El lanzamiento de Sputnik V en Eslovaquia ha sido un desastre. La llegada de las 200.000 dosis de la vacuna rusa contra el coronavirus que Moscú envió a Bratislava a primeros de marzo por encargo del hasta hace unos días primer ministro eslovaco, Igor Matovic, ha desatado una crisis de Gobierno en el pequeño país centroeuropeo. Matovic negoció la compra de hasta dos millones de dosis con Rusia sin contarle nada a sus socios de Gobierno, y estos, al enterarse de la noticia, exigieron su dimisión. El pasado domingo, el líder populista de centroderecha renunció al cargo. La decisión de comprar vacunas fuera del programa de adquisiciones de la UE ha convertido a Eslovaquia, junto con Hungría, en la puerta de entrada de las vacunas rusa y china en terreno comunitario.
Ni la rusa Sputnik ni la china Sinopharm han sido aprobadas todavía por la Agencia Europea del Medicamento. Lo que demuestra, una vez más, que algunos países del grupo de Visegrado (Eslovaquia, Hungría, Polonia y la República Checa) no tienen problemas en salirse del guion de Bruselas alegando la defensa del interés nacional. La tormenta política eslovaca amenaza con extenderse a la vecina República Checa, también muy golpeada por la pandemia.
Matovic, de 47 años, ha sido el primer jefe de gobierno de un país de la UE que ha tenido que dimitir por su gestión de la pandemia. Desde el pasado jueves, ocupa su lugar Eduard Heger, de 44 años, su anterior ministro de Finanzas y hombre de confianza. “La compra de [la vacuna] Sputnik ha sido la gota que ha colmado el vaso de una gestión de gobierno desastrosa. Matovic es un líder conflictivo, impredecible”, explica por teléfono desde Bratislava Grigorij Meseznikov, director del Instituto de Asuntos Públicos eslovaco IVO. Nadie sabe qué pasará ahora con las dosis de Sputnik V que llegaron a Bratislava.
“Matovic ha frustrado todas las expectativas que la ciudadanía había puesto sobre él”, añade. Hace apenas un año, el fundador del partido anticorrupción OlaNo, ganó con el 25% de los votos las elecciones de un país de apenas 5,5 millones de habitantes que demandaba una regeneración política tras el asesinato del periodista Jan Kuciak (conocido por sus investigaciones en los casos de corrupción del país) y su novia en 2018. Pero la pandemia lo cambió todo.
Si durante la primera ola del coronavirus Eslovaquia, al igual que el resto de sus vecinos de Visegrado, fue un modelo de contención, la segunda ola echó por tierra todo. La relajación de medidas en verano, la falta de prevención y un exceso de confianza fueron algunas de las causas que explican cómo Eslovaquia, Polonia, República Checa y Hungría estén entre los países con mayor número de contagios y muertes del mundo por la covid.
“La compra de la vacuna rusa se puede ver como un intento desesperado de Matovic por mejorar la situación. Él no es para nada un líder prorruso. Lo que ha hecho es algo exótico, aunque no se puede negar que hay un sector de la población del país [un 10%, según las encuestas] que está a favor de inyectarse Sputnik V”, sostiene el analista Grigorij Meseznikov. “La gente está cada vez más cansada de esperar”.
La lentitud de la UE en la distribución de las vacunas empieza a exasperar a los ciudadanos. Un descontento que alientan líderes euroescépticos como el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, que ya ha lanzado la vacunación con Sputnik y ha comprado también dosis del fármaco chino. “La receptividad de los húngaros hacia las vacunas del Este ha ido en aumento en parte gracias a la propaganda gubernamental que ensalza los beneficios de Sputnik V o Sinopharm en detrimento de las occidentales”, cuenta desde Budapest el analista András Biró-Nagy.
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Según un informe del think tank eslovaco Globsec, detrás de las continuas campañas de desinformación sobre las vacunas como AstraZeneca en Eslovaquia están los servicios de información rusos. Los analistas también destacan que hay una parte de la población del grupo de Visegrado que, a pesar de su herencia poscomunista, está decepcionada con Occidente. “No ven los beneficios que ha supuesto la integración a la UE, se sienten en el lado perdedor de la globalización”, explica desde Praga Zuzana Stuchlíková, investigadora del think tank sobre política exterior Europeum. “No ven a Rusia como una amenaza, así que no temen ser vacunados con Sputnik V”. Por su parte, Polonia, el país con mayor población de la región, descarta la vacuna rusa, pero sí mantiene contactos con Pekín para una futura adquisición de la vacuna china.
Una vez que la Agencia Europea del Medicamento (EMA) dé su luz verde, los líderes europeos podrán adquirir las vacunas orientales y distribuirlas en su territorio. Pero hasta ese momento, crece la tensión en Gobiernos, como el de la República Checa, también muy golpeado por la pandemia, que se queja del reparto “desigual” de vacunas comunitario y que también ha estado tentado de comprar fuera de la UE. Hasta ahora, el ministro de Salud checo, Jan Blatny (el tercero que ocupa este puesto desde que en septiembre la gestión de la pandemia empezara a hacer aguas) se mantiene firme en su decisión de no dar el visto bueno a ninguna vacuna que no haya sido aprobada por la EMA.
Pero el actual jefe de Estado, Milos Zeman, no se lo está poniendo fácil. Zeman, uno de los valedores de Moscú dentro de la UE, ha sugerido la dimisión del ministro de Salud y pide al Gobierno de Praga que levante unilateralmente la veda a la vacuna rusa. “Las vacunas no tienen ideología”, declaró el presidente checo, de 76 años, que paradójicamente ya ha sido vacunado con la occidental Pfizer. A pesar de la presión política, el primer ministro checo, Andrej Babis, se mantiene por ahora cauto en este frágil juego de diplomacia y vacunas entre Occidente y Oriente.
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