Madison Keys, la cañonera estadounidense que progresaba en Melbourne en forma de flecha, cae (6-1 y 6-3) y se resigna: “Es increíble, lo hace todo bien. No te deja entrar al partido, es como si lo tuviera todo bajo control”. Comparte la impresión la víctima de la ronda anterior, su compatriota Jessica Pegula: “Contra ella te sientes verdaderamente inútil”. En paralelo, las cifras respaldan: en dirección a la final, el tiempo invertido por Ashleigh Barty sobre la pista es ridículo (6h 06m) y la concesión a las rivales (21 juegos en seis partidos), otro tanto. Y entre demostraciones, alabanzas, picos de audiencia disparados (un promedio cercano a los dos millones de personas en las últimas rondas) y el reconocimiento unánime del circuito, de aquellos que más entienden, Australia celebra: después de 42 años, el país tendrá de nuevo a una finalista femenina en su gran torneo de tenis.
Ahora sí, todos los caminos conducen a Barty y solo la estadounidense Danielle Collins, implacable en la otra semifinal, frente a Iga Swiatek (6-4 y 6-1), puede romper el sueño del pueblo australiano y el de la número uno. Después de tres asaltos fallidos en las tres últimas ediciones, cuando ya había cogido la sartén del circuito por el mango, la jugadora oceánica está a un solo peldaño de hacer cumbre en casa y acabar con la sequía que se extiende desde 1978, 44 años, cuando Chris O’Neil se proclamó campeona en Melbourne al derrotar en la final a la norteamericana Betsy Nagelsen en dos sets.
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Desde entonces, solo una finalista australiana –Wendy Turnbull, inferior a la checa Hana Mandlikova en el pulso definitivo de 1980– y cinco intentos baldíos en el territorio masculino: John Marks (ese mismo curso, frente a Guillermo Vilas), Kim Warwick (1980, batido por Bryan Teacher), dos veces Pat Cash (1987 y 1988, contra Stefan Edberg y Mats Wilander respectivamente) y otro de Lleyton Hewitt (en 2005, ante el ruso Marat Safin). El último hombre que lo logró fue Mark Edmondson, que en 1976 se impuso a su compatriota John Newcombe.
“Seguiré las mismas rutinas de siempre. Intentaré descansar y desconectar”, respondía la aspirante (25 años) en el encuentro con los periodistas. “Esta vez me adapté mejor al partido e intenté que Keys no se sintiera cómoda en ningún momento. Creo que, en líneas generales, lo he conseguido”, ampliaba Barty cuando se le planteó qué diferencias encontraba respecto a la semifinal de hace dos años, cuando dejó a su país con la miel en los labios tras perder contra pronóstico frente a Sofia Kenin, que a posteriori elevaría el trofeo.
El récord de Mary Pierce
En esta ocasión, la mandamás del circuito no falló. Derritió a Keys mediante otra exhibición de fuerza, resumida en su autoridad con el servicio (solo cedió cuatro puntos con primeros saques y seis con segundos) y un dominio absoluto de la situación, maniatando a la estadounidense y negándole las dos opciones de rotura que contra viento y marea se fabricó. Un vendaval hasta ahora, Keys quedó reducida a un suspiro. Pero no es una excepción.
En su trazado hacia el choque del sábado (9.30, Eurosport), Barty ha ido quemando estaciones a una velocidad de vértigo. Lesia Tsurenko le duro 54 minutos, Lucia Bronzetti 52, Camila Giorgi estiró el cronómetro hasta 1h 01 y Amanda Anisimova fue la que más le exigió, 1h 14m; después, tanto Pegula (1h 03) como Keys (1h 02) fueron dos tentempiés y en apenas seis horas, la número uno ha completado un recorrido prácticamente impecable. Anisimova fue la única capaz de arañarle cuatro juegos en un set y de arrebatarle el servicio, perdido en solo una ocasión.
Danielle Collins devuelve de revés durante el partido ante Swiatek.PAUL CROCK (AFP)
De este modo, con los 21 juegos entregados Barty ha firmado uno de los mejores registros, aunque no ha sido capaz de alcanzar a la alemana Steffi Graf, que en la edición de 1989 cedió 16, ni tampoco a Monica Seles, con 20 en la de 1993. El récord absoluto está en posesión de la francesa Mary Pierce: 10 juegos en el Roland Garros de 1994.
Después de Keys (36) y pese a estar lejos de las más altas, la tenista de Ipswich (1,66) es la que más aces (35) ha facturado y la que más puntos (83%) ha retenido con el primer servicio. No obstante, en la pugna por el título tendrá enfrente un hueso. Anónima para el gran público, pero en franca progresión, Collins, de 28 años y que el próximo lunes figurará ya entre las diez mejores del mundo, viene emitiendo buenas señales desde hace un par de años. Fue semifinalista en 2019 y la temporada siguiente avanzó hasta los cuartos en París; durante el último verano, festejó en Palermo y San José, y ahora luce garra, dinamismo y un magnífico revés cruzado en Melbourne.
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Formada en la Universidad de Virginia, desde que llegó a las cotas altas de Roland Garros ha ofrecido un balance de 32 triunfos y 7 derrotas, encontrando el punto más álgido de su tenis estos días en Australia. Destino a la final ha apeado a AnaKonjuh (58ª del mundo), Clara Tauson (39ª), Elise Mertens (26ª), Alizé Cornet (61ª) y Swiatek (9ª), habiendo dejado escapar 47 juegos en un camino exigente, frente a adversarias duras de roer. Debutante en una final de altos vuelos, la norteamericana ha combatido desde su adolescencia contra una artritis reumatoide que le ha generado múltiples lesiones y parones.
“De pequeña veía a Venus y Serena, y también a Hingis y Kournikova, así que esto es surrealista para mí”, explicó la tenista de San Petersburgo (Florida), un cuchillo al resto: encabeza el listado de réditos (90 puntos, 17 más que la segunda Swiatek) a la hora de devolver segundos saques. “Admiro mucho su variedad de juego”, se refirió a Barty, con la que ha chocado cuatro veces. La australiana se impuso en tres, aunque el registro sobre cemento es de 1-1. En términos de superficies, Barty (campeona de Roland Garros 2019 y Wimbledon 2021) también reluce, ya que asistirá el sábado dentro del grupo de jugadoras que en las dos últimas décadas han alcanzado grandes finales en tierra, hierba y rápida, junto a Serena Williams, Venus, María Sharapova, Justine Henin, Simona Halep o Garbiñe Muguruza.
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