‘Els pagesos’ y ‘Les sardanes de la festa major’, los dibujos de Dalí robados en un piso de Barcelona.
Montserrat Herrera Coromines observa la pared desnuda del comedor. Donde antes colgaban dos obras de Salvador Dalí ahora queda una sombra, un vacío que aún no asume. “Estos dibujos han formado parte de mi paisaje visual desde niña. Voy a echarlos tanto de menos… El de la sardana tenía mucho movimiento”, cuenta, como si ya los diera por perdidos, como si hubiera abandonado toda esperanza de que los Mossos los recuperen, detengan a los ladrones que el domingo a mediodía irrumpieron en su casa, en el acomodado distrito barcelonés de Sarrià-Sant Gervasi, y le devuelvan unas láminas que explican parte de su vida, pero también la intensa amistad de la familia Coromines y los Dalí.
Herrera Coromines, de 84 años, salió el domingo por la mañana hacia Matadepera para comer en casa de su hija. A primera hora de la tarde, la portera del edificio la llamó por teléfono para avisarle de que un inquilino había visto la puerta de su piso abierta. Alguien la había forzado. La mujer llegó antes de que lo hiciera la policía. Comprobó que los dos dalís —Els pagesos y Les sardanes, ambos pintados en 1922— habían desaparecido, lo mismo que algunas joyas. Lo demás estaba intacto. Los ladrones no tocaron el dinero en efectivo ni su iPad. E ignoraron un cuadro mucho más grande y colorido —las dos láminas de Dalí, de unos 45 centímetros de lado, son en blanco y negro—, obra de Rafael Bataller, también colgado en el comedor.
Salvador Dalí, en un carnet de estudiante de 1924-1925, un par de años después de cuando realizó las obras y, a la derecha, Pere Coromines. / Fundación Gala-Salvador Dalí
“Me parece que venían a buscar los dalís”, dice Herrera Coromines. Asegura que no tiene ninguna pista sobre la autoría del robo. “Por muchas vueltas que le doy, no sé qué puede haber pasado. Eran cuadros discretos, no llaman la atención a gente poco instruida…”. Su hipótesis coincide con la de los investigadores de la unidad de patrimonio histórico de los Mossos d’Esquadra, que sospechan de un robo por encargo. A los ladrones les facilitó las cosas el hecho de que la mujer no dispusiera en el piso de ninguna medida de seguridad: ni cámaras ni puerta blindada ni alarma. Ella se excusa. “No sé… Tenía estos dibujos tan interiorizados que para mí no tenían un valor económico sino sentimental. Nunca había pensado en venderlos. Me apena que no vayan a pasar a mis hijos”, dice, escéptica sobre la posibilidad de que esta historia tenga un final feliz.
Cada lámina podría tener un valor aproximado de unos 300.000 euros, según consta en la denuncia. Pero Herrera Coromines confiesa que no está tan segura de que sea tan elevado. “Me forzaron un poco a dar una cifra… Creo que fue el importe del seguro que me hicieron cuando los dejé para una exposición”, dice sobre la salida de las obras para ser expuestas en el Museo de L’Empordà en 2004, dentro de la exposición El País de Dalí que pudo verse durante la celebración del Año Dalí. En 2015 se subastó un dibujo realizado en tinta china por el pintor en 1923 de características parecidas a estos cuatro y alcanzó un remate de 78.404 euros.
Las otras dos obras de Dalí no robadas: ‘Vino rancio’ y ‘Los burros de Biure’.
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Los dos dibujos sustraídos formaban parte de un conjunto de cuatro que Dalí pintó hace 100 años para su amigo y abogado Pere Coromines. Debían formar parte del libro Les gràcies de l’Empordà, que nunca llegó a publicarse. Los dibujos, aun así, se conservaron y han estado siempre en poder de los herederos de Coromines. Y aquí es donde los caminos de las cuatro “gracias” se bifurcan. Y donde conviene echar la vista atrás.
De familia ampurdanesa, el escritor, político y economista Pere Coromines fue compañero en la Facultad de Derecho de Barcelona de Salvador Dalí Cusí, padre del pintor, con el que trabó amistad. En 1896, Coromines fue acusado de intervenir en un atentado terrorista en Barcelona y llevado al castillo de Montjuïc para ser juzgado bajo la amenaza de pena de muerte. El testimonio del padre de Dalí y futuro notario de Figueres fue clave. Declaró con tanta vehemencia que “parecía que le quería pegar al juez”, escribiría el acusado, más tarde, en una carta. Con todo, fue condenado a ocho años de cárcel y luego, en 1901, amnistiado. La amistad había quedado sellada para siempre.
