La primera gran cita electoral en el Reino Unido desde que el primer ministro británico, Boris Johnson, y el Partido Conservador lograran una arrolladora victoria en diciembre de 2019 ha dado un respiro al dirigente, y puesto de manifiesto que la oposición laborista, y su líder, Keir Starmer, tienen un serio problema de confianza con sus votantes tradicionales. Las encuestas ya habían anticipado una amplia ventaja de la derecha en todos los municipios de Inglaterra donde estaban convocados a las urnas más de 48 millones de ciudadanos, pero ha sido su victoria en la localidad de Hartlepool, en la costa noreste, la que ha encendido todas las alarmas en la izquierda británica.
En Hartlepool se celebraba lo que en la jerga política británica se conoce como una by-election, la elección de reemplazo de un diputado para la Cámara de los Comunes, en medio de la actual legislatura. Quien representaba hasta ahora en Westminster a esa circunscripción, Mike Hill, tuvo que dimitir para hacer frente a serias acusaciones de acoso sexual. Desde 1974, cuando se convirtió en demarcación electoral, el Partido Laborista había retenido con comodidad este puesto. Forma parte de la región del norte de Inglaterra conocida como “la muralla roja”, los feudos tradicionales de la izquierda que Johnson logró conquistar para la causa conservadora, gracias sobre todo a su discurso del Brexit, hace casi año y medio. Esta votación se había convertido así en el modo de comprobar si la victoria del político conservador fue circunstancial, o marcaba una tendencia de cambio. Para el nuevo líder laborista, Starmer, se trataba de su primer reto en las urnas después de haber comenzado a distanciarse del radicalismo de izquierdas que supuso la etapa de su antecesor en el cargo, Jeremy Corbyn.
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Y después de más de un año de terrible pandemia, cuando la exitosa campaña de vacunación comienza a generar cierta esperanza entre la población, los electores se han expresado con contundencia: la candidata conservadora de Hartlepool, Jill Mortimer, ha logrado casi 7.000 votos más que su rival laborista, Paul Williams. “Los laboristas pensaron durante mucho tiempo que esta circunscripción era suya, y lo que he oído de los vecinos, en el puerta a puerta, era que ya estaban hartos”, ha dicho Mortimer poco después de confirmarse su victoria.
El líder laborista esquivaba sin responder a los medios concentrados a las puertas de su residencia londinense este viernes. Debía reunirse con su equipo para analizar los resultados y preparar una respuesta, que han prometido tener lista a medida que avance el día. Starmer apenas lleva un año al frente del partido, pero las condiciones especiales en las que ha tenido que hacer frente a las urnas agravan su situación interna. Normalmente, los votantes utilizan las elecciones de reemplazo como la de Hartlepool para castigar al actual Gobierno, si les ha dado motivos para ello. La errática gestión de la pandemia de Johnson, y el escándalo de las últimas semanas en torno a los gastos de decoración de su residencia privada en Downing Street, habrían sido motivos suficientes para dar al actual primer ministro y a su partido un serio varapalo. Ha ocurrido lo contrario, y en un territorio que resultaba clave para demostrar que el giro de Starmer había sido el correcto.
“No se ha perdonado todavía al Partido Laborista que haya perdido su rumbo durante la última década”, se lamentaba en la BBC Peter Mandelson, el ideólogo y creador del Nuevo Laborismo de Tony Blair, quien ocupó durante 12 años el escaño de Hartlepool. “Este partido no sabe aprender de sus derrotas, pero lo que es peor, tampoco sabe aprender de sus pasadas victorias”, ha añadido Mandelson, que culpa de lo sucedido en parte a la herencia de la confusa posición laborista durante el debate del Brexit, pero cree que las causas del cisma hay que buscarlas también en la “división social y cultural” surgida entre los dirigentes urbanitas de la formación y una base electoral con sentimientos más tradicionales.
Los aliados de Corbyn que se vieron desplazados después de la llegada de Starmer han comenzado a afilar sus cuchillos. Algunos han llegado a reclamar su dimisión, pero la mayoría exigen sobre todo que recupere la “radicalidad” de las propuestas del partido en los últimos años. “Debemos volver a hacer una campaña a en un ámbito muy local y organizar barrios y comunidades”, ha dicho John McDonnell, quien fuera número dos de Corbyn, cerebro gris de la izquierda durante esos años y creador de las propuestas económicas de la formación. “Muchos de los planteamientos que se están defendiendo no son suficientemente radicales, en áreas donde el nivel de pobreza y de bajos salarios es tremendo”.
El equipo creado en torno al nuevo líder ha admitido una derrota sin paliativos, pero se ha apresurado a defender la continuidad de Starmer. No es él quien debe ser reemplazado, sino el partido el que debe cambiar drásticamente, después de años de Corbyn. Y en un año no se puede producir ese cambio. “Lo estamos haciendo, pero no con la suficiente rapidez como para recuperar la confianza perdida en los años recientes”, ha admitido Steve Reed, uno de los portavoces habituales de la formación en su nueva etapa.
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