El primer ministro holandés, Mark Rutte, pronuncia un discurso en el que pide perdón en nombre del Gobierno por el pasado esclavista del país, en los Archivos Nacionales de La Haya, el pasado 19 de diciembre.ROBIN VAN LONKHUIJSEN (EFE)
El 19 de diciembre de 2022 es ya una fecha histórica en Países Bajos. Ese día, el primer ministro, Mark Rutte, pidió por primera vez perdón en nombre del Gobierno “por el papel jugado en el pasado por el Estado en el comercio y explotación de seres humanos durante los 250 años de la época colonial holandesa”. Además, utilizó el lenguaje de la justicia internacional para calificar la esclavitud de “crimen contra la humanidad”, perpetrado en Surinam (Sudamérica) y las antiguas Antillas Neerlandesas (en el Caribe). Mencionó también lo ocurrido en Indonesia. El discurso ha sido alabado, sobre todo porque reconoció que hasta hace poco él mismo descartaba disculparse por algo “de lo que nadie tiene hoy la culpa”. Sin embargo, sus palabras no pudieron ocultar las tensiones políticas previas al discurso. Tampoco suavizaron el desencuentro con los descendientes de las poblaciones esclavizadas en Surinam, que habrían preferido recibir las excusas el próximo 1 de julio, fecha del 150 aniversario de la liberación efectiva de los esclavos en el país sudamericano.
El largo camino que queda por recorrer para eliminar la discriminación de los ciudadanos que trazan sus orígenes en la esclavitud quedó patente este noviembre en un sondeo encargado por el periódico Trouw y la televisión pública NOS. Indica que un 38% estaba a favor de pedir perdón. En enero de 2021, una encuesta similar mostró que solo el 31% pensaba que fuese una buena idea. Si bien los partidarios de dar el paso han aumentado, “la consulta muestra la división étnica de la sociedad holandesa”, señala al teléfono el historiador Pepijn Brandon. Catedrático de Historia Global en la Vrije Universiteit (Universidad Libre) de Ámsterdam, explica que “una gran mayoría de los afroholandeses querían las disculpas, y lo mismo pasa con los ciudadanos de origen inmigrante de países que no son occidentales, pero solo una minoría de ciudadanos blancos lo respaldaba”.
“Países Bajos tiene un conflicto con su pasado colonial, como ocurre con otros países europeos, y hay una gran tensión para aceptar que la colonización es una parte central de nuestra historia”, añade el historiador. Los holandeses, al igual que en otros países, prefieren recordar lo que les hizo grandes, de modo que, según Brandon, “el discurso nacional se ha centrado en el comercio, relacionado, a su vez, con la libertad, la tolerancia y la riqueza”. El hecho de que todo ello fuera acompañado de conquistas coloniales y esclavitud, “aparecía en los libros escolares como la parte lamentable de la historia principal”. “Era lo que salió mal, cuando esa violencia colonial es una parte integral de cómo los holandeses se hicieron ricos”, concluye.
El impacto del pasado en el presente
El impacto de este pasado en el presente marca la labor de la activista holandesa Mercedes Zandwijken, fundadora de la Mesa de Diálogo Keti Koti (Keti Koti Tafel) junto a su esposo, Machiel Keestra, filósofo y responsable central de diversidad de la Universidad de Ámsterdam. La Mesa reúne a ciudadanos blancos y negros para reflexionar juntos, y Keti Koti significa “cadena cortada”, en recuerdo de la emancipación de los esclavos en Surinam. Allí, aunque la abolición data de 1863, y los dueños de las plantaciones recibieron una compensación por cada persona liberada, los esclavos fueron forzados a trabajar hasta 1873 por un salario mínimo y desprotegidos frente a la tortura. De ahí que en Surinam se hable de 160 años desde la abolición, y de 150 desde la liberación.
