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Lágrimas de hombre

Cuánto desprestigio tiene el llanto, y sin embargo qué poderoso resulta para comunicar lo que ha desaparecido de la escena en esta fase de la pandemia, que es el sentimiento. Tenemos cifras, tenemos números, tenemos porcentajes de ocupación de las UCI o de camas hospitalarias en general, tenemos casillas para llenar varias hojas de Excel con infinitas variables, también de altas y vacunaciones. Y, sin embargo, cuaja la impresión de que ya no hay espacio alguno para las emociones, el dolor y el cariño. La difícil relación entre la alegría por la supervivencia propia y el desgarro por quien no se ha salvado no tiene una casilla posible, no tiene clasificación en nuestro mundo cuadriculado y binario. Pero la necesita.

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Por ello el discurso de Carles Francino al regresar el lunes a La ventana después de 47 días de ausencia en los que ha rozado la extrema gravedad por covid adquiere un sentido imposible de resumir en un tuit, un lema electoral o una zancadilla, que son hoy las herramientas rutinarias de la política. El periodista confesó su dolor, la pérdida mientras él se salvaba, pero sobre todo la hipoteca de un cariño colectivo abrumador que ya pagará de por vida. Se siente en deuda. Y lloró esas lágrimas que interrumpen el guion, el plan, lo escrito, y al hacerlo paró la rueda de hámster en la que todos —políticos que se zurran con frases hirientes, ciudadanos que olvidamos el peligro— estamos dando vueltas y vueltas sin mayor reflexión. Muchas lecciones en una.

Un informe divulgado ayer por expertos consultados por la OMS recoge los errores mundiales ante la pandemia. El más llamativo fue la “presunción de inocencia” que se le atribuyó al virus, del que primero se descartó que pudiera transmitirse de humano a humano, después se minusvaloró su capacidad de viajar con esos mismos humanos y para rematar fue acogido con desidia, sin medios y sin prisa por reaccionar.

Entre todas, hay dos lecciones para coleccionar esta semana: Una es que no hay presunción de inocencia para ningún virus. Mientras saltamos de alegría con la cerveza en la mano para celebrar el fin del estado de alarma, el sospechoso también está saltando, celebrando, encantado al ver que seguimos creyéndole inocente aunque ya sepamos que es culpable. La otra es la emoción. Ni la primera —autocrítica— ni la segunda —empatía— aparecieron ayer en la sesión de control del Congreso. Y el virus lo seguirá celebrando.


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