La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, ofrecieron este martes al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, mejoras en el ámbito económico —modernización de la Unión Aduanera, facilidades de movilidad y ayudas para la integración de los refugiados sirios— a cambio de que Turquía tenga una actitud constructiva en el Mediterráneo oriental y deje de hostigar a Grecia y Chipre, y respete los derechos humanos. “En los últimos meses hemos visto una desescalada, algo que es positivo. También el inicio de conversaciones exploratorias con Grecia. Esperamos que esta desescalada continúe y aumente”, dijo Michel en Ankara tras su reunión con Erdogan, y explicó que el proceso de mejora de las relaciones será “progresivo, proporcional y reversible”, según se comporte el Gobierno turco: “Hemos ofrecido una agenda positiva, ahora está en las manos de Turquía aprovechar esta oportunidad”.
El dossier turco lleva años convertido en una patata caliente para la diplomacia europea y ha provocado importantes divisiones entre los Estados miembros. Hay gobiernos, como el de Francia o el de Grecia, que consideran necesaria una política más dura frente al creciente autoritarismo de Erdogan y a la cada vez mayor agresividad exterior de Turquía, y algunos comentaristas de esos países comparan la actitud europea a la contraproducente política de apaciguamiento frente a Hitler en la década de 1930. Otros, con España, Italia y Alemania a la cabeza, creen que romper los puentes que aún quedan con Ankara lo único que provocará es que la UE pierda toda capacidad de influencia en Turquía y que las tendencias autoritarias se desaten. El propio Gobierno de Erdogan es consciente de lo que, en jerga económica, se denomina too big to fail (demasiado grande para caer): Turquía es demasiado importante para Europa en términos comerciales (numerosas empresas europeas tienen sus plantas de producción en ese país), de inversión económica (por ejemplo, el BBVA posee el control del principal banco privado turco) y para controlar los flujos migratorios.
“Queremos reforzar nuestros lazos económicos […]. Turquía es un socio muy importante en cadenas de valor cruciales para Europa”, subrayó Von der Leyen. Turquía es el único país de fuera de la UE que mantiene con el territorio europeo una Unión Aduanera, vigente desde 1996, y que permite comerciar productos de ambos lados sin pagar aranceles. Sin embargo, la agricultura, los servicios y la contratación pública no están incluidos en este tratado y Ankara presiona desde hace años por su inclusión y por la modernización de las condiciones, algo que Von der Leyen ha aceptado negociar. Además, prometió mejoras en la “movilidad” en referencia a la petición turca de que sus ciudadanos puedan viajar a la UE sin necesidad de visado. Igualmente, habrá mejoras en los programas de intercambio de estudiantes turcos con países europeos; y también se trató con Erdogan el pasaporte de vacunación, aunque Von der Leyen no ofreció más detalles en su comparecencia ante los medios.
Con todo, la presidenta de la Comisión arguyó que todos los avances están condicionados al respeto de los derechos humanos en Turquía. “Los temas de derechos humanos no son negociables. Hemos sido muy claros en esto”, aseguró. En la reunión con Erdogan, los dirigentes europeos pidieron que revierta la decisión de salir del convenio europeo contra la violencia machista, que cumpla las sentencias del Tribunal de Estrasburgo que exigen la puesta en libertad del líder político kurdo Selahattin Demirtas y del filántropo Osman Kavala y que cese la persecución de partidos y medios de la oposición.
Organizaciones de derechos humanos e incluso representantes del Parlamento Europeo habían sido muy críticos con el hecho de que la UE lleve a cabo una visita de tan alto nivel a Turquía en un momento en que Erdogan ha pisado el acelerador de la represión a la oposición.
Con todo, hay quienes piensan que lo que realmente importa a los dirigentes europeos, más que la actuación de Erdogan a nivel interno, es que mantenga el proceso de distensión en el Mediterráneo y deje de crear problemas a los Estados miembros de la UE. En este sentido, la columnista Barçin Yinanç escribía este martes en el medio digital Yetkin Report: “La UE no puede esperar una política exterior predecible de un país que ha acelerado la marcha atrás en su democracia. Cerrar los ojos ante los déficits democráticos de Turquía no servirá a los intereses de la UE y animará a otros países, incluidos miembros de la Unión, a erosionar los estándares democráticos”. La periodista turca también criticó que Bruselas haya cerrado en la práctica la puerta a la adhesión de Turquía (pese a que en los últimos años y a medida que se incrementaba el autoritarismo de Erdogan, también ha aumentado el apoyo de los turcos a la integración en la UE, según las encuestas) y solo recupere la relación como forma de transacción.
El aspecto donde más claramente esta relación adopta esa forma transaccional es la cuestión migratoria. El acuerdo por el que la UE comprometió 6.000 millones de euros para contribuir a la manutención de los cerca de cuatro millones de refugiados en territorio turco, a cambio de que Turquía cerrase la ruta migratoria hacia Grecia ha cumplido cinco años y, según Von der Leyen, sigue “plenamente vigente” y “ha dado buenos resultados”. Es cierto que el número de llegadas de migrantes y refugiados a Grecia se ha reducido de casi 900.000 en 2015 a 75.000 en 2019; hasta 15.000 en 2020 y menos de 2.000 en lo que va de año, y que también ha bajado el número de muertos en el mar Egeo. Otras rutas del Mediterráneo, en cambio, se han vuelto más activas.
Von der Leyen anunció que la Comisión Europea presentará en breve una propuesta para continuar el apoyo financiero a Turquía (también a Líbano y Jordania), que ahora se centrará menos en la ayuda de emergencia y más en “crear las condiciones para que los refugiados puedan ganarse la vida por sus propios medios”, es decir, programas de formación y de capacitación laboral, así como infraestructuras para las ciudades que los acogen. Eso sí, la líder europea pidió a Turquía que cumpla su parte del trato y cierre completamente la vía al tráfico de personas, además de comprometerse a que le sean devueltos aquellos migrantes que lleguen a las islas griegas de manera irregular. Las autoridades turcas, por su parte, se quejan de que Grecia está abandonando en mar abierto a refugiados y migrantes, incluso aquellos que ya han llegado a tierra, sin siquiera procesar sus casos, lo que viola todas las normas de asilo.
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