No puede comer quien no tiene dinero para comprar alimentos. Así de sencillo. Tras esta obviedad se encuentran 2.000 millones de personas que viven de la economía informal y que dependen de su actividad diaria para ganarse el arroz o el pan en el mundo. Pero si no puedes vender, no puedes comprar tu comida y esto ha sido exactamente lo que le ha pasado al 80% cuando un virus obligó a confinar a casi la mitad de la población. En países sin ERTES ni mecanismos de protección, la respuesta de miles de mujeres y hombres es, muchas veces, extrema: endeudarse, vender bienes o animales, comer menos veces. No hay muchas más opciones. Una situación límite para 130 millones de personas, los nuevos hambrientos que dejará la pandemia en el saldo de las crisis alimentarias, el doble de las previsiones de inicios de año. Al final de toda esta cadena, los más débiles, las niñas y los niños: 10 000 muertes más cada mes, a veces por no poder comer, otras por no poder curar su enfermedad en centros de salud colapsados por el coronavirus.
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Incluso en países como España, donde sí hay formas de protección social, empezamos a observar cómo en las mesas de muchas familias empieza a haber menos pescado, menos carne roja y menos frutas. Especialmente entre quienes han perdido su empleo o fuentes de ingresos.
Igual que la economía, la alimentación necesita incentivos algunas veces
Tenemos ya dibujados todos los escenarios posibles de recuperación para cuando acabe todo esto. Curvas en V, en U o en W, de distintos colores, más o menos inclinadas, para el PIB y el empleo. El mundo necesita también una curva de recuperación para el hambre. La tendencia era positiva: avanzábamos con paso firme hacia el fin de la desnutrición pero en los últimos cinco años, los conflictos, la crisis climática y el remate de la pandemia doblegaron el camino. Igual que la economía, la alimentación necesita incentivos algunas veces. En forma, por ejemplo, de transferencias monetarias, una novedosa modalidad de ayuda que simplifica la logística de las distribuciones y alimenta a la vez que recupera las economías locales.
Dicen que de las grandes crisis surgen grandes oportunidades. Mientras el mundo se afana en buscar incentivos y estímulos para la economía, somos multitud quienes nos preguntamos si no podría ser el final del hambre la mayor de todas las oportunidades. Es un buen momento para trabajar por ello, con más fuerza que nunca.
Olivier Longué es director general de Acción Contra el Hambre.
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