‘Autorretrato con cuello rafaelesco’ pintada por Salvador Dalí entre 1920 y 1921, poco antes de realizar los dibujos para Pere Coromines.FUNDACIÓN GALA-SALVADOR DALÍ, VEGAP
En 1922, Coromines pide a un jovencísimo Dalí, que apenas tiene 18 años, pero ha expuesto ya por primera vez obra en las galerías Dalmau de Barcelona, que ilustre una nueva edición de su libro de prosa poética. El pintor le escribe dos cartas en septiembre. “Me place manifestarle que los cuatro temas que he escogido son los siguientes: Els burrus de Viure, Les Sardanes de la festa major, El vi ranci, Els pagesos. Le ruego tenga la bondad de comunicarme, así que lo tenga decidido, la forma y el tamaño en que debo hacer los dibujos. Quedo a sus órdenes”. En otra misiva posterior, expresa su interés por el proyecto: “No puede imaginarse con qué amor y con qué ilusión estoy dibujando los ninots para la ilustración de su libro”.
El libro no llegó ver la luz, pero las láminas sí, y sobrevivieron al paso del tiempo y a los avatares de la historia. Cuando Pere Coromines murió en el exilio en Buenos Aires, en 1939, la obra pictórica que había acumulado se repartió. Cada uno de sus seis hijos se hizo con una obra del pintor Joaquín Torres-García. Pero los cuatro dibujos de Dalí quedaron en manos de una de ellas, Carme Corominas, que los tuvo toda su vida colgados en el salón comedor de su casa, en un piso de la calle Muntaner de Barcelona. Por eso formaban parte de la memoria visual de Montserrat Herrera Coromines. Y de sus hermanos.
Las dos cartas escritas por Dalí a Pere Coromines hablando de los dibujos que estaba haciendo y que se publicaron en el libro ‘Set cartes de Dalí a Pere Coromines’, publicado en 2015.La diáspora de las cuatro ‘gracias’
La muerte de Carme Corominas, en 2007, supuso que la obra, concebida como una unidad, se disgregase por primera vez. Fue un reparto amistoso, en función de los gustos de cada cual, y provisional. La idea era que las láminas circularan de casa en casa, como en una especie de exposición temporal. La realidad es que, con el tiempo, pasaron a formar parte de la colección permanente de cada una de las hijas.
Júlia Herrera Coromines, de 77 años, se quedó Els burros de Viura y El vi ranci, que le gustaba especialmente porque, cuando comía, lo tenía delante. El lunes, por error, trascendió que uno de los cuadros robados era El vi ranci. “A ver si van a venir los Mossos o alguien a desayunar, ve aquí la lámina y piensa que la hemos robado”, bromea Ignasi Oliva, el marido de Júlia. Oliva cree que su cuñada fue víctima de algún tipo de seguimiento el domingo, pero tampoco encuentra una explicación para el robo. “No sé, si hay gente que circula por la casa, quizá alguien se fijó…”.
“Estos cuadros tenían un valor en su conjunto, seguramente muy superior a los 300.000 euros… Pero por separado… Con el robo pierden ya parte de su valor. Además, es un dibujo en blanco y negro, de un Dalí muy joven, y la firma que aparece no es la que luego ha sido universalmente conocida”, cuenta Oliva, que ejerce como historiador informal de las peripecias de la familia y de los dibujos. Precisamente para evitar controversias por la firma, la familia llevó las láminas hasta el castillo de Púbol, donde “las autentificó el mismo Dalí”. “Conocemos la historia, se han exhibido… No hay duda de que son auténticos”, remacha.
“Si los ladrones saben que son dalís, los malvenderán si encuentran algún coleccionista que les quiera pagar. No creo que les sirva de gran cosa. Estos cuadros son para tenerlos colgados y disfrutarlos”, sigue Oliva. Recuerda que, en el piso de la suegra, en la calle Muntaner de Barcelona, las pequeñas gracias dalinianas aún pasaban más desapercibidas. “Allí, la firma de Dalí ni siquiera se veía: quedaba oculta por el paspartú”.
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