Cristina B., de 24 años, era hasta enero de 2017 una joven como otras muchas de Cullera. Sus cuentas en las redes sociales la muestran vestida de fallera, participando en competiciones deportivas, de fiesta con las amigas, en la intimidad con quien parece ser su pareja entonces. Pero desde hace unos 11 meses, era conocida en su pueblo como “la de negro”. Había cambiado los bordados, enaguas y peinetas del traje de fallera por un niqab que solo dejaba ver sus llamativos ojos rasgados, algo que no pasó inadvertido ni para su familia ni para sus amigas ni para el resto de los habitantes del pueblo (22.000 habitantes) que en algún momento alertaron a la policía: “Era la única persona que vestía así”.
Durante más de una década Cristina perteneció a la Falla Raval de Sant Agustí. La dejó hace dos años, pero recientemente volvió a apuntarse junto a una de sus mejores amigas.
Varios agentes conducen a Cristina B., tras su detención el pasado miércoles, en unas imágenes difundidas por la Policía Nacional.
Aficionada a la cocina, Cristina había cursado un módulo superior de Formación Profesional de cocina en el instituto Joan Llopis Marí y, de hecho, en los últimos tiempos sus trabajos e ingresos provenían de la elaboración de tartas y de sus empleos en el ámbito de la hostelería, según señalan fuentes de la investigación, llevada a cabo por agentes de la Comisaría General de Información de la Policía Nacional, y que culminó con su detención el pasado miércoles acusada de pertenencia y financiación de organización terrorista. La presunta yihadista, de quien los agentes han logrado constatar que logró hacer llegar “al menos 5.000 euros” a elementos del ISIS en Siria, ingresó el viernes en prisión por orden del titular del Juzgado Central de Instrucción número 1 de la Audiencia Nacional, Santiago Pedraz.
La sorprendieron en casa de sus padres, con los que vivía, pese a haberse casado en Marruecos en diciembre de 2019. Por el rito musulmán se unió a un joven surfista marroquí, que resultó no ser lo suficientemente radical como para cruzar con ella la frontera turcosiria el pasado mes de enero. A la vuelta de ese viaje “fallido” inició los trámites de divorcio, mientras empezaba las gestiones por unirse a los rescoldos del Estado Islámico (ISIS) por su cuenta y riesgo, cada vez más radicalizada: “Se lo merecía”, escribió en su perfil de una red social tras conocer la decapitación del profesor francés, Samuel Paty, asesinado el pasado 16 de octubre en una población francesa, 30 kilómetros al norte de París.
“Ya tenía los billetes comprados y los datos del contacto que la ayudaría a cruzar a territorio sirio”, aseguran fuentes de la investigación, que observaron con estupefacción como su radicalización alcanzaba velocidad de crucero desde el pasado mes de enero.
Cristina se convirtió a la religión musulmana en la primavera de 2017, según aseguran fuentes del caso, y pasó a llamarse “Fátima” en los entornos árabes que frecuentaba. En agosto de ese mismo año, coincidiendo con los atentados yihadistas de Barcelona, comenzó a radicalizarse de manera obsesiva. “Los historiales de búsquedas de los siete dispositivos que se le incautaron en su domicilio demuestran la compulsividad de sus búsquedas”, señalan fuentes próximas a la investigación. Acumulaba manuales acerca del uso de armas y de elaboración de explosivos, algunos de los cuales compartió incluso con sus amigas que siempre aceptaron sus cambios como “rarezas”, pero que jamás le dieron de lado. Fuentes del caso aseguran que, de hecho, Cristina utilizó hábilmente a sus amistades para que hicieran cosas por ella (“comprar, vender, buscar información en Internet”) con el fin de ocultar sus actividades preparatorias para unirse al Estado Islámico.
“Tras los recientes atentados en Francia, además, había comenzado a escribir cosas en tono apocalíptico, mostrando ciertas tendencias suicidas y su voluntad de convertirse en mártir”, señalan fuentes próximas a esta investigación, que ha durado más de un año. “Sus padres, sabedores de la deriva que estaba adoptando su hija, sintieron cierto alivio tras su detención”, apuntan las mismas fuentes.
“Con el fin de contraer matrimonio con uno de los yihadistas que conoció a través de las redes sociales, el pasado mes de septiembre, la investigada dejó su trabajo dedicándose de forma exclusiva a la recopilación de dinero, que obtenía a través de la comisión de ilícitos penales, para sufragarse el viaje a ‘zona de conflicto”, rezaba una nota policial enviada este viernes.
Ocho mujeres detenidas desde 2014
Desde que se inició el conflicto en Siria en el año 2011, las mujeres han representado un papel importante dentro de los combatientes europeos que se han trasladado a zonas de enfrentamientos: como cuidadoras del hogar, como procreadoras de futuros yihadistas y como meros objetos sexuales. Sin embargo, en el caso de Cristina, también captada por un yihaista a través de las redes sociales, según fuentes de la investigación, su intención era “entrar en combate”, por eso “estudiaba con ahínco manuales sobre el uso de armamento”. “Estos grupos terroristas han focalizado parte de su labor de captación, principalmente a través de las redes sociales, para atraer a mujeres con la finalidad de casarse con un muyahidin o para acometer la yihad violenta, llegando incluso a integrarse en las denominadas Brigadas de Mujeres”, señala la nota policial.
Desde el año 2014 la Policía Nacional ha arrestado a un total de ocho mujeres cuya intención era viajar a “zonas de conflicto”. La última fue arrestada en febrero de 2017. La mujer era esposa de un responsable del ISIS desplazado a Siria en 2014. Según la información policial, frustró su viaje a la zona siria-iraquí ―que ya había comenzado acompañada de sus cuatro hijos menores de edad― cuando supo del fallecimiento de su marido en combate. Finalmente fue condenada por la Audiencia Nacional a cinco años de prisión por integración en organización terrorista.
Al menos dos mujeres yihadistas españolas, Luna Fernández y Yolanda Martínez, que se unieron al Estado Islámico con sus maridos en años anteriores y sus 13 hijos menores permanecen en los campos de refugiados del Al Roj a la espera de que las autoridades españolas y Europeas decidan qué hacer con los yihadistas españoles que permanecen retenidos por las milicias kurdas tras la caída del Estado Islámico.
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