La psicóloga y divulgadora María Esclapez (Elche, 31 años) empezó colgando en su Instagram radiografías de conversaciones tóxicas por WhatsApp, que muchos institutos comenzaron a usar en sus clases de educación sexoafectiva. Acaba de publicar un libro Me quiero, Te quiero (Bruguera Tendencias), en el que analiza y ayuda a identificar patrones perniciosos dentro de las relaciones sentimentales. De los celos a la manipulación, hablamos con ella sobre los falsos mitos del amor romántico.
Pregunta. ¿Cuánto daño ha hecho la frase “Quien bien te quiere, te hará llorar”?
Respuesta. Muchísimo. ¿Debo entender que cuanto más llore es porque más me quiere la otra persona? Los mitos del amor romántico, como este o el clásico “Los que se desean, se pelean”, refuerzan la idea de que el sufrimiento es inherente al enamoramiento y normalizan comportamientos tóxicos.
P. ¿Cuál es el comportamiento tóxico del que menos conscientes somos?
R. La ley del hielo: cuando una persona interpreta que otra ha hecho algo mal y la castiga con su silencio. Estoy enfadada. No quiero saber nada. No te hablo. Para mí no existes. Algunas personas lo hacen inconscientemente, desde el enfado, pero las consecuencias de esta conducta pasivo-agresiva son las mismas: incertidumbre, ansiedad, tristeza, inseguridad y una mayor probabilidad de generar dependencia. La víctima deja de hacer cosas por miedo a ser castigada.
P. ¿Y el más extendido?
R. Uno de los más comunes es la luz de gas o gas lighting: hacer dudar a la otra persona de su cordura a través frases invalidantes emocionalmente que empiezan con “Eres una exagerada” o “Qué drama estás montando por esto” y terminan con “Estás loca”. Como muchos otros, tiene que ser progresivo, porque si tú entras en una relación y el primer día te dicen que estás loca y que te inventas las cosas, coges y te piras. Pero cuando evoluciona de una forma sutil puedes terminar creyendo que efectivamente te estás inventando la realidad.
P. Otro gran mito es que cuanto menos caso nos hacen, más nos atraen. El clásico una de cal y otra de arena. Aunque eso de mito tiene poco…
R. Es un mecanismo químico que tiene que ver con la adicción. Yo conozco a una persona y me lo paso genial; de repente no me hace caso y sufro; luego vuelve y otra vez fenomenal… En psicología esa actitud se llama refuerzo intermitente y provoca preocupación, un enganche muy fuerte y que empleemos muchas energías en esa relación. La montaña rusa emocional genera unos chutes hormonales y de neurotransmisores que funcionan como una droga, y el ciclo de subidas y bajadas puede ser eterno.
P. ¿Cómo se desengancha uno?, ¿hay metadona sentimental?
R. Cuando veo que las relaciones empiezan a ser así, recomiendo cortar directamente.
Los mitos del amor romántico normalizan comportamientos tóxicos”
P. El gas lighting, el goshting (desaparecer repentinamente sin dar explicaciones)… ¿Hasta que no lo nombramos en inglés, no existe?
R. Saber que lo que te pasa no es algo aislado, sino que forma parte de un patrón de comportamiento, reconforta. Uno de los últimos términos que más interesantes me parecen es el love bombing.
P. Tiene nombre de perfume.
R. Es cuando alguien lo da todo al principio de la relación, está al 100%, y luego desaparece súbitamente. La otra persona suele quedarse muy enganchada porque piensa que todo va viento en popa. Esas rupturas tienden a ser más dolorosas que las que suceden después de muchos años de relación, porque resultan muy desconcertantes.
P. ¿Por qué hacen eso?
R. Suelen ser perfiles muy narcisistas, personas a las que les gusta sentirse poderosas, que quieren ser el epicentro de toda la atención, y a las que no les gusta tanto esa persona como el hecho de gustar, que están enamorados del enamoramiento.
P. O sea, que el love bomber es un don Juan de toda la vida.
R. Algo así, sí.
El control sobre la pareja no solo se romantiza, sino que se encubre como protección”
R. ¿Por qué se soporta? ¿Es el miedo a la soledad?
R. Entra en juego otro gran mito del amor romántico que es “mejor malo que bueno por conocer”, pero también suele haber problemas de autoestima por parte de la persona que adopta el rol de sumisión. Y muchas veces, el entorno normaliza esos comportamientos tóxicos. Por eso, la educación sexoafectiva juega un papel fundamental, y tiene que darse en el colegio, pero sobre todo en casa.
