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La violinista del búnker de Kiev


“¡Hay un concierto ahora mismo en el centro de Kiev! En serio, es que no me lo puedo creer”, escribió el reportero Principia Marsupia en Twitter mientras grababa un barrido con su smartphone. En el video se escuchan los violines mientras se observan las barricadas militares bordeando la Plaza de la Independencia. El recital lo ofrecía la Orquesta Sinfónica de la ciudad obligando a la guerra a convivir con la música. Abriendo espacio a la belleza.

Creo que aquellos músicos desataron la música de esta guerra. Poco después, una joven violinista ofrecía un concierto a sus compañeros de refugio. “Esto es lo que hacemos en los sótanos mientras nos bombardean desde el cielo” escribió Liubov Tsybulska al compartirlo en Twitter. La muchacha lleva un vestido de gasa negro, ropa de concierto para agarrar la música y la vida en el centro del infierno. Un hombre la contesta desde Irlanda tocando el violoncello. “Os apoyamos desde cada esquina del mundo”, escribe. Casi al mismo tiempo, Amelia, una niña de unos siete años, canta el Let it go de Frozen en el búnker donde está encerrada con los suyos. El vídeo, que acumula más de 16 millones de visualizaciones, muestra la bandera de Ucrania en la pared, los enseres desperdigados y la atención contenida de la familia ante su voz de cristal.

“Después de Auschwitz escribir poesía es un acto de barbarie” escribió el filósofo Theodor W. Adorno en relación a todo lo que el horror vuelve indecible, a la imposibilidad de la belleza, de despertar la música y la palabra en el infierno y después de él. En cierto modo, entiendo un poco mejor sus palabras casi 20 días después de asistir en directo (quieta, impotente) a los crímenes contra la humanidad que Rusia está perpetrando en Ucrania.

Sin embargo, escuchar los violines de Ucrania me ha hecho recordar a Jaques Stroumsa, el famoso violinista de Auschwitz, fallecido en 2010 y a quien tuve la suerte de conocer a principios de 2000 gracias al escritor Alejandro Gándara, de quien Stroumsa fue buen amigo. Entonces me sorprendió encontrar a un hombre absolutamente tierno, capaz de contar el horror de la Shoah sonriendo. A diferencia de otros supervivientes del Holocausto, Stroumsa —cuya familia entera, incluida su esposa embarazada de ocho meses, murió en la cámara de gas— lo superó como parte de la vida y de las cosas que nos pueden asediar en ella y arañó a la tragedia parte del horror. Su libro Elegí la vida nos recuerda que la poesía es posible después de la barbarie a condición de mantener el recuerdo, de documentar lo ocurrido, de nombrar, de recordar.

Pueden estar cayendo bombas pero si tienes un violín puedes tocarlo, igual que puedes cantar a Frozen y vestir un vestido de seda y convertir el búnker en útero en ese instante. Pienso ahora que el violín para Stroumsa era el momento presente en el vértice del horror, que fue suyo y de nadie más mientras tocaba para los oficiales alemanes. Escucho a la joven violinista ucrania y por un momento es lo único, sé que es lo único suyo, que la guerra no le pertenece, ni siquiera el pasado. Ella trae aquí la música, lo presente, lo que nos ocupa completamente como lo hacen el amor o la creación. Creo que la poesía no solo tiene sentido después de la guerra, sino que es cuando más sentido tiene. Quizás por eso la Odisea y la Iliada se cantan después de Troya. Para poder salvarnos en su recuerdo.

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