A Carlos Marquerie le gusta la palabra “traslado” para hablar de su obra Descendimiento, basada en el poemario del mismo título de Ada Salas. No buscaba un recital ni una adaptación teatral. Su dramaturgia no es una línea con origen y destino, es un ritual que convoca al espectador a un encuentro de alto contenido poético con música y canto en directo de Niño de Elche. En la función, que se estrena en el Teatro de la Abadía desde este jueves y hasta el próximo día 25, intervienen tres intérpretes, Fernanda Orazi, Emilio Tomé y Lola Jiménez, la voz de Niño de Elche, los músicos Clara Gallardo y Joaquín Sánchez Gil, y las bellas marionetas de Marquerie.
“Ha sido una labor de orfebrería en la que hemos ido tejiendo con hilos delicados todos los tramados buscando un despliegue visual y poético”, asegura Marquerie (Madrid, 66 años), un referente de las artes escénicas más vanguardistas y alejado del teatro narrativo que, a pesar de sus 45 años en el oficio, se estrena por primera vez en un teatro institucional con un espectáculo de creación propia. Descendimiento es el ejemplo de la nueva línea de programación artística desde el relevo en la dirección de La Abadía, con Carlos Aladro al frente, quien asegura que es “una suerte de manifiesto”.
Van der Weyden y Ada Salas: un acto de amor
Rogier van der Weyden ha sido el gran compañero de todos en este viaje coral que comenzó hace dos años. Hay tanta historia íntima detrás de El Descendimiento (1435), la obra maestra del pintor flamenco que cuelga en las paredes del Museo del Prado, que va surgiendo a borbotones en el encuentro con Carlos Marquerie, Ada Salas y Niño de Elche, tras mostrar unas primeras escenas del espectáculo.
Una crisis emocional llevó a Salas hasta esa pintura que representa la bajada de la cruz del cuerpo de Cristo y el dolor y hundimiento de la Virgen junto a otras figuras bíblicas. “Estaba escribiendo sobre la muerte, sobre un cadáver al que necesitaba enterrar. Mi escritura me fue llevando al cuadro que siempre ha estado en mi interior. Yo misma me preguntaba: ‘¿Qué hace una poeta del siglo XXI escribiendo sobre un cuadro bíblico de 1435, alguien que creyó, pero que perdió la fe hace tiempo ante una expresión tan clara de la iconografía católica?’ Pero la muerte y el dolor es siempre el mismo”, asegura Salas (Cáceres, 55 años), que publicó su poemario Descendimiento (Editorial Pre-Textos) en 2018.
Un año después, y durante la lectura en el Prado de algunos poemas por parte de la propia Salas, fue cuando Marquerie descubrió y admiró la “austeridad y la precisión rítmica del texto”. “Cuando escuché a Ada ante el Descendimiento de Van der Weyden, que fue el primer cuadro que visité por mi cuenta yo en el Prado, le propuse llevar su poemario a escena”, interviene Marquerie. Han sido dos años de un viaje “hermoso pero difícil”. “El espectáculo tiene un componente ritual, pero al mismo tiempo una ruptura absoluta con ese ritual”, asegura el director, que ha hecho de la antigua iglesia de La Abadía un escenario circular justo debajo de la bella bóveda de la sala, en una especie de abrazo del público a los artistas.
“Me interesan los espacios donde el espectador no está distante. Este escenario redondo invita a la gente a compartir, que es en realidad lo que es el teatro, un acto profundamente político en el sentido de reunión”, explica Marquerie, opinión que comparte emocionada Ada Salas. ”La verdadera política no está en lo que aparece en los medios de comunicación. La política está en la apuesta por lo que importa, la raíz de lo humano, el dolor y los conflictos que nos plantea la vida y eso es lo que nos hermana”, añade la autora.
A Francisco Contreras, conocido como Niño de Elche (Elche, 35 años), ya le gustaría saber cómo ha llegado a esta música de Descendimiento, confiesa con algo de ironía. “La relación de lo sonoro en lo escénico y los poemas de Ada tienen que ver con una relectura constante de los textos y un diálogo fluido con ella y con el director. Quizás el cuadro de Van der Weyden no sea lo que más me ha inspirado y sí las marionetas de Marquerie y el tema bíblico. Me gusta dejar huecos a lo inexplicable porque cada uno llega al espectáculo con sus propias vivencias. He querido llegar a unos territorios zona cero que puede conectar con cualquier tipo de descendimiento personal o colectivo”, asegura el músico y cantaor que se acompaña en el escenario con dos instrumentos de viento.
Lo que está claro es que en esta antigua abadía, hoy convertida en teatro, se asiste a un encuentro muy íntimo. Un milagro, como lo define Salas. “Lo siento como un regalo. Un rito espiritual que ha conseguido complementar lenguajes, fuerzas, inteligencias y sensibilidades de todas las ramas de lo teatral, la interpretación, la danza, la música, la voz de Paco, el flamenco y la poesía. Un milagro”, asegura esta autora y profesora.
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