P. ¿Cómo enseñar a los hijos a no caer en comportamientos tóxicos y a tener relaciones sanas?
R. Además de enseñar con el ejemplo es muy importante el apego. La forma en la que los niños establecen vínculos afectivos con sus padres es la forma en la que los establecerán con sus parejas. Por ejemplo, cuando un niño viene del cole y le cuenta a su madre o a la persona adulta de la que esté a cargo que un compañero le ha roto un dibujo y esta persona pasa olímpicamente y le dice que es una tontería, es probable que ese niño crezca con una sensación de inseguridad y de que sus problemas no merecen la pena ser contados porque nadie los va a atender. Tendrá baja autoestima y deberá trabajar en ella de adulto.
P. ¿Y cuando un adolescente llega a casa llorando desesperado porque su novio o novia lo ha dejado por enésima vez?
R. Hay que dejar que se desahogue, dar apoyo emocional en forma de comprensión y validación. Y si conseguimos que nos cuenten cosas pues entonces invitar a la reflexión: “¿Te has dado cuenta de que es la tercera vez que esta relación se rompe en tres meses? ¿Estás seguro de que quieres seguir con ella?”. También ver películas o leer libros juntos es una buena oportunidad para comentar e identificar conductas tóxicas.
P. Nos echarían del cine por no parar de hablar.
R. La cuestión es saber qué estás consumiendo y tener una actitud crítica, no dejar de ver ciertas películas. A través de mi ventana, Cincuenta Sombras de Grey o Crepúsculo son títulos donde el control de la pareja se normaliza y se romantiza. “No, no hagas eso porque es muy peligroso para ti”. A veces se encubre ese control sobre lo que piensa, hace o viste una persona como protección. Y, vale, en Crepúsculo hay vampiros que te quieren matar, pero, ¿en las demás?
La frase ‘Quien bien te quiere, te hará llorar’ nos ha hecho muchísimo daño”
P. En el libro No siento nada (Reservoir books), de la historiadora sueca Liv Strömquist, se habla de que buscamos pareja con los mismos criterios de consumo capitalista que se escoge un coche, que la racionalización de las relaciones lleva a la pérdida de la fe en el amor.
R. Puede que las aplicaciones de citas propicien más este tipo de comportamientos. Pero yo conocí a mi pareja así: cuando quedamos ―y a diferencia de otras veces― yo iba sin ninguna expectativa, libre de objetivos, simplemente pensaba “Voy a pasármelo bien y a ver qué pasa”. Existen unos mínimos exigibles, que son los que buscamos en una relación y tienen que ver con la comunicación, la afectividad, los objetivos, y está bien tenerlos claros. Pero luego están las exigencias, que son las expectativas que a veces nos creamos y que generan mucho estrés: “¿Qué es lo que yo creo que esa otra persona espera de mí?”. Lo ves mucho en los realities cuando alguien dice: “Es que yo lo quería más alto”, como si fuese un armario de Ikea. Hay que dejarse sorprender.
P. ¿Es la monogamia otro mito romántico?
R. Hay distintas teorías antropológicas sobre si el ser humano es monógamo por naturaleza. Preguntar si la monogamia es lo normal es como preguntar cuál es el estado normal del H₂O ―agua, hielo o gas―: pues depende del contexto. Hay parejas que pueden sobrevivir a la infidelidad, pero hay muchos factores en juego. He visto en consulta casos de pequeños deslices, donde había arrepentimiento y una comunicación sana, pero finalmente la relación no pudo salvarse porque una de las personas era muy rumiante y se convirtió en algo completamente tóxico.
P. ¿Hay personas más susceptibles de enamorarse que otras?
R. La mente es muy poderosa, si dice “Quiero enamorarme” va a hacer lo posible por conseguirlo. Es un fenómeno que en psicología se conoce como halo, que consiste en atribuir a una persona las cualidades que estás buscando: me imagino que eres como yo quiero, aunque haga solo media hora que te conozco. Mi mente tiene ganas de que me guste este vaso y empiezo a pensar que las estrellas que tiene grabadas me recuerdan a las noches en la playa, que es algo que me encanta, y tus amigos, mientras, diciendo: pero si es un vaso normal para beber agua, y punto.
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