representa el régimen. Las potencias ya no exigen la salida de El Asad del poder, sino que acepte una salida política negociada que ponga fin de una vez a la contienda. El Gobierno de Damasco, sin embargo, ha dejado en punto muerto su participación en el Consejo Constitucional auspiciado por Naciones Unidas en Ginebra, junto con representantes de la oposición y la sociedad civil siria, para reformar leyes básicas y convocar unas elecciones creíbles. Tanto EE UU como la Unión Europea han advertido de que no habrá levantamiento de las sanciones si no se aviene a negociar la reconciliación tras la guerra.
El desplome de la economía y la pandemia detienen la batalla
Las sanciones internacionales impuestas al régimen de El Asad parecen estar perjudicando a los sirios más vulnerables sin afectar a la élite gobernante, con un efecto político adverso y contraproducente. La libra siria se ha devaluado cerca de un 100%, el combustible escasea en un país con yacimientos de petróleo (ahora en manos de las milicias kurdas aliadas de EE UU) y el precio del pan subvencionado se ha multiplicado por seis desde hace una década.
Tras insistir esta semana en la Eurocámara en que “no habrá normalización ni reconstrucción sin transición política” en Siria, el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, recordó que la UE ha destinado 22.000 millones de euros desde 2011 para asistir a la población civil más necesitada, que incluye a 6,7 millones de desplazados de sus hogares y apoyar a los países vecinos que acogen a 5,5 millones de refugiados.
“La situación humanitaria en Siria está en los niveles más calamitosos desde el inicio del conflicto. La pandemia está exacerbando las catástrofes provocadas por la guerra”, señala Haizam Amirah. “Rusia e Irán han salvado a El Asad en términos militares por el momento”, concluye el experto del centro español de estudios internacionales y estratégicos, “pero casi no aportan asistencia humanitaria ni económica”.
La guerra sin batallas de Siria entra este lunes en su undécimo año sin armisticio ni negociaciones de paz a la vista. “Las potencias occidentales pueden seguir boicoteando a El Asad, pero será muy difícil para las potencias regionales no restablecer lentamente relaciones con Damasco. La geografía hace que sea difícil un aislamiento permanente. Líbano, Jordania, Irak e incluso los países del Golfo están pagando un alto precio por el bloqueo de las principales rutas comerciales”, opina finalmente el profesor Landis sobre el realineamiento regional en curso tras una década de conflicto que deja un reguero de sangre y destrucción en Oriente Próximo.
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