La frase parece hecha a medida para Boris Johnson. “Cuando uno solo dispone de un martillo, todos los problemas se le antojan clavos”, dejó dicho el psicólogo estadounidense Abraham Maslow. El primer ministro británico está dispuesto a luchar a martillazos por su supervivencia, después de superar este lunes por un estrecho margen la moción de censura interna votada por los diputados conservadores. Y, de nuevo, el arma es el Brexit, y los rencores y venenos que la “cuestión europea” desata entre los tories desde hace décadas.
La ministra de Exteriores, Liz Truss, prepara la nueva ley que anunció a mediados de mayo para anular partes clave del Protocolo de Irlanda del Norte, el tratado internacional anejo al acuerdo de retirada de la UE, que fue pieza fundamental para desencallar las negociaciones entre Londres y Bruselas. Sería un modo de volver a agitar la tensión con la UE, de recuperar la amenaza de una guerra comercial, pero sobre todo, de mantener firmes las filas de los euroescépticos que en su día ayudaron a Johnson a hacerse con el poder. “No quiero que vuelvan a usar Irlanda como parte de una estrategia para conservar el apoyo [a Boris Johnson] dentro del Partido Conservador”, advertía el ministro de Exteriores de Irlanda, Simon Coveney, a la televisión pública RTE desde Helsinki.
Johnson tiene previsto acelerar una remodelación de su Gobierno en los próximos días. Utilizará los cambios para premiar a leales, castigar a rebeldes e intentar transmitir a la ciudadanía la impresión de que recupera la iniciativa. “Infraestructuras, formación laboral y nuevas tecnologías. Unir y reequilibrar la riqueza de todo el país. Desatar el potencial del Reino Unido. Es lo correcto en estos momentos, desde un punto de vista social, político, económico y moral”, ha arengado Johnson a sus ministros en la reunión de Gabinete de este martes. Curiosamente, Downing Street permitía que las cámaras de la BBC grabaran el momento.
“En vez de enredarnos de nuevo en un endiablado debate del día de la marmota sobre las ventajas o desventajas de pertenecer al mercado interior de la UE, y de volver a discutir asuntos que ya zanjamos hace dos años y medio, tenemos la oportunidad de seguir hacia adelante, unidos. Todos sabéis la increíble fuerza que puede llegar a ser este partido cuando está unido”, decía Johnson el lunes a su grupo parlamentario antes de que comenzara la votación de la moción interna, en un último esfuerzo por reagrupar fuerzas.
Cuestión de integridad personal
Consciente de que lo que se discutía era su integridad personal, y la cada vez más palmaria evidencia de que mintió al Parlamento y a los ciudadanos sobre las fiestas en Downing Street durante el confinamiento, el primer ministro amenazaba con el fantasma de la división interna en torno a la UE. Solo lo deslizó en un párrafo, pero dejó actuar a un grupo de acólitos, que se encargaron de propagar la idea de que todo obedecía a una conspiración de partidarios de la Unión Europea resentidos con Johnson. Los conocidos en la jerga política reciente del Reino Unido como remainers (del verbo remain, permanecer).
Únete para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete
“Todos los que no admitan que estamos ante una maniobra organizada, para desgastar al primer ministro gota a gota están mintiendo”, aseguraba a SKYNews la ministra de Cultura y Deportes, Nadine Dorries. Incondicional de Johnson de un modo superlativo —y objeto constante de las bromas de la prensa—, Dorries suele actuar de punta de lanza cada vez que el primer ministro debe responder a una nueva racha de ataques. “Es un golpe organizado por un grupo de remainers y por muchos de los que han perdido su puesto de trabajo en el Gobierno”, denunciaba la ministra sobre la moción contra Johnson.
Ni era la única en utilizar el argumento, ni la más relevante. “Esta noche ha quedado claro que el primer ministro ha perdido la confianza del 40% de su grupo parlamentario [148 votos en contra de Johnson frente a 211 apoyos]. Debe entender el desencanto de afiliados y votantes que refleja ese resultado, que tiene que ver con el partygate, sí”, señalaba David Frost, uno de los euroescépticos más furibundos y hasta hace poco negociador con la UE. “Pero responde más a la subida de impuestos”, añadió. Frost utilizaba el río revuelto en el Partido Conservador para exigir a Johnson que exprimiera el Brexit para liberalizar aún más la economía británica.
