Treinta años de la vida de Nuria (Barcelona, 44 años) han estado marcados por la violación que sufrió siendo adolescente. Los últimos meses, lo han estado por su deseo de remediar la otra injusticia de aquella ignominia: el hombre al que ella señaló es inocente y, sin embargo, sigue condenado. En ese viaje de la convicción equivocada al reconocimiento del error, que refrenda un análisis de semen, han sido fundamentales su madre, su propia hija mayor y un ciudadano ejemplar. Y fue decisiva una conversación con tres amigas en un balcón de la Costa Brava, la noche de San Juan del año pasado.
Esta entrevista se celebra en una terraza de la Avenida Diagonal de Barcelona el 1 de febrero de 2022, a mediodía. Nuria trabaja en una multinacional cercana y llega puntual. Habla con calma y naturalidad, sin quebrarse, y se emociona un par de veces al hablar de su hija mayor y del inocente que pasó 15 años en la cárcel. “Sé lo que pienso, estoy segura y no tengo nada que esconder”, aclara sin énfasis.
La conversación se graba en audio. “Exponerme es algo mínimo comparado con el sufrimiento de quien ha pasado tantos años en la cárcel”, dice. Y explica que decidió contactar con el periodista después de leer un artículo en EL PAÍS a los 30 años de la detención. Desde noviembre y también al hilo de ese artículo, una abogada trabaja para solicitar una revisión del caso sobre la base de un análisis del semen recuperado en la ropa que Nuria entregó en comisaría, en 1991. Dicho análisis exculpa a al condenado. El Tribunal Supremo nunca ha podido valorarlo.
Nuria, que ha leído este artículo y está de acuerdo con que se publique, quiere apoyar con su testimonio dicho recurso. “Si no es él, ¿por qué lo siguen culpando?”, dice.
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El proceso ha durado tres décadas y empezó en una parada de autobús, cuando Nuria tenía 14 años. Una noche de noviembre de 1991, ella y una amiga del instituto subieron a un coche con el que dos hombres se ofrecieron a llevarlas a Cornellà (Barcelona). El conductor violó a Nuria y el copiloto, a su amiga. El copiloto golpeó con un bate en la cabeza a Nuria, que perdió el conocimiento. Días después, la policía paseó a un hombre esposado por delante de las víctimas antes de la rueda de reconocimiento. Al juicio, ella llegó convencida de que era su violador. “Lo señalé sin ninguna duda y con todo mi odio”, recordó el martes en Barcelona. El hombre había sido detenido por azar.
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La de Cornellà fue la primera de las tres condenas por violación contra ese hombre, Ahmed Tommouhi, un albañil marroquí que llevaba seis meses en España. Las tres se dictaron a rebufo de una serie de violaciones cometidas en Cataluña en 1991. Cuatro años después, se repitió una serie de violaciones idéntica y se detuvo, esta vez sí, a uno de los violadores: Antonio García Carbonell, físicamente muy parecido a Tommouhi. Un informe del guardia civil Reyes Benítez y una prueba de ADN mostraron que Carbonell, el violador de 1995, era el autor también de al menos una de las violaciones de 1991. Las víctimas se habían confundido.
El Tribunal Supremo absolvió a Tommouhi del caso del ADN en 1997, pero mantuvo las otras dos condenas por falta de nuevas pruebas. La de Cornellá fue una de las dos que siguió vigente. El caso llegó a los telediarios. La madre de Nuria, que en su día la había acompañado al juicio ―”mi padre no vino, no sé por qué”―, vio en televisión el vuelco que había dado el caso, lo grabó y le pasó una cinta VHS a Nuria. “Me dijo que Carbonell podía ser el autor de los hechos”, explica.