La exposición sobre la esclavitud en el Rijksmuseum de Ámsterdam mostraba en mayo de 2021 varios cepos utilizados en la época colonial para inmovilizar a los esclavos.KENZO TRIBOUILLARD (AFP)
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Zandwijken y Keestra se reunieron con el primer ministro y otros grupos antes del 19 de diciembre, y lamentan la falta de diálogo con los descendientes de la comunidad negra holandesa ante un discurso de esta envergadura. Por videoconferencia, afirman que llevan “una década fomentando el diálogo contra el racismo, y el racismo institucionalizado”, y hubieran preferido ver menos prisas en el Gobierno. Consideran que ello habría facilitado “un diálogo nacional que convenciese a más ciudadanos del valor de las disculpas”. “Nos han asegurado que trabajaremos juntos para elaborar un programa que aborde esta transformación”, aseveran.
Su labor se ha beneficiado del empuje del movimiento Black Lives Matter, pero advierten de que la extrema derecha holandesa repudia la iniciativa de pedir excusas del Gobierno, y no se puede ignorar a esos votantes. Los dos activistas apuntan: “Es muy posible que Rutte haya corrido al final para evitar mayores rechazos. No habló de compensaciones económicas, y en el seno de su propio partido [liberales de derecha, VVD] había voces contrarias a los 200 millones de euros que se destinarán a concienciar sobre el pasado colonial”. Luego, mencionan el caso de Bélgica, que ha frenado un proceso similar “ante posibles reclamaciones monetarias”. Dado que la esclavitud es sinónimo de injusticia, el historiador Brandon recalca que “los partidos de extrema derecha la relativizan en lugar de negarla, diciendo que hubo otras cosas terribles y no hay que centrarse en esto”.
Los lazos de la Casa de Orange con la esclavitud
Si bien el perdón pedido por el primer ministro holandés se centró en Surinam y el Caribe, su discurso incluyó varias referencias a Asia. Es un apartado menos estudiado hasta la fecha, y Brandon lo atribuye a que el sistema de plantaciones en el Atlántico se asocia a los esclavos. “En Asia también hubo, pero mientras que los descendientes de africanos han pedido durante años un gesto oficial, no han surgido movimientos similares sobre lo que pasó en la actual Indonesia. Allí, la esclavitud no centra tanto la memoria colonial”. El rey Guillermo ha pedido dos investigaciones: en busca de obras coloniales en la colección privada de la Corona, y sobre los lazos de la Casa de Orange con la esclavitud. “El encargo sugiere que el soberano hará un gesto en algún momento, porque es sabido que los Orange tuvieron una responsabilidad directa en la política colonial”, añade Brandon.
Los tres entrevistados coinciden en lo mal que se ha explicado este periodo de la historia en el sistema educativo. De ahí la buena acogida en su día de la muestra Esclavitud, presentada en 2021 por el Rijksmuseum, de Ámsterdam, el museo de arte e historia de Países Bajos. Taco Dibbits, su director, explica: “Esta parte de nuestro pasado es sentida por muchos todavía hoy. Y el Rijksmuseum juega un papel importante en desarrollar el espíritu crítico de los escolares”. Y subraya: “No somos activistas, pero debemos abordar temas históricos cruciales para que la gente reflexione y tome postura. Podemos contar una historia completa para mirar hacia delante juntos”. El centro de arte guarda en total un millón de obras, de las cuales 4.500 pueden tener lazos coloniales. ¿Qué pasará con ellas? “Se ha formado una comisión de restitución. También hay un consorcio en el que colaboramos junto con otros museos e instituciones, ya sean de patrimonio o académicas, para asegurar la transparencia sobre el origen de nuestras colecciones”, detalla.
La cooperación de la que habla el director del museo incluye a los distintos países de los que salieron las piezas, y a Dibbits le parece muy importante “abrir un diálogo con ellos, sin adoptar posturas de antemano, para buscar unidos una solución”. En su opinión, se trata de decidir “dónde contarán mejor estos objetos la historia que acarrean; dónde estarán mejor expuestos, y eso puede ser también en los países originarios”. “Como museo nacional, debemos integrar las diferentes perspectivas en una historia común del país”. Este febrero, un diseño adaptado de la muestra Esclavitud se exhibirá en la sede de Naciones Unidas, en Nueva York. El organismo se lo ha pedido “dado el carácter global de la explotación colonial de seres humanos”, concluye Taco Dibbits.
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