En las dependencias de la catedral de la Asunción de Lviv, en la Ucrania occidental, vive una mujer acogida por el obispo Macario. Su nombre es Nina Nemerovska y es profesora de lenguas en la Academia Militar de la Universidad Politécnica de Járkov. Esta ciudad a 800 kilómetros de Lviv sufre uno de los asedios más violentos de la guerra. Tiene 70 años, es menuda y lleva una boina roja que le cubre media cabeza. Nemerovska ha sido una destacada militante para separar a la Iglesia ortodoxa ucrania de la obediencia al patriarca de Moscú. “En Járkov, los que marcan los edificios que hay que bombardear a los aviones del invasor son vecinos fieles de la Iglesia rusa”, afirma esta filóloga.
La fe tiene en Ucrania un peso destacado en la identidad nacional y también desempeña su papel en el conflicto. En la mitad oriental de Ucrania, desde Kiev hasta Donetsk, la población creyente es en su gran mayoría ortodoxa. Esta se divide a su vez entre la Iglesia ortodoxa de Ucrania y la dependiente del patriarcado de Moscú. La Iglesia de Ucrania alcanzó su oficialidad como independiente de Moscú en 2019, después de que así la reconociera el patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, el líder ecuménico de todas las Iglesias ortodoxas. La Iglesia rusa rompió con Constantinopla, con la casa universal de los ortodoxos.
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El patriarca Kiril de Moscú ejerce de brazo espiritual del ultranacionalismo del presidente ruso, Vladímir Putin. Han sido constantes en los últimos años sus consignas a favor de la guerra y contra los enemigos del llamado “mundo ruso”. La guerra en 2014 en el Donbás entre las fuerzas separatistas prorrusas y el Estado ucranio todavía agravó más la brecha entre las dos comunidades nacionales. La presencia de la cultura rusa en el este de Ucrania es significativa, también en lo religioso. El templo ortodoxo más importante en Ucrania, el monasterio de las Cuevas de Kiev, debe obediencia a Kiril. Para el poder en Moscú, tanto el terrenal como el divino, este lugar es el origen del pueblo eslavo.
Varias personas rezan en la iglesia de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, en Lviv, Ucrania. Jaime Villanueva
Nemerovska denuncia que la propaganda nacionalista rusa desde los púlpitos ortodoxos en el Donbás, en Járkov o en Odesa ha sido clave para que muchos ucranios de cultura rusa creyeran que estaban en peligro y abrazaran la megalomanía putiniana. Los hijos de Dios están enfrentados y las palabras que se escuchan en los templos no son siempre de paz.
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La parroquia ortodoxa de la Candelaria está a un tiro de piedra de la Filmoteca de Lviv. En su auditorio se han organizado, por parte de voluntarios, cursos para aprender a usar armas. Algunos participantes se detienen un momento en la parroquia para orar. Su pastor, Andrei Tiiachcenko, los bendice y pide alimentos y medicamentos para los militares. Su opinión sobre los rusos está marcada por el odio. Al preguntarle si la opinión pública rusa partidaria de Putin criticaría la invasión militar si hubiera imágenes de iglesias ortodoxas destruidas, Tiiachcenko lo descarta: “A la mayoría de los rusos eso les da igual, no son creyentes, no tienen moral. Solo creen en el alcohol y la violencia”.
En la mitad occidental de Ucrania, con Lviv como urbe de referencia, la gran mayoría de los fieles son greco-católicos, una rama del catolicismo de rito bizantino y de obediencia al Papa de Roma. En la región son los más activos con la propaganda patriótica y religiosa. En la estatua de la Virgen María que hay en la plaza Miskevicha hay colgada una oración para que reciten los transeúntes y que pide a Dios que proteja a “los que de día y de noche defienden a Ucrania en el frente con un fusil”. No lejos de allí, otro cartel pide una oración “por la Iglesia única de Ucrania, por la victoria del bien sobre el mal”.
Las parroquias en Lviv han multiplicado el número de misas que celebran. Donde más evidente es el arreón que ha dado la fe en tiempo de guerra es en la iglesia de San Pedro y San Pablo. Es la iglesia castrense greco-católica del Ejército ucranio y donde los soldados se acercan para ser bendecidos. Sus curas son también capellanes castrenses. En un lateral de esta maravilla barroca construida para los jesuitas en el siglo XVII hay un estandarte con el rostro de Cristo y la bandera ucrania clavado en una cruz de madera de abedul. A los pies de la cruz hay material militar hecho trizas procedente de un ataque de las fuerzas prorrusas contra un batallón motorizado ucranio en Lugansk. El estandarte era el símbolo de este batallón. Junto a él se muestran los retratos de medio centenar de soldados fallecidos. Las misas en San Pedro y San Nicolás finalizan con vivas a Ucrania y la entonación improvisada por los asistentes de una canción militar tradicional en la que se pide a San Jorge y a la Virgen que ayuden a las tropas “a combatir el mal”.
Roman, sacerdote de la iglesia de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, en Lviv, Ucrania, comprueba los alimentos y la ayuda que los fieles han ido dejando durante la semana para los refugiados. Jaime Villanueva
Algo que diferencia los templos de Lviv de los de España es la nutrida presencia de gente joven. En la iglesia de Santa Olga y Santa Elisabet, Yuri Kusma rellenaba el domingo una petición de oración para unidades militares que se encuentran en el frente. Sus nombres se leyeron en alguna de las misas de aquel día. Kusma es guardaespaldas de una firma de abogados. No concibe otra Ucrania que la cristiana: “Sea católica u ortodoxa, es el mismo Dios y la misma patria”.
En la catedral de San Jorge, patrón de Lviv, Anton Scherbak propone otra aproximación a la devoción religiosa en Ucrania. De 33 años y actor de profesión, fue evacuado de Járkov hacia Lviv tras ocho días de bombardeos. Se presenta como ateo y explica que se ha acercado a la catedral para admirar su arquitectura. Scherbak no duda de que la desintegración de la Unión Soviética y la desaparición de aquel Estado protector provocó una angustia colectiva que buena parte de la ciudadanía intentó suplir con “creencias poco racionales”. Scherbak coincide con Nemerovska en que en el este de Ucrania, la Iglesia rusa “es una máquina de manipulación a sueldo del Kremlin”. También concede que la Iglesia de Ucrania juega un papel identitario que en parte él dice entender: “Antes de la guerra, nunca habría dicho que pudiera querer a mi país. Lo que quería era marchar a Inglaterra a estudiar. Ahora he cambiado”.
Alexi Khreptak, sacerdote de la iglesia ortodoxa de la Candelaria, en Lviv, Ucrania.jaime villanueva
Las vidrieras de la catedral ortodoxa de la Asunción están protegidas con planchas para evitar que posibles bombardeos las destruyan. En una de sus salas los feligreses besan un icono de la Virgen que recuerda la protección miraculosa que concedió a los cosacos ucranios contra las invasiones del Imperio otomano en el siglo XVI. El diácono de la catedral, Yuri Fediv, subraya la devoción ucrania por la virgen María como símbolo de paz. Preguntado por si se comunican con las iglesias locales de obediencia al patriarca de Moscú, Fediv responde tajante: “No tenemos ninguna relación”.
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