“Yo no estaba muy abierta a hablar de nada en esos años. Mi madre me dio el VHS y todavía lo tengo por ahí, pero nunca lo vi”, cuenta. La violación había marcado un antes y un después en su vida. Poco antes, su hermano había sufrido un gravísimo accidente de moto, su abuelo había muerto atropellado y a su madre le habían diagnosticado un cáncer de mama. “Cuando me pasó esto, ya estábamos sobrepasados”, recuerda. Después dejó los estudios, las amistades, pasó un par de años encerrada en casa, hizo un módulo de peluquería y se fue a Irlanda. En 1997, con 20 años, tuvo a su primera hija. En 2001, nació la segunda.
“Las dudas tan grandes que mi madre y yo teníamos quedaron entre nosotras”, recuerda Nuria. “Fue muy doloroso pensar que había señalado a una persona que no había sido. Y realmente esperaba que la justicia hiciera algo”.
Tommouhi siguió preso nueve años más. Cuando salió en septiembre de 2006, declaró a este periódico: “Estoy en la calle, pero todavía no soy un hombre libre”. Nuria no recuerda haber tenido noticias de ello. En 2012, murió su madre. Desde el juicio, Nuria solo había hablado de la agresión con ella y, una vez, con su marido. En 2013, su hija mayor fue acosada por un desconocido en un tren, con 16 años, y no quería denunciarlo. Nuria le contó entonces lo de su agresión y acabaron yendo a comisaría. El acosador no apareció. “Ahora entiendo a mi madre”, dice Nuria, y deja un momento de hablar. Con su otra hija, nunca ha hablado del asunto. “Quizá porque quiero protegerla”, añade. Tampoco con nadie más, hasta el 24 de junio pasado.
Desde hace un par de años, Nuria estudia Dirección y Administración de Empresas. Terminado el curso universitario, se fue a pasar la noche de San Juan a la Costa Brava. “Nos fuimos cuatro amigas a un apartamento. Yo nunca había explicado esto a nadie”, cuenta Nuria. “Una noche empezamos a hablar. A las cuatro o las cinco de la mañana, no estábamos haciendo nada; ya ves tú, en plena pandemia, nos estábamos riendo en un balcón. Empezamos a hablar de nuestra infancia. Y yo me quedé en ese momento bloqueada. Y supongo que me lo notaron. Una de mis amigas me miró fijamente y me dijo, ¿qué pasa? ¿Qué te ha pasado? Y bueno, pues lo expliqué. Y me sentí muy bien explicándolo, la verdad. Me sentí muy apoyada por ellas”.
Durante el verano pasado pensó que era el momento de buscar ayuda en algún tipo de terapia —”te marca en muchos aspectos, yo tengo mucho miedo constante, mucha inseguridad”, dice—, aunque aún no lo ha hecho. También quiere hacer algo por el hombre al que había señalado por error. “Es algo que realmente me duele”, dice. Empezó trasteando en internet y encontró una página web de “un señor, Manuel Borraz”, y le escribió un correo electrónico.
Borraz es un ciudadano de a pie que después de leer el asunto en la prensa y ver con los años que no se resolvía, montó una web con información del caso que ha ido actualizando durante 20 años. El correo de Nuria nunca se entregó (Borraz no tenía actualizada la dirección de correo electrónico en la web).
El martes pasado, al final de la entrevista, Nuria rescata el correo del buzón del teléfono. Enviado el 12 de octubre de 2021, decía: “Yo fui víctima de Antonio [García] Carbonell, una de tantas, y llevo años pensando en las dos personas que pasaron tantos años en la cárcel”. Y terminaba: “Lo siento de corazón”.
Tommouhi no es el único inocente condenado de esta historia. En dos casos, fue condenado junto a otro marroquí, Aberrazak Mounib. No se conocían. Como Tommouhi, Mounib fue absuelto en el caso de la condena revocada de 1997. El ADN señaló que el otro violador es un familiar muy cercano de García Carbonell. Tres años después, el 26 de abril de 2000, Mounib murió en la cárcel.
El martes por la tarde, en Martorell, donde vive solo, Tommouhi recibe las novedades agradecido, pero sin esperanza. “¿Qué más quiere la justicia?”, dice.
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