Rumores de candidatos
Es precisamente Liz Truss, una firme defensora del Brexit y ferviente admiradora de Margaret Thatcher, una de las candidatas que manejan los medios británicos para reemplazar a Johnson. Porque, a pesar del empeño del primer ministro en pasar página, hay un consenso general —especialmente entre los diarios más conservadores— de que la herida sigue abierta. Tanto Rishi Sunak, el ministro de Economía; como Ben Wallace, el de Defensa; Sajid Javid, el de Sanidad; o Ben Wallace, el de Defensa, son euroescépticos convencidos que no dudarían en volver a agitar esa bandera en el caso de que se abriera la competición por el liderazgo del Partido Conservador. Y Jeremy Hunt, el rival de Johnson en el último proceso de primarias y el diputado que dio este lunes, con sus declaraciones contra el primer ministro, el pistoletazo de salida a la moción de censura, hace tiempo que ha renegado de su pasado de remainer para abrazar la nueva realidad del Brexit.
Voces veteranas del Partido Conservador, sin embargo, han sugerido a Johnson que abandone toda esperanza de remontar el vuelo. William Hague, que dirigió la formación durante cuatro años y vivió otras revueltas internas, ha escrito en The Times: “Una victoria tan estrecha de Boris Johnson no supone la derrota de una facción rival [de los remainers, en las elucubraciones de los euroescépticos más furibundos], o el aplastamiento de un candidato alternativo, sino más bien un intento de limitar un creciente sentimiento de desesperanza”, sugería Hague. “Es el peor resultado posible para el Partido Conservador. O se reconcilia con Johnson y se sitúa detrás de él, o le echa del todo y busca un nuevo líder. No ha hecho ni una cosa ni la otra”.
Los precedentes de Thatcher, Major y May
Resulta paradójico que las tres mociones de censura interna en el Partido Conservador que más se recuerdan estos días giraran en torno al eterno debate de Europa. Pero aunque los aliados de Boris Johnson se empeñen en culpar a los partidarios de permanecer en la UE de haber organizado la actual rebelión, en este caso ha sido el escándalo de las fiestas en Downing Street durante el confinamiento, y no la batalla del Brexit, la chispa que ha encendido el motín.
Thatcher sufrió la revuelta de un grupo de eurófilos, liderados por Michael Heseltine, que no entendían la actitud cada vez más beligerante hacia Bruselas de la Dama de Hierro. Eso, y la sensación de que el thatcherismo había pasado de ser un caballo electoral ganador a una rémora. La primera ministra venció en primera vuelta. Las mociones de censura interna de entonces (1990) eran constructivas, y requerían de candidato alternativo. Su victoria fue tan estrecha que comprendió que la derrota estaba asegurada en la segunda votación y tiró la toalla.
Su sucesor, John Major, se enfrentó a una rebelión inversa. Comenzaba a crecer el grupo de euroescépticos conservadores —”esos bastardos”, como los definió el propio Major— que le hacían la vida imposible y ataron sus manos a la hora de negociar el Tratado de Maastricht. Él mismo provocó la contienda interna, y en 1995 barrió a su rival en el partido, John Redwood. Dos años después, el Partido Laborista (el Nuevo Laborismo de Tony Blair) se llevó por delante a Major.
Theresa May, euroescéptica de última hora que había votado en contra del Brexit en el referéndum de 2016, intentó la cuadratura del círculo: negociar con Bruselas un tratado que contentara a los euroescépticos y preservara las ventajas de pertenecer a ese club, como el acceso al mercado interior.
Víctima de una rebelión en la que tuvo mucho que ver su sucesor (Boris Johnson), May logró sobrevivir a la moción de censura interna de un modo incluso más holgado que el actual primer ministro: 200 votos a su favor, 117 en contra (frente a los 211-148 de Johnson, con un grupo parlamentario más amplio). Era diciembre de 2018. Cuando cinco meses después, el Partido del Brexit del euroescéptico Nigel Farage arrasó en las elecciones al Parlamento Europeo a costa de los conservadores, May presentó su dimisión. En su discurso de despedida lamentó profundamente “no haber sido capaz de llevar el Brexit a buen puerto”.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.