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La prolongación de la guerra pone a prueba la cohesión de Occidente ante Rusia

La prolongación de la guerra pone a prueba la cohesión de Occidente ante Rusia


Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, conversaba con Joe Biden en la cumbre de la Alianza en Madrid, el pasado 29 de junio.Anadolu Agency (Anadolu Agency via Getty Images)

Hay políticos con olfato para captar los miedos profundos de una sociedad, y explotarlos. El 2 de agosto, en su última rueda de prensa antes de la pausa estival, un periodista preguntó a Marine Le Pen por las sanciones de la Unión Europea a la Rusia de Vladímir Putin desde que hace seis meses invadió Ucrania. “Las sanciones”, respondió la jefa de la extrema derecha francesa, “no sirven para nada, si no es para hacer sufrir a los pueblos europeos y al pueblo francés”.

Y así es cómo Le Pen, reforzada tras las elecciones de la pasada primavera en Francia, dio en la tecla más temida estos días en algunas capitales occidentales, y en Kiev. Es la tecla de la división y el desánimo por una guerra que se prolonga, la tecla de un otoño y un invierno en el que, según las peores previsiones, los europeos pasarán frío porque Rusia cortará el gas, los precios se dispararán y los votantes abrazarán a los candidatos populistas y extremistas.

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La agresión rusa a Ucrania el 24 de febrero, y desde entonces, la resistencia de este país ante los misiles de Putin, ha transformado lo que llamamos Occidente. La OTAN, desorientada desde la caída del imperio soviético hace tres décadas, ha redescubierto su razón de ser. Estados Unidos llevaba desentendiéndose de Europa desde antes de los años de Donald Trump: ahora ha regresado al continente. La Unión Europea ha dado un salto adelante en la integración y financia armamento para Ucrania. En ningún otro lugar se ha hecho tan visible el giro como en Alemania, que ha iniciado lo que los alemanes llaman un cambio de época con más gasto en armamento y una carrera para desengancharse del gas ruso.

La guerra, según el geógrafo y diplomático Michel Foucher, “acelera tendencias”, como también las aceleró la pandemia en 2020. No todas positivas. Sí, la UE da un salto adelante en la UE y EE UU vuelve, y lidera, pero, en el explosivo ambiente político y social de este país, es un regreso probablemente provisional. “Persiste la onda de choque de Trump, ligada a la crisis profunda de la democracia americana”, sostiene Foucher. “En China y quizá en Rusia, esto alimenta la sensación de un declive de Occidente, lo que es una subestimación azarosa”. Otra tendencia, añade, es “el resentimiento del antiguo Tercer Mundo respecto a los occidentales”. En la Asamblea General de la ONU, recuerda Foucher, 35 países se abstuvieron en la condena a Rusia: aunque son menos de un 20% de los miembros, incluyen a China, India y una quincena de países africanos, y representan cerca de la mitad de la población mundial. Putin no está aislado.

Danielle Pletka, del laboratorio de ideas conservador American Enterprise Institute en Washington, no teme tanto que los europeos vayan a relajar las sanciones a Rusia, sino que le preocupa el resto. “El tema”, señala, “son estos países que no están imponiendo sanciones a Rusia y que han sido un conducto de dinero en efectivo para Putin. Piense en China, en muchos en Oriente Próximo, y en otros”.

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Arancha González Laya, decana de la Escuela de Relaciones Internacionales en el Sciences Po en París, y exministra española de Exteriores, mira más allá de Ucrania: “Hemos pasado de un mundo que vivía en un equilibrio muy frágil a un mundo con desequilibrios sistémicos: uno geopolítico y otro climático. A esto debemos dar respuesta”. ¿Nueva guerra fría? ¿Democracias contra países autoritarios? “Debemos evitar la vía que nos llevaría a la construcción de bloques con los grandes actores que intentan reclutar al resto de países en su postura”, responde González Laya, “porque esto nos llevará a un callejón sin salida, no nos ayudará a afrontar los desequilibrios que, al ser sistémicos, necesitan a todo el mundo en la mesa”.

