Mentar la palabra earias a un algodonero es como nombrarle al mismísimo demonio. Todos temen que esta larva —que luego se convierte en oruga y en una polilla en su fase adulta— rechoncha y con una característica pelusilla espinosa llegue a sus tierras. Es voraz como pocas y se extiende rápido por los sembrados de algodón. Allí, en el interior de las incipientes y frágiles pelotas de algodón se hace fuerte. Traga y traga hasta hacer que la planta resulte improductiva. La única solución es desbrozar y esperar a la siguiente campaña.
“Aquí solo cabe rezar para que no venga una plaga fuerte, porque se come el algodón. Se lo come completamente. Y no tenemos armas con las que combatirla”, lamenta Julián Vera, experto en enfermedades del campo. Los plaguicidas por contacto apenas palían las consecuencias y los sistémicos, que acabarían con el earias, están en su mayoría vetados por la Unión Europea.
“Las plagas echan para atrás a muchos agricultores —sentencia Vera—, pero el verdadero problema del algodón es otro: los precios”. Y este año, enfrascados ya en plena cosecha en la comarca del Bajo Guadalquivir, son mucho más bajos por el coronavirus. El miedo en los algodonales ha animado a quienes cultivan a vender anticipadamente en el mercado de futuros, pese a la baja cotización de la fibra. Temen que un nuevo confinamiento mundial hunda los precios a última hora.
Hace décadas de la última nevada en Lebrija, epicentro de la cosecha en la zona que más algodón produce de España y una de las referencias de este cultivo en Europa, pero los caminos y arcenes de las carreteras están blancos. El algodón que se cae de los voluminosos camiones de transporte se engancha en los matojos y biondas generando la impresión de que acaba de nevar en este paisaje típico de seca marisma.
España, Grecia y muy testimonialmente Bulgaria son los únicos países productores de algodón de la Unión Europea. Los agricultores españoles dedican 61.600 hectáreas a esta fibra blanca. La práctica totalidad de los cultivos se encuentran en Andalucía (el 99,8%, según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación), y más concretamente en el Bajo Guadalquivir, en Sevilla, en torno a 40.000 hectáreas. El resto se reparte entre Murcia y las provincias de Cádiz, Córdoba y, muy residualmente, en Jaén y Huelva.
“El algodón es un cultivo muy tranquilo, tiene poco gasto y solo hay que sembrarlo, regarlo, abonarlo y poco más”, explica el agricultor Antonio Jiménez, conocido en Lebrija por el apodo de El Loreño, por haber nacido en Lora del Río. “Y eso que llevo ya 40 años viviendo aquí”, se resigna.
Cuando llegó a las marismas del Guadalquivir, Antonio fue testigo de esos campos blancos repletos de algodón y de cuadrillas, con mujeres y zagales, recogiendo a mano las fibras. “Nos quitaban del colegio en la campaña para ayudar a mi padre a llenar los remolques”, recuerda. Décadas después, el algodón sigue siendo un cultivo social, el 93,19% de los productores son pequeños agricultores que explotan cosechas de 9.262,27 euros de media, pero ya no hay tajo a repartir en el campo. Una imponente máquina aspiradora con capacidad para albergar varios liños va recogiendo el algodón de sus 14 hectáreas. Apenas tardará un par de días en los que se darán pocos jornales: al maquinista, al conductor del volquete de apoyo y a varios que pisarán el algodón en una ruda coreografía con la que se consigue prensar la fibra para que entre más cantidad en cada canasta.
Ayudas europeas
“Hoy no se puede vivir solo del algodón, antes sí. En 1995 se pagaba a 200 pesetas el kilo, ahora está en 62 pesetas (0,37 euros). Si no diesen la subvención por la siembra —algo menos de mil euros por hectárea provenientes de fondos de la Unión Europea—, nadie cultivaría algodón. Y me da pena que se pierda”, razona el agricultor. La Política Agrícola Común (PAC) reparte 19.148 millones de euros en ayudas entre los agricultores españoles.
La cotización del algodón fluctúa en el mercado de futuros de Nueva York y es muy sensible a los acontecimientos mundiales. En marzo de este año, cuando China ya sufría un estricto confinamiento por la covid-19, el precio rozó los mínimos históricos de 2009, motivado entonces por la crisis financiera. Desde entonces ha ido ascendiendo, con altibajos, hasta rondar los 69 dólares (58,93 euros) por 100 kilos.
Al otro lado del Atlántico, en Lebrija, los precios son tan bajos que los agricultores siguen echando las cuentas en pesetas. En Algosur, una de las mayores desmotadoras de España con un 25% de la cuota de mercado nacional —unas 50.000 toneladas de las 192.400 esperadas para este 2020—, ofrecen a los algodoneros dos formas de contrato: fijando un precio a la firma o dándole la posibilidad de cerrarlo en cualquier momento de la cosecha hasta el 20 de noviembre.
“Este año se están cerrando los contratos mucho antes porque tienen miedo a que algún país anuncie un nuevo confinamiento y se hundan los precios”, explica Julián Vera, técnico de Algosur. “Los agricultores están en el mundo” —sigue— “y hacen sus cábalas”. No sabemos qué puede pasar, pero sin consumo de ropa… Solo hace falta mirar cuál es la tendencia actual, la respuesta que los Gobiernos están dándole al aumento de casos.
El futuro del algodón español pasa necesariamente por la apuesta de los agricultores por fibras de mayor calidad, que se pagan en torno a siete pesetas (0,04 euros) por encima del convencional. Estos algodones premium dan fibras más largas, de unos 31 milímetros, y permiten altas hilaturas. O los híbridos Intercott, que van más allá de los 36 milímetros. Gracias a estas variedades, que ofrecen además una mayor producción, se mitigan las pérdidas por los bajos precios.
“El algodón español tiene buena consideración internacional”, explica Vera.”Llevamos muchos años trabajando en ello”, asegura. Desde principios de octubre, las ocho desmotadoras de algodón que operan en Andalucía ya pueden etiquetar sus balas de fibra con el sello Eucotton, otorgado por la Alianza Europea del Algodón, que distingue la alta calidad y la producción responsable.
España exporta dos terceras partes de su producción a países extracomunitarios. Bangladés, Marruecos, Vietnam e Indonesia se hicieron con 52.000 toneladas de media en la última década, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Gran parte de ese algodón retorna como textil ya finalizado y precisamente es eso lo que se quiere corregir. “Se quiere hacer una política europea para que el algodón se quede en Europa, pero para eso hay que darle buenos argumentos. Los europeos son más exigentes y el objetivo que nos marcamos las desmotadoras es satisfacer esa demanda”, explica Vera. Este año está siendo especialmente bueno en cuanto a calidad. La ausencia de lluvias durante la cosecha y el calor de julio han propiciado fibras más blancas y con menor humedad. Solo el earias y el coronavirus han malogrado el trabajo de unos algodoneros que ya piensan en la campaña que viene.
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