La reducción de tropas francesas en el Sahel, que conllevará una disminución de un 40% de sus 5.100 soldados sobre el terreno a partir de 2022, ha llevado la inquietud a esta región de África golpeada como pocas por el yihadismo, con más de 2.300 muertos en lo que va de año según las cifras de la ONG Acled. Aunque no se trata de una retirada total y Francia seguirá desempeñando un rol importante en la lucha antiterrorista saheliana, el temor a que los grupos armados vinculados tanto a Al Qaeda como al Estado Islámico se reorganicen y ganen aún más en operatividad aprovechando la disminución de la presencia militar francesa se extiende por Malí, Burkina Faso y Níger. Una especie de síndrome de Afganistán recorre el Sahel.
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Aunque el calendario y los detalles del fin de la Operación Barkhane no están cerrados del todo, el propio presidente francés Emmanuel Macron dio algunas indicaciones en rueda de prensa a mediados del pasado mes de julio: se pasará de algo más de 5.000 efectivos a entre 2.500 y 3.000 y se cerrará el cuartel general situado hasta ahora en Yamena, la capital de Chad. La idea es mantener operativas sobre todo las brigadas de información y las fuerzas especiales. “No tenemos vocación de quedarnos eternamente en el Sahel”, dijo el propio Macron.
Detrás de esta reducción de tropas hay múltiples factores. En primer lugar, el desgaste tras ocho años de un despliegue que ha provocado la muerte a 55 militares galos y que no ha sido capaz de ofrecer una victoria clara frente al avance de un yihadismo que golpea con extrema violencia. Si una parte de la opinión pública y de la clase política francesa se cuestionan cada vez más esta presencia –una cuestión clave con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina– en los países del Sahel crece el sentimiento antifrancés. En los últimos meses dos acontecimientos han acelerado los planes de retirada: el doble golpe de Estado en Malí y la muerte en combate del presidente chadiano Idris Déby, uno de sus últimos grandes aliados en la región. La inestabilidad y la falta de legitimidad de ambos regímenes no ayudan.
En un intento de tranquilizar a sus socios africanos, el jefe del Estado Mayor del Ejército francés, el general Thierry Burkhard, se trasladó este fin de semana a Chad, Níger y Malí con el mensaje de la continuidad del compromiso militar galo en la región. Para compensar la reducción de tropas de Barkhane, aseguró el portavoz de las Fuerzas Armadas francesas, se cuenta con Takuba, una fuerza europea de apoyo creada en 2020, y con una mayor implicación de los ejércitos nacionales. Pero aquí es donde surgen las dudas.
“Barkhane ha sido clave en la lucha antiterrorista, su capacidad para golpear al terrorismo es indudable y va a dejar un gran vacío que no está claro quién lo va a llenar”, asegura Marc André Boisvert, especialista en cuestiones militares del Sahel. La negativa de países como Alemania o España a aportar tropas sobre el terreno al operativo de Takuba y su reducida dimensión por ahora, apenas 700 soldados de los que la mitad siguen siendo franceses y el resto, sobre todo suecos, italianos, estonios y checos, plantea incertidumbre sobre su capacidad real, según Boisvert. “De momento Takuba es incapaz de reemplazar a Barkhane”, asegura.
¿Es factible un escenario a la afgana? Para Ornella Moderan, experta del Instituto de Estudios de Seguridad (ISS), es claro que no. “Francia no se va del Sahel, solo redimensiona su presencia, hay una evolución lógica como ocurrió con el tránsito de [la Operación] Serval a Barkhane en 2014. Incluso si decidiera retirarse del todo, que no es el caso, lo haría de manera progresiva y en un plazo muy largo”. A juicio de Boisvert tampoco se puede comparar a los grupos armados del Sahel con los talibanes. “Estos han estado varios años en el poder y están cohesionados, mientras que aquí las distintas facciones no se entienden entre ellas”, explica.
Sin embargo, Bakary Sambe, responsable del Instituto Timbuktú, cree que los acontecimientos de Afganistán son un peligroso precedente. “Los ardores de la lucha occidental contra el yihadismo se van a calmar. Tantos años de esfuerzo y ahora todos se están preguntando para qué han servido. Lo que es peor, hay una cuestión de credibilidad sobre la mesa. Francia se opone radicalmente al diálogo con los yihadistas en el Sahel, pero ahora negocia y habla con los talibanes, que además han roto un límite psicológico probando que un estado islámico, como el que pretenden crear los yihadistas en Malí, es totalmente posible”, comenta.
Donde coinciden todos los expertos es en la debilidad de los ejércitos nacionales para hacer frente al desafío yihadista sin apoyo militar exterior. “El Ejército de Malí ha hecho pequeños progresos, pero hay mucho trabajo por hacer”, asegura Boisvert. Algunos de esos avances son achacables a la misión de formación europea EUTM, presente desde 2013 y en la que España participa de manera decisiva, pero existen dudas sobre su eficacia. “Cada país europeo procede de una doctrina militar diferente y esa es una de las explicaciones del fracaso de EUTM para reformar un Ejército que aún no opera de manera cohesionada”, asegura Moderan, quien teme que Takuba pueda cometer los mismos errores. Para Boisvert hace falta más tiempo para que los cambios sean visibles y tengan la amplitud suficiente. EUTM proyecta extenderse a Níger y Burkina Faso.
Las Fuerzas Armadas de este último país, que no acaban de superar la herida de la profunda división del alzamiento de 2014, han cedido muchísimo terreno frente a los yihadistas y solo el Ejército nigerino parece mostrar señales de resistir sus embates. “Pero incluso en este caso los desafíos que enfrenta son enormes porque las amenazas se multiplican por todas sus fronteras”, remata Moderan. Los esfuerzos de coordinación de estos tres países junto a Chad y Mauritania, que se plasmaron en la creación del G5 del Sahel, no han dado tampoco los frutos esperados. La pasada semana los ministros de Defensa de este organismo se reunieron en Niamey para revisar sus estrategias ante el fin de Barkhane y decidieron intensificar las operaciones conjuntas y concentrarse en la zona de Las Tres Fronteras, entre Burkina Faso, Níger y Malí.
Sin embargo, un problema persiste. El régimen militar maliense, que prometió la celebración de elecciones presidenciales en febrero de 2022 para restituir el poder a los civiles, parece incapaz de cumplir este compromiso. “El calendario previsto se presenta como insostenible en este momento”, asegura Sambe. El mediador regional Goodluck Jonathan visita Bamako esta semana para meter presión a los golpistas encabezados por Assimi Goïta. Pero mientras la falta de legitimidad del régimen maliense erosiona la respuesta conjunta frente al yihadismo, los terroristas muestran, semana tras semana, su capacidad de matar con constantes ataques a unidades militares y población civil. El fin de la Operación Barkhane, la única fuerza militar que ha sido capaz de lograr objetivos limitados en este combate, abre un escenario lleno de incógnitas.
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