El mundo cambia, y un espectro lo recorre: el del cansancio ante el impacto económico de la guerra y la ausencia de un final en el horizonte. Lo intuyen Le Pen y otros populistas. Lo sabe Putin.

“No son las sanciones lo que nos cuesta hoy: nos cuesta la agresión rusa”, avisa González Laya. Y añade: “Renunciar a responder a esa agresión supondría plegarnos a un chantaje ruso”.

Giorgia Meloni, el 4 de agosto en Marina de Pietrasanta, en la región de la Toscana.RICCARDO DALLE LUCHE (AFP)

El calendario de los próximos seis meses es un campo políticamente minado. El 25 de septiembre hay elecciones en Italia. En julio cayó el Gobierno de Mario Draghi cuando tres socios filorrusos le retiraron el apoyo. Los sondeos dan ganadora a la ultra Giorgia Meloni. El 8 de noviembre, Estados Unidos renueva la Cámara de Representantes y un tercio del Senado en las elecciones de medio mandato, y los demócratas del presidente Joe Biden ven amenazadas sus mayorías. Por las mismas fechas se celebra del XX Congreso del Partido Comunista Chino y la reelección de Xi Jinping.

“Imaginemos que Xi obtiene un tercer mandato y Biden pierde las elecciones de medio mandato”, adelanta Foucher, autor de Ucrania-Rusia. Mapa mental del duelo y Ucrania, una guerra colonial en Europa. “En el lado americano, existirá la tentación de decirles a los ucranios: ‘Miren, hasta ahora les hemos ayudado, pero ahora tenemos otras cosas de las que ocuparnos: China. De modo que ustedes van a negociar y a hacer concesiones territoriales’. Es un riesgo”.

Desde Washington, Pletka recuerda que, tras las elecciones de medio mandato, empieza otra campaña: la de las presidenciales de 2024, “y el pobre señor Biden afrontará sus propias batallas para demostrarle a su partido y electorado que puede estar a la altura de la tarea cuatro años más”. “Esto”, añade, “significará una cierta imprevisibilidad tanto en la seguridad nacional como en la política económica, que puede tener implicaciones negativas”.

La tentación del repliegue no es solo, ni principalmente, estadounidense. “No es solo Biden: es un Biden debilitado, una sociedad europea agotada, tocada por la inflación…”, reflexiona Foucher. “El fin de este año será crítico”.

La fatiga no es nueva: planea desde los días posteriores a la invasión. El 10 de marzo, mientras los líderes de la UE se reunían en Versalles, en los apartamentos de María Antonieta conversaban Emmanuel Bonne y Jens Plöttner, consejeros diplomáticos, respectivamente, del presidente francés, Emmanuel Macron y del canciller alemán, Olaf Scholz.

Plöttner: “Si renunciamos al gas, petróleo y carbón, el resultado sería una fuerte recesión en Alemania, y quien dice recesión en Alemania dice recesión en Europa.”

Bonne: “Sabemos que las sanciones le hacen daño [a Putin] y sabemos que nos hacen daño a nosotros”.

El diálogo, filmado para el documental Un presidente, Europa y la guerra, es una radiografía del momento. La incógnita es la dimensión del daño —incomparablemente menor al que sufre Ucrania— y la capacidad para asumirlo.

El viernes, cerca de Marsella, Macron esbozó su versión del churchilliano “sangre, sudor y lágrimas”, que él y otros líderes europeos podrían verse obligados a repetir en los próximos meses. “Pienso en nuestro pueblo”, dijo, “al que le hará falta un alma fuerte para mirar de cara al tiempo que viene, resistir a las incertidumbres y a veces a lo fácil, y a lo adverso. Y, unidos, aceptar pagar el precio de nuestra libertad y nuestros valores”.

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