La princesa Mako de Japón abandona la familia imperial tras dar el “sí, quiero” en una boda modesta


Mako de Akishino, la sobrina mayor del emperador Naruhito, ha dado por fin el “sí quiero” a su prometido Kei Komuro tras superar una auténtica carrera de obstáculos con la que ha lidiado durante tres calendarios. Su historia de amor, que nunca tuvo las papeletas para convertirse en el clásico cuento de hadas, se ha oficializado hoy contra viento y marea: la primogénita del príncipe heredero al trono japonés se ha casado con su alma gemela, sí, pero sin todo el boato propio de estos acontecimientos reales y viéndose obligada a abandonar la familia imperial por elegir como esposo a un varón por cuyas venas no corre la selecta sangre azul. La princesa, que cumplió 30 años el pasado sábado, pasa a ser, desde este martes, 26 de octubre, una simple mortal apellidada Komuro.

Esta mañana el Palacio Imperial tokiota amanecía, a ojos de cualquier transeúnte, como un día cualquiera, aunque, con toda certeza, en su interior se respiraba una tensión inusual. No hubo ceremonia Kekkon-no-gi en el Kashikodokoro —rito sintoísta de enlace en el altar de la diosa del Sol—, ni kimonos, carruajes ni cualquier tipo de parafernalia que pudiera esperarse en la boda de uno de los miembros del linaje dinástico más antiguo del planeta. Fuera de sus muros tampoco han repicado las campanas nupciales. De hecho, por no haber, no ha habido ni ceremonia civil: de acuerdo con un portavoz de la Agencia de la Casa Imperial, ha sido un funcionario de la institución, en nombre de la pareja, el encargado de presentar esta mañana la documentación para legitimar el matrimonio en el registro civil de Tokio.

Sobre las 10.00 hora local (3.00 hora peninsular española), la ahora exprincesa abandonaba la residencia de Akasaka, el palacio en el que hasta la fecha residía con sus padres, los príncipes herederos Fumihito y Kiko, y sus hermanos, Kako e Hisahito, este último, segundo en el orden de sucesión a la corona. Luciendo un elegante vestido verde pastel y un collar de perlas, y portando un pequeño ramo de flores, Mako ha realizado varias reverencias ante sus padres y su hermana, quienes han salido a despedirla a la puerta, conscientes todos de que les esperaba una lluvia de flashes. La princesa Kako, de 26 años, se ha saltado el protocolo fundiéndose en un emotivo abrazo con su hermana mayor. Cumpliendo con las medidas para combatir la pandemia de covid-19, todos llevaban mascarillas.

A las 14.00 horas de Japón, ya convertidos en marido y mujer, los Komuro han entregado por escrito a la prensa sus respuestas a las preguntas que les había enviado previamente. “En algunos de los temas cuestionados se daban por sentado datos erróneos que han molestado a la princesa”, comunicó la Agencia de la Casa Imperial, según informa la cadena de televisión japonesa NHK. Los recién casados han realizado unas declaraciones conjuntas ante los medios, en las que Mako ha expresado que está decidida a construir una vida feliz con su “irremplazable” marido. “Soy consciente de que nuestro matrimonio ha generado discordia (…) pero para nosotros, es una elección necesaria si queremos vivir siguiendo lo que dictan nuestros corazones”, ha aseverado Mako.

Al contrario de lo que ocurrió con su abuelo (el emperador emérito Akihito), su padre (el príncipe heredero Fumihito) o su tío (el emperador Naruhito), los tres casados con mujeres ajenas a la realeza, Mako se ha visto obligada a abandonar la familia imperial por el hecho de ser mujer y elegir un esposo sin estatus real. En respuesta al rechazo que ha provocado su matrimonio entre los más devotos a la monarquía de su país, Mako es la primera de la dinastía Yamato que no ha contraído nupcias bajo el rito sintoísta e igualmente la única que ha renunciado al monto de 152,5 millones de yenes (casi 1,2 millones de euros) que le corresponde por salir de la institución tras desposarse con lo que se define en este gremio elitista como plebeyo.

El camino de Mako hacia el altar ha estado ensombrecido por un aluvión de críticas desde que, en 2018, año en el que estaba previsto que se celebrarse su boda, la prensa sensacionalista destapó un escándalo financiero relacionado con la madre de Kei. La enorme presión y el escrutinio público al que desde entonces ha debido atenerse han dado al traste con su salud: según confirmó a principios de mes la propia Agencia de la Casa Imperial, Mako padece un trastorno por estrés postraumático. Su psicóloga Tsuyoshi Akiyama, directora del centro médico NTT de Tokio, ha asegurado que a la princesa “la embarga el pesimismo y encuentra dificultades para ser feliz por el constante miedo a que su vida se destruya”.

Pero su caso no es aislado. A pesar de que no pueden ocupar el Trono del Crisantemo –y no hay indicios de que la ley sálica esté próxima a abolirse–, son precisamente ellas las que se encuentran más a menudo en el punto de mira de los medios nipones, razón por la que el estrés y la depresión han hecho mella en varias damas de la familia imperial. La emperatriz emérita Michiko fue la primera mujer fuera de la realeza en desposarse con un heredero al trono de Japón. Su llegada a la casa real en 1959, así como las posteriores de Kiko, en 1990, y de Masako, en 1993, fueron recibidas por la mayoría del pueblo japonés como un soplo de aire fresco dentro de una institución en la que el emperador era venerado como si de un dios se tratase hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.

El supuesto carácter fuerte de Michiko y la imposibilidad de Masako de concebir un hijo varón, sin embargo, ocuparían más tarde cientos de titulares en artículos marcadamente frívolos que afectaron la salud mental de ambas: la primera padece síntomas severos de estrés (en 1993 llegó a perder la voz por unos meses), mientras que la segunda lleva años sufriendo una aguda depresión (antes de que su marido ascendiese al trono se la llegó a apodar la “princesa triste”).

En la rueda de prensa de hoy, Kei ha utilizado un lenguaje inusual para la realeza, asegurando que va “a amar y proteger” a Mako y que desea “pasar la única vida que tengo con la mujer que amo”. El matrimonio Komuro se muda hoy a un apartamento en Tokio, a la espera de iniciar su nueva etapa en Nueva York, donde reside Kei desde 2018. El marido de Mako empezó a trabajar en la firma de abogados de Manhattan Lowenstein Sandler tras graduarse en mayo en la Facultad de Derecho de la Universidad de Fordham.

Graduada en Arte y Patrimonio Cultural por la Universidad Cristiana de Tokio, donde conoció a su media naranja en 2012, Mako también cuenta con un máster en Museología y Galerías de Arte de la Universidad de Leicester. En agosto renunció a su cargo de investigadora asociada en el Museo de la Universidad de Tokio y aparcó el doctorado que estudiaba en la Universidad Cristiana de Tokio. Con este currículum, las apuestas se inclinan a que la hija mayor del príncipe heredero continuará su carrera en el mundo del arte de la Gran Manzana.


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