Kenneth Clarke (West Bridgford, Reino Unido, 80 años) es el último de una estirpe de políticos británicos convencida de que las batallas se dan hasta el final en la Cámara de los Comunes, y no en Twitter. Amante del jazz, de los buenos cigarros y profundamente proeuropeo, fue la pesadilla de Boris Johnson durante los largos debates sobre el Brexit de 2019. Su posición como padre de la Cámara (49 años como diputado) le permitió tomar la palabra en cada discusión, hasta que el primer ministro le expulsó, como a otros, del grupo parlamentario conservador. Pero el que fuera ministro de Margaret Thatcher, John Major y David Cameron, y tuvo los arrestos de decirle a la Dama de Hierro que había llegado la hora de tirar la toalla, cuando su propio Gobierno se rebeló contra ella, no se calla ni desde su confinamiento en West Bridgford, donde está atrapado por la pandemia de coronavirus. Conversa con EL PAÍS por teléfono para anticipar el desastre que supondría un Brexit sin acuerdo.
Pregunta. Todos estos políticos conservadores que han empujado al Reino Unido a salir de la UE, ¿son thatcheristas?
Respuesta. ¡En absoluto! Son más bien trumpistas [por Donald Trump]. Nacionalistas, populistas y ultras han existido siempre, tanto en el Partido Conservador como en el Laborista. Los de este último siempre han pensado que la UE era un complot capitalista. Thatcher creía en el libre mercado, en la libertad del individuo y en la igualdad de oportunidades. Y tenía una conciencia social.
P. Y, sin embargo, muchos creen que plantó la semilla del euroescepticismo.
R. Probablemente la mayor contribución que hizo Margaret Thatcher al desarrollo de la UE fue el Mercado Interior. Quería que el Reino Unido prosperara como nación dentro de una zona de libre mercado. Pero era muy reacia a la parte política de la construcción europea. Era muy patriota, muy defensora de las instituciones del país, como la libra esterlina. La idea de construir una unión política, una voz única en el mundo, nunca le interesó. Era esa idea de una Europa federal la que rechazaba. Pero todo lo que tiene que ver con el Brexit le habría parecido un desastre. Dar marcha atrás al reloj y recuperar una política comercial con una idea tan anticuada de lo que es la soberanía nacional no le habría gustado nada.
P. Ahora Boris Johnson parece el mayor defensor del Brexit duro de todos los euroescépticos.
R. Su actual entusiasmo en torno a esta noción más bien victoriana de la soberanía británica es increíble. Creo que debe ser el mayor defensor de esta idea dentro del Gobierno. Es un desconocimiento de la política comercial moderna, que parte de la convicción de que puede existir un tratado por el que ninguna de las partes asuma ninguna obligación.
P. Quizá Johnson perseguía en el fondo este desenlace abrupto.
R. No lo creo. Los euroescépticos más ultras se sienten extrañamente atraídos por la idea de un Brexit sin acuerdo, pero no creo que Johnson sea uno de ellos. Él habría sido capaz de tirar adelante si hubiera logrado un acuerdo políticamente aceptable, que pudiera vender a sus partidarios. Tiene miedo de que cualquier pacto provoque la revuelta de los euroescépticos más duros. No quiere que le acusen de haber traicionado a sus aliados más firmes. Y creo que ha llegado a la conclusión de que la oferta puesta por la UE sobre la mesa no le evitaría sufrir esa acusación de traidor.
P. Es el primer ministro, con el poder que eso supone. Y se enfrenta a la crisis provocada por la pandemia, que un Brexit duro agravaría. ¿De verdad es tan rehén de los euroescépticos?
R. No entiendo realmente por qué cree que depende tanto de ellos. Lo que deduzco es que quiere mantener su lealtad, pero imagino que también está pensando en su reelección. Y tiene muy en cuenta a sus nuevos votantes, a todas esas personas de clase trabajadora del antiguo norte industrial de Inglaterra. Todos ellos son muy nacionalistas y antieuropeos. [Johnson] Piensa que su futuro político depende de que sea capaz de mantener la lealtad de toda esa gente que rechaza la UE, que rechaza un mundo gobernado por leyes, que quiere que el Reino Unido vuelva a ser una potencia independiente influyente en el mundo.
P. ¿Es el Reino Unido más antieuropeo que hace 25 años?
R. Los que defendemos con pasión el proyecto europeo, y pensamos que se avecina un desastre, debemos admitir que nunca tuvimos del todo a nuestro lado a la ciudadanía británica. Siempre vivimos un debate muy difícil en torno a lo que el Reino Unido pretendía lograr con su ingreso en la UE (entonces Comunidad Económica Europea). Y dentro del Partido Conservador, la situación ha ido a peor en los últimos 25 años. Desde el principio, Europa fue cuestión exclusiva de una clase profesional y educada de británicos. A la mayoría de la población el asunto nunca le interesó mucho, e incluso lo contemplaba con cierta sospecha. Compraron fácilmente la idea de que en Bruselas había un montón de burócratas grises dedicados a imponernos a los demás un montón de leyes y regulaciones. Ni siquiera en estos momentos se sigue el asunto con interés. La única conclusión que uno saca de las encuestas es que la mayoría de los ciudadanos está muerta de aburrimiento con este tema, y quiere que se acabe de una vez.
P. ¿Se avecina un desastre si finalmente se produce un Brexit duro, sin acuerdo?
R. Confío en que no sea un desastre. No soy de aquellos que prefiere que todo vaya mal con tal de demostrar que tenían razón. Pero intuyo que va a haber muchos problemas, y que a corto plazo habrá caos durante uno o dos meses. No creo que ningún Gobierno, a uno u otro lado del Canal de la Mancha, esté preparado para un Brexit sin acuerdo. A medio y largo plazo, sigo creyendo que va a tener un enorme impacto negativo en las perspectivas económicas. No puedes abandonar tan fácilmente el mayor mercado interior del mundo, no puedes dar marcha atrás al reloj y comenzar a levantar nuevas barreras comerciales frente a nuestros socios más importantes sin provocar un gran daño. No sé cuál será el grado de las consecuencias, pero tengo claro que seremos menos prósperos como país que si hubiéramos permanecido dentro. Y me temo que seremos mucho menos influyentes en el mundo, algo de lo que no se han dado cuenta muchos políticos y que parece no importar a la mayoría de los ciudadanos.
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