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La violencia en Guayaquil pone en jaque a la educación

La violencia en Guayaquil pone en jaque a la educación


Control de vehículos del Ejército, el pasado 4 de noviembre, en los alrededores de la Prisión de Guayaquil.RODRIGO BUENDIA (AFP)

La vida de Alejandra cambió cuando su padre fue asesinado a unas cuadras de su casa en el barrio Isla Trinitaria, un sector deprimido de Guayaquil. Es la segunda de cuatro hermanos, y lo que más le gustaba era estar en la calle con sus amigas en los alrededores de la casa, pero debido a la violencia tiene miedo a salir hasta para ir al colegio. No es la única. El Ministerio de Educación suspendió las clases presenciales en las ciudades de Guayaquil, Durán y Samborondón después de 24 horas de terror que vivieron por atentados con bombas de manera simultánea el 1 de noviembre. 763.000 estudiantes dejaron de asistir a la escuela.

La medida se mantuvo por varios días y aunque el estado de excepción y toque de queda decretado por el presidente Guillermo Lasso logró contener los crímenes violentos, que por primera vez en el año en Guayaquil han pasado de siete homicidios diarios a dos, la educación virtual todavía es obligatoria en 10 centros educativos públicos que están en las zonas más conflictivas de Guayaquil y Durán, donde no existen condiciones de seguridad para que los estudiantes regresen a clases presenciales. La asistencia es voluntaria para el resto del sistema escolar.

El temor trasciende de los últimos episodios violentos. La escuela ha dejado de ser un lugar seguro en Ecuador, ocurren sicariatos en las puertas de los colegios e incluso han colgado dos cuerpos decapitados frente a un establecimiento educativo en la provincia de Esmeraldas. Los padres están en la encrucijada de decidir entre la educación de sus hijos o la seguridad. Hay centros educativos que son extorsionados a pagar “vacunas” de hasta 200 dólares mensuales y a los padres de cinco dólares semanales.

El padre de Alejandra era vendedor de “H”, como le llaman a la heroína, la droga que más se comercializa en las calles de Guayaquil. Y la banda contraria a la que él pertenecía lanzó una amenaza de venganza contra su hija. “Tiene miedo de cruzar la calle, donde debe tomar el bus, porque del otro lado están esas personas”, comentó resignada Fernanda, su madre. “Debo respetar este momento y permitirle que vuelva a las clases virtuales”, añadió. Hace casi dos meses de eso y será así por lo que resta del año escolar hasta febrero próximo o hasta que sienta que la situación es más segura para la familia. “Nosotros hemos vivido la violencia frente a frente, no es preciso decirles a los niños lo que está pasando, lo vivimos en el barrio, ya sabemos diferenciar entre camaretas y disparos”, explica la madre. Sus otros dos hijos que van a la escuela también han sufrido intermitencia en los estudios.

En las zonas más empobrecidas de Guayaquil, donde el control policial significa un riesgo hasta para los mismos uniformados, lanzan panfletos con advertencias de poner bombas si no pagan la “cuota” y firman con los logos de las bandas. El miedo de los padres también es por el riesgo de ser asaltados en los exteriores de las escuelas o ser víctimas de una bala perdida por los enfrentamientos armados entre bandas como ocurre en el barrio de Socio Vivienda 2, donde más de 3.000 estudiantes están en clases virtuales desde septiembre, después de varias balaceras en la que los delincuentes se subieron al techo de la escuela a disparar. “Mis hijos buscaron en Youtube cómo cubrirse de una balacera”, relata Fernanda.

La madre de Brianna, una estudiante de séptimo año de la escuela Antártica del sector de Pascuales, al norte de Guayaquil, prefiere que “se mantenga la virtualidad hasta que todo realmente se calme”. Mientras, su hija de siete años anhela ir a la escuela y no solo por lo que aprende. “Extraño ver a amigos, jugar y hacer los deberes. Volver a clases por internet ha sido un poco raro”, dice.

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El Ministerio de Educación asegura que la seguridad le corresponde a la Policía y al Ministerio del Interior, y han intentado aplicar un Plan Escuela Segura, que por ahora consiste en aumentar el patrullaje en los establecimientos de las zonas más violentas, pero sin mayor éxito. Los centros educativos también han comenzado a informar sobre qué hacer en caso de escuchar disparos y en algunas escuelas realizan simulacros. La guía no es muy extensa, porque la única alternativa, según una maestra que vivió el terror con sus estudiantes de estar en la mitad de un enfrentamiento, es “pecho a tierra y no levantarse hasta que no se escuche ningún disparo”.

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