Un nuevo foco de tensión ha vuelto a abrirse entre China y Occidente. Las acusaciones de Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea contra China sobre una campaña global de ciberataques orquestada desde suelo chino llegan apenas tres días después de que el presidente chino, Xi Jinping, y el de EE UU, Joe Biden, coincidieran en la reunión virtual del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC) el pasado viernes, la primera vez en que coincidían desde la cumbre del medioambiente liderada en abril por el inquilino de la Casa Blanca. Si hace tres días las sonrisas se multiplicaron por doquier, ambas partes vuelven a sacar los puños, y en un sector clave de confrontación.
Las acusaciones de ciberpiratería contra China no son nuevas. Washington lleva años denunciando que Pekín está detrás de una serie de ciberataques contra las agencias federales y empresas estadounidenses, algo que el Gobierno de Xi siempre ha negado de manera tajante. Ya en 2015, la Administración de Barack Obama responsabilizó a piratas informáticos respaldados por China de haber entrado en los sistemas informáticos de la Oficina Estadounidense de Gestión de Personal, el brazo de recursos humanos del Gobierno estadounidense, en una operación en la que sus autores tuvieron acceso a los datos personales de los funcionarios federales de hasta 20 años atrás.
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Hasta el momento, China no ha respondido oficialmente a las acusaciones. Sí lo ha hecho su agencia estatal de noticias, Xinhua, que a través de su cuenta de Twitter -red social bloqueada en China- ha distribuido una caricatura en la que alude a las informaciones sobre el espionaje que Estados Unidos practicó a Alemania, uno de sus aliados más cercanos. “¿Qué es un buen amigo, para Estados Unidos? La vigilancia. En lo que respecta a un comportamiento irresponsable, destructivo y desestabilizador en el ciberespacio, Estados Unidos parece ser el mejor de todos”, comenta Xinhua.
China siempre había replicado, hasta ahora, que este país es objeto de ciberataques venidos de fuera. Pero las nuevas acusaciones llegan cuando las relaciones entre Pekín y Occidente, pero sobre todo entre Pekín y Washington, se encuentran en sus horas más bajas en mucho tiempo. La llegada de Biden a la Casa Blanca, frente a lo que algunos esperaban, no ha contribuido a suavizar, más que un tanto en las formas, las relaciones bilaterales tensas a raíz de la guerra comercial trumpiana, la competición tecnológica y la rivalidad geopolítica. Además de las disputas por la situación de los derechos humanos en Hong Kong y de la etnia uigur en Xinjiang.
En un editorial, el diario Global Times, propiedad del Partido Comunista y de línea nacionalista, acusa a Estados Unidos de “azuzar nuevas disputas geopolíticas volviendo las fricciones sobre el ciberespacio en conflictos serios entre países. Constantemente trata de lanzar junto con sus aliados nuevas acusaciones contra China, haciendo a China un símbolo de la ‘oscuridad’ mundial. Ya que Estados Unidos ya ha impuesto a China etiquetas como la de “genocidio” y “crímenes contra la humanidad”, no nos sorprende ninguna nueva acusación”.
Los lazos no muestran trazos de repararse. Después de la desastrosa reunión en Alaska entre los responsables de Exteriores de los dos países en marzo, la semana pasada la vicesecretaria de Estado para Asia, Wendy Sherman, renunciaba a una parada en China durante su gira asiática. Según publicaba el periódico Financial Times, Pekín le ofreció una reunión con el número cinco del Ministerio de Exteriores, Xie Feng, y no con su homólogo, Le Yucheng. Una situación similar se vive en el estamento militar: el secretario de Defensa, Lloyd Austin, quien a principios de este año trató de entablar contacto con el general Xu Qiliang, el máximo mando castrense de la Comisión Militar Central, el órgano responsable de las Fuerzas Armadas chinas; las autoridades chinas le ofrecían en cambio una reunión con el ministro de Defensa, el general Wei Fenghe, jerárquicamente por debajo de la Comisión.
Xi Jinping ha dejado claro, una y otra vez en sus discursos, su convencimiento de que su país se encuentra en ascenso y Estados Unidos, en decadencia. Y que no piensa ceder. En su discurso del 1 de julio en Tiananmén, para conmemorar el centenario de la fundación del Partido Comunista, ya aseguraba que “nunca permitiremos que ninguna fuerza extranjera nos presione, nos oprima o nos subyugue. El que lo intente, chocará violentamente contra una gran muralla de acero formada por los 1.400 millones de chinos”.
Al tiempo que Xi insiste en que su país plantará cara a Occidente si lo juzga necesario, avanza en sus intentos de presentarse como un adalid del mundo en desarrollo. En la cumbre virtual del viernes de la APEC, enfatizó la necesidad de la cooperación en la campaña global de vacunación contra la covid, y de un “desarrollo sostenido e inclusivo”, pues “vivimos en una aldea global, en la que los países triunfarán, o caerán, juntos”.
El nuevo enfrentamiento encuentra a Pekín sumida, precisamente, en una campaña de endurecimiento de su ciberseguridad. Una campaña en la que se han visto afectadas algunas de las empresas tecnológicas más importantes, o al menos más populares, del país, empezando por Didi Chuxing. Esta firma, considerada el Uber chino, se encuentra sometida a una inspección por parte de siete departamentos y organismos reguladores, incluidos los Ministerios de Seguridad Interna y de Seguridad Pública.
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