Una empleada del Tribunal Superior Electoral prepara, este miércoles en Brasilia, urnas electrónicas para las elecciones del próximo 2 de octubre.EVARISTO SA (AFP)
Cuando los brasileños vayan a votar, el próximo 2 de octubre, no colocarán ningún sobre en ninguna urna. No tocarán un solo papel. Desde hace más de 25 años se usan unas urnas electrónicas que hacen que un país de tamaño continental, con 156 millones de electores, consiga terminar el recuento en pocos minutos. Hasta hace relativamente poco, estas máquinas eran motivo de orgullo nacional, pero el presidente Jair Bolsonaro las cuestiona con fuerza desde hace meses, y se ha esforzado para que las Fuerzas Armadas tengan un protagonismo sin precedentes en la preparación de estos comicios.
Hasta ahora, el papel de los militares se limitaba a la logística: un elogiado trabajo para llevar las urnas hasta el último rincón del país, incluyendo helicópteros o lanchas para alcanzar la aldea indígena más remota de la Amazonía. Pero ante los crecientes ataques de Bolsonaro al sistema, y para intentar calmar los ánimos, el presidente del máximo tribunal electoral, que organiza los comicios, creó una comisión de transparencia formada por varios representantes de la sociedad civil. También invitó a las Fuerzas Armadas.
Ya involucrados del proceso electoral, algo nunca visto hasta la fecha, los militares, a través del Ministerio de Defensa, han hecho sugerencias para mejorar la seguridad de las urnas, muchas de ellas aceptadas por el tribunal. Pero esa inédita relación ha estado marcada por algunos ruidos y desconfianza. Hace unos meses, Defensa exigió a toda prisa que el tribunal hiciera públicos sus cuestionamientos, y se quejó de falta de atención. Poco después, la justicia electoral apartaba de la comisión al coronel Ricardo Sant’ana, al descubrirse que en sus redes sociales divulgaba desinformación y mentiras sobre el sistema electrónico de votación.
Con este clima enrarecido y con la alargada sombra de los militares como telón de fondo, los técnicos del Tribunal Superior Electoral (TSE) se esfuerzan en explicar que no habrá ningún recuento paralelo por parte de los uniformados, al contrario de lo que divulgaron algunos medios brasileños en los últimos días, lo que hizo saltar las alarmas hasta de observadores internacionales.
En conversación telefónica, el coordinador de Tecnología Electoral del TSE, Rafael Azevedo, agradece que después de años ignorando el sistema los militares se hayan interesado: “Nos parece interesante, porque hicimos el sistema para que sea auditado. Todas las sugerencias, sean de las Fuerzas Armadas o de cualquier otra entidad, se evalúan con criterio, con calma, para verificar si son factibles”, dice. Muchas de esas propuestas se incorporaron, como el uso de biometría en algunos de los tests que se hacen el mismo día de la votación para comprobar que las urnas funcionan correctamente.
Los bolsonaristas más radicales, espoleados por el presidente, suelen clamar que las urnas no son seguras porque no son auditables. “Los que dicen eso desconocen todos los sistemas de auditoría que tenemos”, replica el técnico. El más evidente de todos ellos consiste en prestar atención al ticket que imprime cada máquina al finalizar la jornada electoral, donde aparecen los votos para cada candidato. Verificando en detalle los 577.000 boletines que se imprimirán (uno por cada urna) cualquiera podrá contrastar los votos con el resultado que divulgue la justicia electoral. Además, este año, para facilitar aún más las cosas, todos estarán disponibles en internet.
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Bolsonaro querría que cada votante obtuviera un comprobante en papel tras votar, una posibilidad que ya rechazó el Congreso antes de la campaña.
“Técnicamente siempre estuvimos tranquilos y continuamos estando tranquilos. Las elecciones se han planeado muy bien, y estamos tranquilos con el sistema de funcionamiento. Sobre otras cuestiones prefiero no opinar”, zanja Azevedo, visiblemente cansado de toda la polvareda formada alrededor de un trabajo que hasta hace poco pasaba desapercibido.
Para muchos políticos y analistas, el juez Luis Roberto Barroso, actuó de buena fe al invitar a los militares, pero fue ingenuo. Él mismo parecía arrepentirse meses después, apuntando de forma velada a Bolsonaro: “Ahora se pretende usar a las Fuerzas Armadas para atacar. Fueron cordialmente invitadas a participar y están siendo orientadas a atacar el proceso e intentar desacreditarlo”, lamentaba a finales de abril.
En julio, Bolsonaro convocó en su residencia oficial a 40 embajadores para insistir, de nuevo sin pruebas, en que el sistema de votación (el mismo con el que él fue elegido presidente y antes diputado en cinco ocasiones) no es seguro. En repetidas entrevistas ha dicho que sólo aceptará el resultado de las urnas “si las elecciones son limpias”. Casi nadie duda en Brasil de que las teorías de la conspiración que difunde Bolsonaro buscan crear un terreno fértil para poder contestar una derrota, como hizo Donald Trump en EEUU. Por el momento, todas las encuestas dan como ganador a Lula da Silva.
Como cada año, los brasileños tendrán que teclear cinco conjuntos de números, uno para cada candidato (a presidente, diputado federal, senador, diputado estadual y gobernador de estado). Tras el número, en la pantalla aparece la imagen del candidato y el elector teclea un botón verde para confirmar su elección. El sistema se ideó así en parte para facilitarles la vida a los millones de electores analfabetos.
Aunque son electrónicas, las urnas funcionan de forma aislada, no pueden conectarse a Internet, lo que las blinda de ataques remotos de hackers, otro de los temores falsos que abundan en los círculos bolsonaristas. El único cable que tienen es el de la luz, pero si hubiera un apagón en todo el país tampoco hay problema: tienen una batería que dura más de diez horas. Cuando cierran los colegios electorales, los datos se envían por satélite desde cada rincón del país a Brasilia, desde donde se divulga el resultado final.
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