Rusia abre un nuevo capítulo en la tensión generada con EE UU por los encarcelamientos de sus ciudadanos y la pugna entre sus agencias de inteligencia. El Servicio Federal de Seguridad ruso (FSB) ha informado este jueves del arresto de un ciudadano estadounidense por supuesto espionaje. Según Moscú, el detenido “es sospechoso de recopilar información sobre temas biológicos que estaría dirigida contra la seguridad de la Federación de Rusia”. Washington no ha respondido de momento a esta detención.
Las fuerzas de seguridad rusas han anunciado la apertura de un procedimiento legal contra el ciudadano “por espionaje”. Según el artículo 276 del código penal ruso, se trata de un delito grave y está penado con entre 10 y 20 años de prisión. El FSB no ha ofrecido ningún detalle más del caso ni de la identidad del sospechoso.
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La propaganda sobre la supuesta amenaza de armas biológicas contra Rusia fue uno de los pretextos que aireó el Kremlin al principio de la guerra, aunque quedaron en el olvido con el paso de los meses. Moscú dijo en marzo ante el Consejo de Seguridad de la ONU que EE UU tenía una treintena de laboratorios en Ucrania para desarrollar armas biológicas con patógenos de la peste, el ántrax y el cólera. Washington reiteró que esta red de laboratorios en países exsoviéticos es de sobra conocida, pues deriva del tratado de cooperación Ley Nunn-Lugar para la prevención de pandemias y epidemias como la del SARS de 2003 o las de peste porcina de la propia Ucrania de 2012 y 2016.
La acusación de trabajar para la inteligencia extranjera resulta especialmente grave para Moscú. Por ese motivo, los últimos intercambios de presos exitosos entre Moscú y Washington han excluido a los detenidos por espionaje. Esta es la situación del exmarine norteamericano Paul Whelan, condenado en 2020 a pasar 16 años en una cárcel de máxima seguridad. El exmilitar se quedó finalmente al margen de la negociación que logró en diciembre la libertad de la jugadora de baloncesto Brittney Griner a cambio del traficante de armas ruso Viktor Bout.
Whelan, de 52 años y varias nacionalidades (tiene también la británica, la irlandesa y la canadiense), es el primer estadounidense condenado en Rusia por espionaje desde el desplome de la Unión Soviética. Despedido del ejército en 2008 por mala conducta, el preso alegó durante su juicio que había sido víctima de un “caso fabricado” con motivaciones políticas.
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El 7 de enero, Moscú sí dejó en libertad a otro ciudadano estadounidense sin pedir la entrega de ningún ruso a cambio. El Kremlin aprobó la salida de prisión del veterano de la Marina Taylor Dudley. El exmilitar de 35 años había sido detenido en el enclave de Kaliningrado en abril de 2022, iniciada ya la guerra, por haberse colado en aquel territorio desde Polonia de forma irregular. Una patrulla rusa lo localizó en un festival de música y no ha trascendido el motivo por el que violó la frontera.
La lucha subrepticia entre los servicios de espionaje rusos y estadounidenses también ha proporcionado otro caso sonado en los últimos años. Se trata de la huida de Oleg Smolenkov, informante de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), con acceso al mismísimo Vladímir Putin. El funcionario de la administración presidencial rusa desapareció de improviso en 2017 junto con su familia con la excusa de pasar unas vacaciones en Montenegro.
Los anuncios de arrestos de presuntos espías extranjeros son habituales en Rusia, especialmente de ciudadanos ucranios desde la anexión ilegal de Crimea en 2014. El último anuncio de este tipo tuvo lugar hace dos días, el 17 de enero, cuando el FSB informó de la detención de otro supuesto agente que iba a cruzar a Georgia desde la región de Osetia del Norte.
La agencia de seguridad rusa señaló que se trataba de un varón de 28 años nacido en un país de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), plataforma que integran varias de las exrepúblicas soviéticas y de la que no forma parte Ucrania. Según su versión, el sospechoso trabajaba para Kiev, aunque no ofreció más datos.
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