El Gobierno de Rishi Sunak parece decidido a que el Protocolo de Irlanda del Norte —el principal foco de tensión entre Londres y Bruselas desde que el Brexit fue una realidad— no sea un quebradero de cabeza añadido en un año marcado por la recesión, la inflación, las huelgas y la crisis del coste de la vida. El ministro británico de Exteriores, James Cleverly, y el vicepresidente de la Comisión Europea y negociador principal con Downing Street, Maros Sefcovic, se han visto de nuevo las caras en Londres este lunes, para anunciar a continuación, en un comunicado conjunto, el primer avance en meses en las conflictivas negociaciones sobre el encaje de Irlanda del Norte en la era post-Brexit. Hacía ya mucho tiempo que este tipo de reuniones concluían siempre con comunicados separados.
“A pesar de que todavía hay una amplia gama de asuntos clave que deben ser resueltos para encontrar un modo de avanzar, hoy hemos llegado a un acuerdo respecto al acceso de la UE a los sistemas digitales británicos de información aduanera”, dice el comunicado. “Este acuerdo era un requisito previo fundamental para construir confianza mutua, ofrecer garantías de seguridad y poder proveer de una nueva base sobre la que reanudar las discusiones entre la UE y el Reino Unido”, han asegurado ambas partes.
El Protocolo de Irlanda del Norte fue el texto anexo al Acuerdo de Retirada del Reino Unido de la UE, con la misma vigencia de tratado internacional, y que resultó clave para desencallar unas negociaciones extremadamente complicadas. Como la República de Irlanda es miembro de la UE, se convertía después del Brexit en la frontera real entre las instituciones comunitarias y el territorio británico, del que Irlanda del Norte forma parte. La solución para proteger el mercado interior ―y evitar una frontera dura en medio de la isla―, acordada y firmada por el Gobierno de Boris Johnson, consistió en mantener dentro de ese espacio comunitario a Irlanda del Norte.
Lo que parecía la solución perfecta se convirtió, por falta de voluntad y de eficacia de Downing Street, en un doble problema económico y político. Económico, porque las trabas burocráticas, aduaneras y fitosanitarias impuestas a las empresas que exportaban sus productos desde Gran Bretaña a Irlanda del Norte —el Reino Unido lo componen oficialmente Gran Bretaña (Inglaterra, Escocia y Gales) e Irlanda del Norte— provocaron escasez y carestía de suministro. Fue la llamada “guerra de las salchichas”, en referencia a un producto tan propio de la dieta británica. Y político, porque la comunidad unionista se sintió traicionada desde un principio por el acuerdo, que interpretaban como una nueva traición de Londres que los dejaba aún más solos.
Resucitó la violencia callejera en los barrios protestantes de Belfast y Londonderry, y los partidos unionistas, especialmente el DUP (Partido Democrático Unionista) se empeñaron en boicotear las instituciones comunes de gobierno que el Acuerdo de Paz de Viernes Santo había impuesto a católicos y protestantes. Desde el pasado mayo, cuando los republicanos del Sinn Féin obtuvieron una victoria histórica en las elecciones autonómicas norirlandesas, tanto el Parlamento como el Gobierno siguen sin constituirse.
Por la senda de la legalidad
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La primera ministra anterior a Sunak, Liz Truss, optó de nuevo por la vía del desafío a la UE, para contentar al ala dura del Partido Conservador. Inició la tramitación en el Parlamento de una nueva ley que pretendía anular unilateralmente gran parte de lo dispuesto en el Protocolo de Irlanda del Norte. La irritación de Bruselas, que respondió con sus propias medidas legales, apuntaba a un periodo de congelación en las negociaciones, cuando no a una posible guerra comercial.
Sunak, defensor de primera hora del Brexit, pero con un espíritu más pragmático que fanático a la hora de abordar los problemas económicos, ha escogido esquivar el enfrentamiento directo con Bruselas. Deberá ahora convencer a los euroescépticos del partido y a los unionistas norirlandeses de que la solución que pretende construir es la mejor para todos.
La UE lleva exigiendo, durante todo este tiempo, acceso directo y sin dilación a la información aduanera de todos los productos que viajan desde Gran Bretaña a Irlanda del Norte. Londres se resistía hasta la fecha a imponer la necesidad de declaración de aduanas y de controles fitosanitarios a las empresas que movían su mercancía entre ambas islas. La realidad, por mucho que doliera a los euroescépticos, era que Johnson había firmado, para poder sacar adelante a toda costa su anhelado Brexit, una frontera de facto en el mar de Irlanda que partía en dos al Reino Unido. Al desarrollar un sistema de información digital sobre las mercancías en curso, y permitir a Bruselas el acceso a su contenido, Londres envía un mensaje doble que la UE ha recibido con agrado: cualquier solución pasa por respetar lo establecido en el Protocolo de Irlanda del Norte, y se compromete a proteger tanto el Acuerdo de Viernes Santo como la integridad del mercado interior de la UE.
Tanto Cleverly como Sefcovic han dado instrucciones a sus respectivos equipos para que aceleren la búsqueda de soluciones a los distintos desafíos técnicos que plantea el protocolo, “dentro del entendimiento renovado” que ha surgido de una reunión “cordial y constructiva”. Ambos se han emplazado a verse de nuevo las caras el 16 de enero.
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