La tecnología cambió las herramientas del fascismo



Imagen en un móvil que mezcla las imágenes de Hitler y Jesucristo.Jaap Arriens (NurPhoto /Getty Images)

La extrema derecha resopla como Moby Dick. Salta, se sumerge, golpea y azota la superficie digital de una política democrática que se estremece ante su presencia. La tecnología ha cambiado las herramientas del fascismo y lo está haciendo irresistible al hibridar eficazmente sus contenidos históricos con formatos digitales. Por eso, ya no se viste como en el pasado ni utiliza sus armas. Tampoco ocupa el espacio público con masas para sentirse aclamado por ellas. La novedad revolucionaria que encarnó en el pasado se ha reactualizado. Entre otras cosas porque está en su ADN. No olvidemos que nació futurista y que divinizaba la máquina.

Ahora el fascismo es techie. Moviliza a la gente con herramientas tecnológicas y habita un espacio de habilidades digitales que busca proyectarse sobre la política partidista. Esto lo lleva a emplear sin escrúpulos las redes para propagar contenidos que liberan emociones de alta intensidad populista. De ahí que organice escuadras de troleo que manejan con habilidad propagandista sentimientos irracionales, odio y bulos conspirativos, porque son más fáciles de compartir y viralizar que las razones, el respeto cívico y las reflexiones basadas en evidencias. El objetivo es claro: hegemonizar las conversaciones de la infoesfera para dominar digitalmente la política analógica.

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Los artífices técnicos de esta estrategia de dominación de las redes surgen, también, de entornos techies. Muchos comparten personalidades que encajan en perfiles geek o nerd. Esto es, individualidades que viven instaladas obsesivamente en el cultivo diario de un frikismo que les hace chapotear en datos con el fin de atrapar la huella digital de los comportamientos visibilizados en las redes a golpe de clic. Gente con vidas más o menos grises y mediocres, instalados en el anonimato, pero con una capacidad extraordinaria para pillar al vuelo las tendencias y los flujos de rebeldía antipolítica y antisocial que circulan en internet. La causa está en que habitan dentro de un hábitat tecnológico que han convertido en su verdadera piel. Hasta el punto de pensar y sentir en clave algorítmica. Por eso, son capaces de inspirar diseños de troleo masivos mediante cuentas que fingen ser humanos o viceversa. Cuentas que viralizan reacciones emotivas y viscerales que normalizan la violencia y el odio en las redes.

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Demostrada la inoperancia desestabilizadora del populismo de izquierdas, así como su decadencia electoral en Grecia, Italia, Francia o España, la amenaza sobre la democracia liberal en Europa se desplaza ahora con virulencia techie hacia el otro extremo. Sin duda, es el mayor peligro que pesa sobre el futuro del liberalismo democrático porque sus protagonistas no esconden el desprecio que sienten hacia todo lo que representa. Lo analiza Mark Sedgwick en Key Thinkers of the Radical Right (pensadores clave de la derecha radical, sin traducción al español, 2019). En él se estudia con detalle la resignificación que ha experimentado el fascismo de la mano de pensadores emergentes como Mencius Moldbug, Greg Johnson, Richard B. Spencer, Jack Donovan y Daniel Friberg. Algo que reiteran recientemente Steven Forti en Extrema derecha 2.0 o Pablo Stefanoni en ¿La rebeldía se volvió de derecha?

Esta pulsión de revuelta y agitación antisistema no es nueva tampoco. Está en los contenidos históricos del fascismo del periodo de entreguerras y en la psicología de sus protagonistas. Brotó entre personajes excluidos que habitaban los márgenes de una normalidad en la que no se reconocían y frente a la que se mostraban políticamente resentidos. Lo mismo que sucede hoy en día, donde concurre una peligrosa sintonía de marginalidad y anomia entre los propagandistas, teóricos y líderes de un fascismo transmutado por la técnica. Un ciberpopulismo que avanza porque sabe detectar entre las sucesivas capas y pliegues digitales de la infoesfera los cambiantes islotes de malestar desperdigados en nuestras democracias para, luego, sumarlos mediante relatos que aglutinan mayorías, las cuales emergen como Moby Dick de las profundidades de una sociedad dislocada y resentida por miedos y desigualdades. De aquí surge la fuerza y la fragilidad de los Luca Morisi, Dominic Cummings o Steve Bannon. Lo mismo que sucede con los Salvini, Johnson o Trump. La misma fuerza y la fragilidad que los eleva y hace caer: el inconsciente manipulable de una sociedad atrapada por el malestar de un mundo lleno de incertidumbres e injusticias, y a quien la tecnología conecta y hace visible con su poder.

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